Como perros de guerra II   La tranquilidad con la que había transcurrido el resto de la mañana podría haberle hecho creer que la amen...

War: Episodio 6

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Como perros de guerra II

 

La tranquilidad con la que había transcurrido el resto de la mañana podría haberle hecho creer que la amenaza de Fleurs du Mal, era sólo un mal sueño. Sin embargo, el que portara su katana envuelta en un lienzo, para evitar preguntas de curiosos, le recordaban que sólo era la calma antes de la tormenta. Una calma cargada de tensión porque suponía que la demora del ataque no era por desidia, sólo era la terrible espera antes de la tercera llamada.
—¿Por cuánto tiempo estaré en tu casa? —preguntó Daniel, sacándolo de sus lúgubres pensamientos.


—Cuatro días —contestó con seriedad Adrián.


Los dos avanzaban por las calles que conducían al hogar de Daniel; tenían que recoger algo de ropa y avisar a sus padres que estaría en casa de Adrián. El sol iluminaba con su vespertina somnolencia la solitaria calle. Era un lugar tranquilo, alejado de las estruendosas avenidas y su bullicio intrínseco.


—¿Sólo cuatro días? —preguntó Daniel, mirándolo directamente—. ¿Si no cumplen su venganza en cuatro días queda anulada?


—Cuando alguien pide venganza—contestó Adrián—. Tiene cuatro días para derramar la sangre que quiera, después de eso, sin importar si tuvo su retribución o no, debe detenerse. La idea de la Hermandad es que no se haga un baño de sangre cada vez que alguien quiera vengarse. Aún así, cuatro días es mucho para un asesino.


—¿Entonces te puedes defender de ellos? —le preguntó.


—Sí. Para la Hermandad, si mueres al cumplir tu venganza, lo tienes merecido. No les gusta que los asesinos se maten mutuamente por rencillas, pero tampoco les gusta que los débiles perduren.

Daniel se detuvo y lo abrazó con fuerza, mientras le daba un beso en la mejilla.


—Deja de estar tan serio —le dijo al oído, su voz le producía cosquillas—. Tú puedes, acabaste con dos de ellos el otro día.


Su aroma le llegó hasta su nariz, sentía que hacía tiempo que no lo disfrutaba, posiblemente el hecho de saber que podría perderlo le producía esa sensación.


—No dudo de mis habilidades para combatirlos —replicó Adrián—. Dudo de mi capacidad para proteger a todos los que me importan, incluyéndote a ti.


En silencio continuaron su camino y Daniel, contradiciendo su acuerdo tácito, lo tomó de la mano. 

Acababan de pasar por una casa de un feo color rosa y un par de cedros que resguardaban su entrada, los dos sabían que faltaban dos casas más para llegar a su destino.

A lo lejos Adrián vislumbró dos figuras que se acercaban, habían salido de una de las calles que atravesaba la que recorría. Estaban a tres cuadras, y Adrián pudo distinguirlas perfectamente. Una de las figuras le era desconocida, era un chico de cabello arena que se desplazaba sobre una patineta; la otra, desde ayer, nunca la habría olvidado. Era Ragnar.


Sin pensarlo mucho, extrajo su teléfono celular de su bolsillo y presiono el botón de emergencia. 

Después se lo tendió a Daniel, que lo miró confundido por su súbita reacción.


—Ve a un lugar concurrido —le ordenó Adrián, mientras ponía su celular en la mano de Daniel—. H o Padre te recogerán, luego te alcanzó.


Se encontró con la mirada confundida de Daniel que luego se desplazó hacia las dos figuras que se acercaban. Un leve matiz de miedo apareció en sus ojos.


Ragnar y su acompañante se acercaban lentamente, con una seguridad que hizo dudar a Adrián de su decisión. A pesar de ello, sólo miró a Daniel y le dio un beso en la boca, después le dijo:


—Vete. Luego te alcanzo.


