La luna se asomaba en todo su esplendor, aunque jirones de alguna nube envidiosa de su brillo, se cerraban en torno de ella como dedos bru...

En la noche de Halloween

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La luna se asomaba en todo su esplendor, aunque jirones de alguna nube envidiosa de su brillo, se cerraban en torno de ella como dedos brumosos. El viento agitaba las ramas con saña, derribando los anaranjados cadáveres de las hojas. No habían pasado muchos minutos desde que la apagada calidez del sol había desaparecido detrás de las colinas para dejar que la noche saliera arrastrándose y cubriendo de oscuridad el vecindario.

A pesar de la oscuridad que se cernía por entre las casas, la actividad de las personas no disminuía, es más aumentaba con cada minuto. Grupos de niños enfundados en disfraces, galopaban, correteaban y caminaban por la calle; buscando la siguiente casa en la que pedirían dulces. Entre los grupos se podía ver padres que no deseaban perderse la magia de esta fiesta o que acompañaban a algún niño durante su primer Halloween.

La noche se tenía una atmósfera diferente. Era una atmósfera cargada de magia y misterio envuelta en listones negros y naranjas con calabazas silbando melodías de ultratumba. La mayoría de las personas la sentían pero no le daban importancia, sólo era un cosquilleo en la nuca; por el otro lado, había personas que sentían esa atmósfera tan diferente a los demás días y le sonreían como a un amigo al que sólo vieran una vez al año.

Una de esas personas era Adam. Para él Halloween era un asunto serio, no pedía dulces en casas que no habían colocado por lo menos una calabaza, ni tampoco recurría a una simple playera con la leyenda "Este es mi disfraz" y sólo recurría al truco en casos muy extremos. Halloween no era una simple celebración, era uno de esos pocos días en las que no se celebraba un hecho histórico o alguna fiesta religiosa, era un día para divertirse por completo, dejar a un lado a la aburrida persona que eras todo el año y divertirse con un disfraz.

Esa noche iba vestido con una máscara de un cráneo verde brillante, un manto negro le cubría, que junto a una guadaña de plástico le daban la apariencia de La Muerte a la búsqueda de su nueva víctima. De la mano llevaba a una niña pequeña que tenía el rostro pintado de blanco, los labios ligeramente morados y la sombra de unas ojeras, su vestido blanco había sido hecho jirones en la parte baja.

Adam sintió como la mano de Beca, su hermana pequeña, apretó con fuerza la suya cuando se detuvieron frente a aquella casa. En su jardín, un trío de brujas con sombreros puntiagudos y narices ganchudas observaban un caldero del que salía una espesa nube de vapor blancuzco que se arrastraba por entre ellas antes de desaparecer. A su alrededor lápidas grisáceas y raquíticas cruces brotaban de él pasto como flores. En algunas manos ávidas por aire se asomaban. Las calabazas del porche los observaba con sus miradas vacías esperándolos.

Al notar la indecisión de Beca, se agachó para estar más cerca de ella y poder verla mejor a través de los agujeros de su máscara.

—Son falsos —le dijo con voz calmada—. Son simples muñecos. No hay nada que temer.

Beca lo miro con duda. Después asintió con un imperceptible movimiento de cabeza. Juntos, cruzaron el jardín. Las ventanas de los pisos superiores de la casa se encontraban a oscuras, por el otro lado la ventana más cercana a la puerta mantenía un brillo que indicaba donde estaban sus habitantes en ese momento.

Pasado el temor inicial, Beca disfrutó del espectáculo que los habitantes de la casa habían montado en su jardín. Al igual que Adam, quién desde que había visto por primera vez la casa no había dejado de maravillarse por el empeño que le habían puesto en sus adornos y sentirse un poco asustado por el realismo que tenían las cadavéricas manos que salían de sus tumbas.

Cuando llegaron a la puerta, tocaron el timbre y exclamaron: "Dulce o Truco".

Segundos después la puerta se abrió para mostrarles a una pareja. Él llevaba una máscara blanca con cabello castaño y con un overol de un gris sucio. La mujer vestía normal, excepto por la inmensa cicatriz sangrante que tenía en el cuello como una segunda sonrisa más larga que la que tenía en la cara.

—Bienvenidos —dijo ella mientras les acercaba un tazón lleno de dulces. Su mirada se llenó de ternura al ver a Beca—. ¡Qué lindo fantasma! ¿No es así? —interrogando a su acompañante.

El hombre con el disfraz de Michael Myers se limitó a asentir con la cabeza, aumentando el efecto amenazador de su personaje. Beca se sonrojó un poco por el cumplido y le obsequió a la pareja una de esas sonrisas que podían derretir corazones. Adam no pudo evitar sentirse un poco cohibido por la apariencia del hombre. Sin duda era un buen disfraz, de los mejores que había visto.

Al terminar de tomar los dulces y guardarlos en sus respectivas bolsas. Los dos niños se despidieron. La pareja los observo mientras regresaban a la acera para ir a la siguiente casa. Mientras cruzaban el jardín, Adam se percató de que las brujas habían dejado de observar su humeante caldero y en su lugar los observaban alejarse. Tal vez fue un efecto de la luz o tal vez era su imaginación o tal vez un poco de la magia que flotaba entre las hojas otoñales arrastradas por el viento.

No le dio importancia a ese detalle y siguió su camino. Todavía faltaban más casas por visitar y su bolsa de dulces apenas pesaba. Era Halloween, cualquiera tenía que divertirse, así fueran un trío de brujas de nariz ganchuda.


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