Arturo observaba el cuerpo de su mujer convulsionarse nuevamente. Miraba con horror sus dedos y su boca crisparse para después relajarse....



Arturo observaba el cuerpo de su mujer convulsionarse nuevamente. Miraba con horror sus dedos y su boca crisparse para después relajarse. Ella gruñía y resoplaba, de su boca espumarajos de baba se deslizaban.

–Buenas noches –dijo la mamá de Simon a la vez que presionaba el interruptor y cerraba la puerta tras ella.  En cuanto ...




–Buenas noches –dijo la mamá de Simon a la vez que presionaba el interruptor y cerraba la puerta tras ella. 

En cuanto salió su mamá, la oscuridad se adueñó de la habitación, excepto en aquellas partes iluminadas por la luz de luna que entraba a través de las cortinas. La mirada del Simon recorrió fugazmente su habitación temeroso de encontrar a Él observándolo. No lo encontró, aunque no se sintió tranquilo. Después se apresuró a cubrirse con las cobijas la cabeza y cerró con fuerza sus ojos con la esperanza de que el sueño llegará lo antes posible. No quería permanecer más tiempo despierto en la oscuridad. 

A sus nueve años, Simon no debía temerle a la oscuridad. Ya era lo suficientemente grande como para saber que la mayoría de los horrores que habitan en la oscuridad no son más que productos de la imaginación, como les decía su padre. Sin embargo, estaba seguro de que si su papá pasara una noche en su habitación dejaría de creer en en los “productos de su imaginación”. 

No supo en qué momento el ansiado sueño llegó a él y le permitió relajarse. Tampoco supo qué fue lo que lo hizo despertarse. 

En cuanto abrió sus ojos y se percató de que aún era de noche, sintió como el miedo comenzaba a deslizarse por él. Pensó en cerrar sus ojos de nuevo y esperar que el sueño regresara. No lo hizo. Tenía curiosidad por saber si Él había regresado. 

Lentamente enfocó su mirada hacia el otro extremo de habitación y lo vio. 

Cerca de la ventana, había un anciano entre las sombras. Simon no podía distinguir los rasgos de su cara. Sintió su piel erizarse por el miedo. Ahí estaba de nuevo Él. No sabía lo que quería o qué era. Simon nunca había tenido el valor para hablarle o lanzarle algo. 

El anciano llevaba apareciendo en su cuarto desde hace dos noches. No hacía nada más que observarlo desde las sombras. La primera noche que lo vio, Simon había corrido hacia la habitación de sus padres asustado. Después de asustar a sus padres, su papá lo había llevado de nuevo a su cuarto donde ya no había ningún anciano y le había explicado sobre cómo la oscuridad podía hacerte creer ver cosas. 

Decepcionado por la reacción de sus padres. Simon decidió lidiar con el anciano como mejor podía. Cerraba los ojos y se cubría con las sábanas esperando que llegara la mañana para que el anciano desapareciera. En noches anteriores había funcionado, esta no sería diferente. 

Pasados unos segundos, sintió el borde su cama hundirse. Era como si alguien se hubiera sentado a su lado. Al instante supo quién pudo haberse sentado. Su corazón se aceleró. Se quedó quieto con la esperanza de que el anciano se marchará. Su respiración había aumentado, trató de calmarse pero no podía. 

Después de lo que le pareció a Simon fueron horas; el peso que estaba sobre la cama desapareció. Simon se tranquilizó aunque todavía no se decidía a quitarse las cobijas de encima. Temía que el anciano siguiera por su habitación. Finalmente, la curiosidad venció y retiró las cobijas de él. Al instante se arrepintió de haberlo hecho. 

Sobre él flotaba el anciano. Sus cuencas vacías rezuman oscuridad, su piel seca y tirante como la de una momia se estiraba para permitirle a su boca abrirse. En su interior de su boca los dientes amarillentos y de forma irregular protegían una lengua de color negro, detrás de la lengua salió un grito que congeló la sangre de Simon. 

El grito de Simon murió junto con él.
Historias escritas por Alejandro Galindo. Con tecnología de Blogger.