Como perros de guerra I Adrián fue el primero en bajar a desayunar, miró sorprendido a Padre que miraba con insistencia el reloj. ...

War: Episodio 5

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Como perros de guerra I

Adrián fue el primero en bajar a desayunar, miró sorprendido a Padre que miraba con insistencia el reloj. Portaba un traje gris impecable que hacía juego con el maletín negro que se encontraba junto a él. H, a su lado, leí tranquilamente el periódico.

El joven dirigió su mirada extrañado hacia las ventanas, quería comprobar la hora. El cielo comenzaba a clarear, de la noche quedaban pálidas sombras. Era inusual encontrar a Padre a esa hora en el comedor, generalmente se iba antes de que las primeras luces de la mañana aparecieran.

Los recuerdos de la noche anterior le dieron la respuesta que buscaba. Padre estaba esperando a sus hermanos y a él para darles instrucciones. Ya tenía un plan para responder a la amenaza de Fleurs du Mal.

—¿Sólo tú? —preguntó Padre sorprendido.

Su pregunta carente de hostilidad le confirmó su suposición a Adrián. Frente a Padre, descansaba una taza de café ya frío. Estaba más interesado en ver aparecer a sus hijos en el comedor que en el café.

—Le dije que era mejor que se fuera —contestó H mientras dejaba el periódico y se dirigía a la cocina para preparar el desayuno de Adrián.

La puerta produjo un leve quejido cuando H la traspasó, hasta el comedor llegaron los ruidos apagados de la cocina. Después regresó con una taza de café y unos huevos revueltos que desprendían un deliciosos aroma. El apetito de Adrián se despertó con intensidad.

—Van a llegar tarde a la escuela —replicó Padre vigilando el reloj.

—Circe siempre llega tarde —comentó Adrián, bebiendo de la taza que H le había puesto enfrente—, y Rubén a veces llega temprano y otras ni se esfuerza.

No era extraño que Padre desconociera algunos detalles, su trabajo de asesino no le permitía estar siempre al pendiente de ellos. Sin embargo, no dudaba que H le daba un reporte diario de las actividades de sus hijos adoptivos.

A los pocos minutos apareció Rubén; el menor de los tres, con quince años , un cuerpo delgado y con un cabello obscuro que muchas chicas envidiarían. Por ello, en ocasiones era confundido con una niña y el motivo de burla de su hermana mayor. Al atravesar la puerta sonrió a modo de saludo, y se sentó en el comedor aún adormilado.

Mientras H le servía el desayuno, Circe apareció, frotándome los ojos, su apariencia infantil y corta estatura ocultaban el hecho de que tuviera dieciséis años y que era la segunda después de Adrián. Su cabello castaño se encontraba perfectamente arreglado, era muy difícil que ella saliera de su habitación sin estar bien peinada, sin importar lo tarde que fuera.

—Me pica mi ojito —dijo Circe, expresión que todos tomaron como un saludo.

— ¡Al fin están todos! —exclamó Padre aliviado.

Sólo Adrián y Rubén levantaron la mirada de sus platos para verlo, Circe le prestaba más atención al té verde que H había puesto frente a ella.

—Gracias a Adrián—comenzó Padre con tono serio—, somos blanco de un grupo de asesinos. No pienso dar más detalles, porque sé que ustedes están más enterados que yo. El Código dice que toda venganza deberá realizarse en un lapso de cuatro días, así que sólo por corto tiempo tendremos que tomar algunas medidas. Primero: Adrián, no debes despegarte de Daniel y debes invitarlo a quedarse con nosotros en ese tiempo.

Una repentina ola de emoción recorrió a Adrián. La idea de que tener de huésped a Daniel, aunque fuera por circunstancias de vida o muerte, era algo podría disfrutar mucho.

—Si los Fleurs du Mal quieren venganza —continúo Padre— ten por seguro que irán tras él. Sólo con nosotros podemos protegerlo. Segundo: Todos deben de portar armas y nunca separarse de ellas, en cualquier momento podemos ser atacados. En caso de serlo, activen el código de emergencia de sus celulares y H o yo los iremos a rescatar.

—No quiero llevar armas—replicó Circe, que ya había terminado su desayuno—. Mi mochila ya pesa lo suficiente.

—No es opcional —señaló Padre, su mirada se posó en ella—. Tu vida está en juego.

—¿Y? —dijo Circe desafiante—. Adrián arruina todo y lo premias haciéndole pasar más tiempo con su novio, mientras yo tengo que llevar peso extra. No es justo.

Adrián sabía que era lo que seguía. Se levantó de la mesa y tomó a Rubén del hombro para indicarle que lo siguiera. Por el rabillo del ojo vio que H también se había levantado e iba tras ellos. Nunca era recomendable estar en la misma habitación en la que Circe y Padre discutían. Sus caracteres tan parecidos siempre producían devastadoras consecuencias cuando chocaban.

—Los llevo a escuela—aseveró H, cuando la puerta del comedor silenció la discusión que estaba tomando lugar—, sólo vayan por sus armas y su mochila.



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