Los villanos con su naturaleza revelada I Introdujo la llave con delicadeza en la cerradura. No quería que nadie se enterara de...

War: Episodio 3

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Los villanos con su naturaleza revelada I


Introdujo la llave con delicadeza en la cerradura. No quería que nadie se enterara de su llegada, confiaba en que todos ya estuvieran durmiendo; por descontado sabía que su hermana estaría jugando con su iPod en su cuarto y H seguramente estaría haciendo algunas labores antes de dormir. Tan sólo esperaba que Padre estuviera trabajando.
La gruesa puerta de madera se abrió. Adrián la empujó con delicadeza, lo suficiente para que él pudiera pasar, y los sonidos del exterior se quedaran fuera. Al atravesarla, la cerró tras él, el pestillo apenas emitió un sonido.

El recibidor se presentaba ante él, el suelo marmoleado era iluminado por la escasa luz que entraba por las ventanas. La casa era antigua y la oscuridad la volvía más grande e irreconocible. Afortunadamente Adrián la conocía y sabía por dónde debía de caminar. Comenzó a caminar con sigilo, algo que había perfeccionado a través de los años, sólo tenía que llegar a las escaleras del fondo, con lo que podría llegar tranquilamente a su cuarto y evitar cualquier pregunta incómoda.

La estancia se iluminó, revelando lo que las sombras se habían empeñado en ocultar. En un sillón, antiguo y verde, estaba Padre observándolo, con una sonrisa enmarcada en su barba perfectamente recortada y con un vaso de whiskey, descansando en su mano. Las mangas de su camisa estaba arremangadas y su corbata colgaba floja de su cuello.

—El sigilo siempre fue tu habilidad innata —declaró Padre, mientras se acomodaba su cabello negro, con un movimiento distraído—. Para lograrlo se necesita cierto cuidado y delicadeza en los movimientos, algo de lo que nunca careces. Excepto —señaló la mano lastimada de Adrián—, en algunas ocasiones.

—Hola, Padre —saludó Adrián, con tranquilidad.

Le había dicho que la herida de su mano había sido provocada por un vaso roto y no por el pedazo de una katana. A pesar de ello, Padre sospechaba y, al parecer, no estaba dispuesto a quitar el dedo del renglón. Su pulso había comenzado acelerarse, a pesar de haber decidido contarle la verdad a Padre, todavía no reunía el valor necesario para decírselo y menos a esa hora. Necesitaba tiempo para pensar en la mejor forma de decírselo.

—Ya me tengo que ir a dormir —agregó Adrián, mientras se alejaba de la estancia. Confiaba en que su rostro ocultara su nerviosismo.

—Vaya, pensaba que no te importaría conversar conmigo—dijo Padre con una expresión del falsa sorpresa—. No después, de regresar a la una de la mañana.

—Me encantaría, pero tengo examen mañana —mintió Adrián, alzando las manos para resaltar su negativa y después avanzó hacia las escaleras.

—¿Por quién me tomas? —le preguntó Padre, al levantarse airadamente—. ¿Piensas que no me percaté de los gestos que hacías cuando algo golpeabas tus costillas? ¿Acaso me crees tan ingenuo para pensar que un vaso te dejo esa cicatriz?

Ante cada una de sus palabras, Adrián había detenido su avance y se había volteado apenado. A toda costa evitó mirarlo a los ojos.

—No es nada —murmuró.

—Nada, no causa rumores—le dijo Padre, que se había acercado y lo tomaba por el hombro—, que resuenan en toda la Hermandad.

La palabra "Hermandad" produjo un chispazo de miedo en Adrián que, sin poder evitarlo más, miró a Padre a los ojos. Se rindió, hubiera preferido decírselo en otro momento y no cuando Padre ya estaba previamente enojado porque le había ocultado información.

—¿Recuerdas a Joyce? —preguntó Adrián.

—Sí —respondió Padre, mientras lo soltaba, extrañado por la pregunta—. Era una buena chica, hasta que perdió a tu hermana a mitad de la nada.

—Hace casi un mes Joyce—comenzó Adrián—, secuestró a Daniel y me hizo ir a rescatarlo en el edificio principal de la escuela.

Padre hizo un ademán con la mano, indicándole que tomará asiento. Adrián lo obedeció y se sentó en un sillón largo, Padre lo observaba con intensidad.

