Los años no habían sido amables con Verity, a sus cerca de sesenta años ya estaba muy cansada de vivir y la belleza que la hizo la envid...

Miércoles de Minirelatos: La victoria de Verity

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Los años no habían sido amables con Verity, a sus cerca de sesenta años ya estaba muy cansada de vivir y la belleza que la hizo la envidia de sus conocidas, se había ocultado tras unas arrugas. Incluso su cabello de un negro azabache se había deslavado con los años. 


Se encontraba en una torreta de la planta de energía mágica, oteaba el panorama a la espera de ver aparecer alguna aeronave del Imperio. No tardarían en aparecer. El Imperio no podía permitir que su principal fuente de poder se viera amenazada.

Por ello el objetivo de la Resistencia era reducir sus plantas de producción. La energía mágica, desde que fue descubierta hace casi dos siglos, le permitió al Segundo Imperio Athriano conseguir el control del continente de Ceras. Y hasta la fecha era lo que evitaba que sus provincias se rebelaran.

Con la energía mágica sus soldados podían realizar hechizos y dar vida a mortales máquinas de guerra. Incluso, en la capital, Prylocke, la energía mágica era lo que mantenía la calidad de vida de sus ciudadanos en un buen nivel. Aunque la aristocracia era la que más disfrutaba de sus otros beneficios, como la juventud eterna y demás vanalidades.

—¿Ves algo, abuela? —le llamó Sam, mientras subía la escalera, sin aliento, con su fusil para acompañarla en la vigilancia.

El que hablaba era un joven que apenas pasaba de los catorce años. Entre los dos había florecido una amistad, a pesar de la diferencia de edad.

—Sin novedad, Sam —replicó Verity mientras le ofrecía su cantimplora para refrescarse. 

El chico la rechazó tajantemente. Le gustaba comportarse como un adulto y a ella le costaba mucho verlo como tal. No podía evitar ver él a sus dos nietos; Jonah y Andrei. 

Debían de tener veinte y veintidós respectivamente. Pero murieron tres años atrás en la batalla del Valle de Saryn, sirviendo al Imperio. Ella los había visto irse en el tren hacia la capital para volverse soldados y los vio regresar en ataúdes. Ese fue el momento en que no pudo soportarlo más y su corazón se quebró junto con su lealtad al Imperio.

Ella era una ciudadana libre del Imperio, es decir, su ciudad había pertenecido al Imperio desde el inicio. Gracias al Imperio, ella nunca había conocido la pobreza o el hambre, como todos los demás reinos conquistados cuyos recursos eran consumidos por sus conquistadores. 

A pesar de ello. Odiaba al Imperio y sus deseos de expansión que lo mantenía en guerra constante. Las personas que más amaba se habían convertido en soldados y no habían sobrevivido.

Por un tiempo, pensó en suicidarse o morir de inanición. Hasta que apareció la Resistencia y le dio un motivo para vivir. Acabar con el Imperio, tal vez no hiciera mucho, pero quería apoyar un poco. No le importaban las provincias y la desigualdad que había, tampoco que el mundo entero podría caer bajo el poder de la Emperatriz. Lo único que le importaba era poder arrebatarle algo Imperio algo igual que ellos le habían quitado algo.

Un brillo metálico en el horizonte llamó su atención. No podía escuchar los motores pero sabía que se acercaban.

—Ya vienen —le dijo a Sam—. Avísale a Cor. 

Verity recorrió con la vista el patio del complejo que se extendía bajo ella. Varios miembros de la Resistencia, al ver las aeronaves, se comenzaban a preparar para recibir a los soldados. Esperaba que fueran suficientes para retrasarlos y permitir que Cor y su grupo colocaran las bombas que acabarían con la planta. 

—Entendido —dijo Sam ingresando en la planta.

Las aeronaves estaban a menos de cuatro kilómetros, no se atreverían a disparar por miedo a dañar el lugar. Enviarían unidades a pie para lidiar con los rebeldes.

Cuando las aeronaves estaban cerca de las murallas de complejo se detuvieron y dispararon hacia las murallas para crear un boquete por el entrarían sus tropas, al mismo tiempo varios soldados con sus uniformes azules, descendían de ellas. Con lentitud descendieron dos máquinas bíepdas que Verity reconoció al instante. Eran armaduras mágicas. Máquina impulsadas por energía mágica y operadas por un soldado. Agradeció que sólo hubieran enviado a las armaduras mágicas como apoyo y no a un General. Si un General hubiera aparecido ahí, la misión habría fracasado.

En el momento que el primer soldado colocó un pie dentro del complejo la lluvia de disparos comenzó. A las tropas les costaba responder a los rebeldes parapetados en los diferentes puntos de la planta. Uno a uno caían los soldados. Todo cambio cuando la primera armadura mágica, las bajas comenzaban a equilibrarse para los dos bandos.

Desde su posición Verity pudo acabar con varios soldados, les costaba bastante apuntar hacia la torreta sin recibir un impacto de los demás rebeldes. Incluso, ella tuvo la alegría de acabar con el soldado que pilotaba una armadura mágica, logrando reducir el castigo sobre los rebeldes.

—Listo —dijo Sam al aparecer y preparar su fusil para ayudarle a Verity—. La bomba detonará en diez minutos.

—Vete —le ordenó Verity—. Todo está bajo control.

—Pero...

—Sam —le interrumpió Verity, sin dejar de disparar—. Tenemos que evitar que los soldados lleguen a desactivar la bomba, ninguno de nosotros sobrevivirá. Por favor, sal de aquí con Cor y su grupo. Vive —Ella se tomó un respito para voltear a verlo, una lágrima se deslizó por su mejilla—. Hazlo como un favor hacía mí. Quiero irme sabiendo que pude evitar que el Imperio te arrebatara de mí.

Sam se quedó sin palabras. Quería objetar y quedarse a su lado, sin embargo conocía la historia de Verity y sabía lo que significaba ese deseo para ella. Le dio un beso en la mejilla y descendió por las escaleras.

Cuando lo vio desaparecer, Verity reanudó sus ataques sobre los soldados. Casi no había muchos miembros de la resistencia con vida, y más soldados seguían llegando.

Una aeronave disparo hacia la torreta de Verity, el impacto le dio de lleno. Ésta se derrumbó. Algún comandante debió de haberse percatado de lo peligrosa que era dejarla ahí.

Verity comenzó a caer junto con los escombros de la torreta, su fusil se soltó por la intensidad de la explosión. Su espalda estaba quemada y ya no sentía sus piernas.

Mientras caía sonrió. Había resistido lo necesario. La planta estaba por explotar. Le había arrebatado al Imperio algo tan importante como las personas que éste le había quitado. Por primera vez, ella sentía que el Imperio y ella estaban a mano.


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