En la habitación las sombras acampaban a sus anchas, la tenue llama de una lámpara de gas intentaba, en vano, reducir el territorio de la...

Miércoles de Minirelatos: Lena y el conejo.

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En la habitación las sombras acampaban a sus anchas, la tenue llama de una lámpara de gas intentaba, en vano, reducir el territorio de las sombras. Gruesos cortinajes cubrían la luz que entraba por las ventanas. Del otro lado de ellos, la ciudad de acero y cristal vibraba con la energía del atardecer. Gruesas columnas de humo se alzaban al cielo como monumentos a la grandeza del reino, la tarde era atravesada por los pitidos de los diversos trenes que recorrían el extenso territorio. Unas cuantos dirigibles recorrían el cielo.

Pero nada de eso le importaba a ella. La princesa Lena simplemente permanecía inmóvil en el amplio sillón que ocupaba la mitad de la habitación. Le gustaba estar ahí, en esa olvidada habitación del castillo, escondida de un mundo que le había dejado de lado.

Su hermano mayor, el rey Solomon pasaba los días, junto con su tío tratando de aprender la forma de gobernar un reino que le había sido heredado prematuramente, cuando sus padres habían muerto. Extrañaba las tardes en las que platicaban en las torres del castillo y veían los trenes pasar, al igual que extrañaba a su hermano menor, el príncipe Klaus. Él había sido absorbido por la vida social del reino que reclamaba la presencia de un heredero de la casa Ironeart, siempre había sido el favorito de la corte.

Se había quedado sola porque a nadie le preocupaba la hermana de en medio. Era por eso que no le importaba nada que sucediera fuera de esa habitación. Todos la habían dejado de lado. Su familia, sus amigos, sus súbditos.

Excepto el conejo que descansaba en su regazo. Él la acompañaba en las noches cuando sentía miedo y en las tardes cuando la soledad era insostenible. Su pelaje de color negro era suave al tacto y reconfortante, sus ojos de un rojo sangre eran los únicos que se preocupaban por ella. Lo había encontrado en el bosque, una mañana en que la neblina era espesa y se colgaba de los árboles como la mortaja de los muertos. No se había resistido a llevárselo consigo.

—Se acerca la hora —dijo el conejo con una voz suave como las sombras.

A ella no le había asustado descubrir que su conejo hablaba. De hecho le había agradado encontrar una voz diferente a la suya para alejar su soledad.

—Lo sé —replicó cansada Lena—. Ya es momento de que todo comience.

Sonrió al ponerse de pie. Las sombras se extendieron sobre su rostro. Nunca había creído que escucharía los consejos de un conejo, pero valía la pena intentarlo. Sólo de una cosa estaba segura la princesa, recuperaría a sus hermanos, aun así tuviera que destruir el reino.

Rió con fuerza, sus carcajadas retumbaron en la inmensidad de la habitación. Volverían a ser felices.


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