—¿Ella te provocó las heridas?—le preguntó Padre, después le dio un sorbo a su bebida.

—No —replicó Adrián—. Al parecer había contratado a dos asesinos profesionales para impedir que lograra llegar hasta ella. Después ella me golpeó, pero los asesinos habían hecho la mayor parte del trabajo...

—Espera —lo interrumpió Padre—. ¿Te enfrentaste a dos asesinos profesionales tú solo?

—Sí —respondió inseguro Adrián, algo había cambiado en la mirada de Padre y no era felicidad—. Pertenecían a Fleurs du Mal.

—Entonces los rumores que he escuchado sobre una venganza — inquirió Padre con un tono serio—. ¿Son ciertos?

Adrián le mostró el sobre que le había entregado Ragnar. Padre se transformó al verlo, su rostro tranquilo se desquebrajó por miedo. Se levantó de un salto y le arrebató el sobre, con un rápido movimiento extrajo la carta de su interior. El presentimiento de que no debía de habérselo mostrado se extendió por Adrián con la rapidez del fuego alimentado por la pólvora.

Las manos de Padre apretaron la carta, que no produjo ruido alguno.

—¿Por qué no pediste ayuda? —le preguntó con los dientes apretados—. ¿Qué te hizo pensar que estabas preparado para enfrentarte a un reto de ése tamaño?

—No pensaba que hubiera asesinos de por medio —se justificó Adrián—. No planeaba llamar a Joyce y preguntárselo.

—Ese es tú problema —le reclamó Padre—, nunca piensas. Te lanzaste contra algo que no conocías, debiste de haber pedido ayuda. No puedes combatir a un asesino sin estar seguro de sus contratos.

—La vida de Daniel estaba en riesgo —le reclamó Adrián.

—No hiciste una diferencia —dijo Padre con un semblante sombrío—. Esta es una venganza, y no creo que se conforme con sólo acabar contigo. Pusiste en riesgo a cada una de las personas que aprecias o conoces. Felicidades, quería jugar a los asesinos, ahora tienes tu primera venganza.

Padre lo dejó sólo en la habitación, sus pasos enfurecidos aún resonaban. Adrián suspiró tratando de serenarse, ya sabía que había cometido un error imperdonable, y también esperaba la furia en las palabras de Padre. A pesar de ello, la decepción que lo acompañaba le había causado más daño.

—Debes perdonar al amo Sergio —dijo una voz queda a su espalda—. Tiene miedo.

Sólo una persona llamaba a Padre por su nombre de pila. Adrián se giró para poder ver a H, su mayordomo, con claridad. Era un hombre maduro, de facciones gentiles y sonrisa fácil. Su cabello estaba plagado de destellos grises y portaba un traje color gris. Poco sabía Adrián sobre él, sólo que había estado con Padre desde sus inicios como asesino profesional y que su verdadero nombre era un secreto que sólo Padre conocía.

—Siempre imaginé —comentó Adrián—, que sería el tipo de personas que le gritaría a un fantasma.

—Tiene miedo de perderlos —continúo H, ignorando el comentario—. Ustedes significan mucho para él.

—Pensé que nunca tendría miedo—dijo Adrián, mientras miraba pensativo la estancia—, siempre lo creí tan fuerte y valiente.

—Qué tenga miedo no quiere decir que no sea valiente —explicó H recogiendo los pedazos del sobre mutilado por la furia de Padre—. El valor sólo existe cuando el miedo está presente.

—Aún así no debió de haber reaccionado así.

—Eso no lo puedo asegurar —dijo H—. Cuando se decidió cancelar el Proyecto Sangre Nueva y acabar con todos los sujetos de estudio. A pesar de que su contrato para entrenarlos había finalizado, arriesgo su vida para rescatarlos. ¿Qué motivo hay en que un asesino profesional decida salvar a tres niños? ¿Qué lo impulsó a volverse padre adoptivo? Ni él conoce esas respuestas, así que no le pida racionalidad en sus reacciones cuando se trata de ustedes. Vaya a descansar. Hay que prepararse para el peor escenario posible.

Adrián lo obedeció y abandonó la estancia. No podía hacer nada en estos momentos, sólo prepararse porque lo peor estaba por venir.



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