Daniel comenzó a retroceder lentamente, el miedo comenzaba a desbordarse de sus ojos para cubrir sus facciones. La expresión apremiante de Adrián lo obligó a correr. Fue alejándose poco a poco, ocasionalmente miraba hacia atrás, pero sin detenerse.


Los pasos de Ragnar invitaron a Adrián a que dejara de mirar desaparecer a Daniel y se concentrara en sus enemigos. Desanudó el lienzo que cubría su katana. Aunque Padre le había dicho que siempre huyera de una batalla que no podría ganar, el se negaba a hacerlo. Quería conseguirle algo de tiempo a Daniel.


Dio un rápido vistazo a sus dos oponentes, Ragnar vestía ropa obscura y de cuero, una pesada hacha colgaba de su espalda, no hizo ningún ademán por desenfundarla. Sólo le indicó a su acompañante que se adelantara.


El chico se impulsó en su patineta, vestía un pantalón morado y una sudadera color mostaza, su vista estaba fijada en el horizonte, iba tras Daniel.


Con un rápido movimiento, Adrián interpuso en el camino del chico su katana, éste no pudo esquivarla y fue golpeado de lleno en el pecho, cayendo de espaldas.


Por el rabillo del ojo, Adrián vislumbró una forma oscura que descendía, se movió esquivando la caída vertical del objeto. El hacha de Ragnar golpeó con fuerza el lugar sobre el que había estado parado. Pedazos de pavimento se elevaron por la fuerza del impacto.


—Qué comience la fiesta—le dijo Ragnar con una sonrisa, ensanchada por el maquillaje negro de sus labios.




El parque estaban tan silencioso que los audífonos en su volumen más bajo le permitían escuchar perfectamente su música. Los árboles eliminaban la mayor parte de los rayos del sol, creando una atmósfera refrescante que invitaban a cualquiera a sentarse y disfrutar el paisaje.

Rubén no había desaprovechado la invitación. Los acordes de la canción se adentraban en su mente, transportándolo a otros lugares. Miró su teléfono celular y al ver la hora, decidió que era tiempo de regresar a casa.


Padre le había advertido de unos asesinos que buscaban acabar con ellos, o algo así, no recordaba perfectamente porque tenía sueño cuando él habló. Desde la mañana había esperado alguna sorpresa, pero todo había transcurrido con naturalidad.


Tomó su mochila y comenzó avanzar por el parque. Le gustaba visitarlo porque siempre estaba tan solitario, y podía escuchar su música sin ninguna interrupción. Los árboles bloqueaban la visión de las calles, por lo que parecía estar inmerso en un bosque, además la cantidad de árboles aumentaba la sensación.


A pesar de sus audífonos, pudo percibir unos pasos que se acercaban hacia él. Se giró con un gesto distraído, vio a una chica un poco más alta que él con un flequillo que cubría parcialmente sus ojos. 

Le impresionó lo brillante de su vestimenta y lo ajustado de su pantalón. Su mirada se detuvo en una cadena que estaba enrollada en la cintura de la chica, de la cadena pendía una pesada esfera metálica. 

El rostro de la chica era de una belleza que se veía acrecentado por la inocencia que reflejaba.


—Eres más lindo que en la fotografía —le dijo la chica—, trataré de no darte en el rostro.


Sin esperar respuesta, ella comenzó a desarrollar la cadena que llevaba en la cintura. Rubén aprovechó la distracción de muchacha para sacar algo de su mochila que escondió entres la mangas de su sudadera negra. Después se giró y continúo su camino, mientras se quitaba los audífonos. Ya tenía hambre y quería llegar cuanto antes a casa.


Escuchó el silbido de la cadena al cortar el aire, ella estaba haciendo girar sobre su cabeza la pesada bola metálica. Contó los segundos y se agachó, justo en ese instante sintió como algo pasaba sobre su cabeza.


—Aún no puedes irte —le gritó ella.


Suspiró decepcionado llegaría tarde para comer.

 



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