La habitación tenía un diseño minimalista en que el convergían los colores blanco y negro, estos se mezclaban creado formas sencillas y vibrantes. La mayor parte del espacio, estaba ocupado por una sencilla mesa de color blanco. Sobre su superficie, distintas fotografías y papeles impresos descansaban esparcidos en un franco desorden; algunos mapas también imitaban su formación desordenada, dispuestos a no dejarse opacar en la caótica exhibición. Diez asientos rodeaban la mesa, y sólo ocho de ellos estaban ocupados. En la cabecera, Ragnar lideraba la reunión.
A su lado un chico pequeño y con cabello de color arena, observaba los mapas, tranzado líneas invisibles con su dedo.

—Su hermana es tan kawaii —dijo una chica de cabello negro con destellos azules y una diadema con orejas de gato de peluche, sostenía entre sus dedos una fotografía. Una sonrisa de placer adornaba su rostro.

Un joven de cabeza rapada y mirada hosca, se acerco a ver la fotografía y comentó:

—Dan ganas de estrellarla contra un muro.

Después regresó su mirada a una fotografía que sostenía un joven que exhibía orgulloso una mohicana roja; junto a él un chico con cabello negro y un fleco que cubría totalmente sus ojos, se entretenía en leer un legajo de hojas. Los tres se concentraban en atrapar todos los detalles de su objetivo, tratando de obtener más información de la evidente.

—No se ve tan peligroso —comentó una chica con ropa de colores brillantes y un flequillo que cubría parcialmente sus ojos, acercándose una hoja a la que una solitaria fotografía se sujetaba con un clip.

—No bajes la guardia —le advirtió Ragnar—. A pesar de ser el más joven, también perteneció al Proyecto Sangre Nueva.

Ella un gesto de incredulidad cruzó su rostro. Hasta donde se sabía no había nadie que se hubiera enfrentado a uno de los niños del Proyecto Sangre Nueva, ni tampoco alguien que conociera la totalidad de sus habilidades. La Hermandad se había encargado de ello.

—¿Podré enfrentarme al asesino de mi hermano? —lo interrogó un chico que llevaba una camisa a cuadros. La hiel de sus palabras complació a Ragnar, quién no pudo evitar pensar en su parecido con Leónidas.

—Por el momento, no —le contestó—. Aún así, le darás en donde más le duele. De todos modos, al final podrás vengarlo. Adrián pagará por lo que nos hizo —Ragnar se puso de pie y exclamó—:¡LES FLEURS DU MAL...!

—¡...SE DÉROULER! —gritaron todos con fuerza.

Ragnar sonrió. La maquinaria había comenzado a moverse, ya nada la podía detener los engranajes. Adrián ni siquiera imaginaba lo que se avecinaba.