Y nuestras oportunidades derramándose III El vestíbulo lo recibió con su calma habitual, algunas velas de la araña de hierro ya se h...

War: Episodio 22

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Y nuestras oportunidades derramándose III



El vestíbulo lo recibió con su calma habitual, algunas velas de la araña de hierro ya se habían terminado, por lo que las sombras comenzaban a reclamar la habitación.
Corrió hacia la puerta por la que había desaparecido Rubén cuando recién habían entrado. Después de todo, lo más lógico que podía hacer era seguir la misma ruta que su hermano menor para llegar con Padre. El silencio de Rubén no le inquietaba, esperaba reunirse con él en unos minutos.

—Nunca llegarás a tiempo —dijo una voz a su espalda, que lo detuvo a media carrera.

Junto a la puerta por la que había salido había un joven con los brazos cruzados. Su sola imagen despertó una serie de recuerdos en Adrián que lo hicieron dudar de lo que veía. Pensó en la posibilidad de que la poca luz que quedaba en la habitación le estuviera jugando una broma.

—¿Leónidas? —preguntó nervioso.

Estaba claro que no podía ser Leónidas, considerando que estaba muerto. Aun así la persona que Adrián tenía ante sí era muy parecida a Leónidas. Tenía el mismo peinado y el mismo cabello de color negro. Incluso un mandoble descansaba recargado sobre el muro. La única diferencia radicaba en que no usaba lentes y su ropa era muy distinta a la cuidada indumentaria de Leónidas. El chico portaba una camisa a cuadros de color rojo con negro con unos pantalones de mezclilla rasgados.

—Exacto—le dijo el chico con una expresión de burla—. Regresé desde la tumba para hacerte pagar por mi muerte.

—¿Tenia un hermano gemelo? —preguntó Adrián sorprendido.

—No eres tan idiota como pensaba —musitó el chico.

Después tomó su mandoble y se lanzó sobre Adrián. Las manos de Adrián se movieron con rapidez e interpusieron sus katanas para evitar el devastador golpe del mandoble.

—Acabaste con mi hermano —le dijo con un los dientes apretados—, él era mi única familia. Es mi turno de despojarte de la tuya.

—Leónidas cumplía con un contrato —dijo Adrián mientras empujaba su katanas para alejar a su atacante—. Al menos eso me dijo.

El chico rompió el contacto de las armas y reanudó su ataque. Adrián apenas pudo agacharse para esquivar el ataque, después se levantó mientras hacía un corte vertical con una katana. Su atacante lo esquivó al retroceder.

—¡Mientes! —le recriminó el chico al recuperarse.

Los golpes del chico se reanudaron con intensidad. Adrián aún no se recuperaba de la batalla anterior. Sus katanas comenzaban a parecer cada vez más pesadas y sentía que sus movimientos comenzaban a volverse lentos.

De repente la voz de Circe rompió su concentración, su voz le llegó a través del intercomunicador de su muñeca:

—Aaadri. Tengo miedo. Acabó con Rubén y... ¡Aaah!

El repentino corte en la comunicación lo hizo asustarse. Sintió como el miedo lo comenzaba a poseerlo. Su mente ignorando la situación, le motivó a llamar inútilmente por el intercomunicador con la esperanza de obtener alguna respuesta.

Su distracción fue aprovechada por su atacante que lo derribó con un sencillo movimiento de su pierna. Sólo cuando golpeó el suelo se percató que la batalla no había terminado. El chico se paró junto a él con enarbolando el mandoble, listo para darle el golpe final.

Adrián pensó en como Padre lo estaría regañando por haber dejado que sus problemas lo distrajeran. Un asesino con temores o preocupaciones estaba muerto desde que se levantaba. Su mente debía de estar enfocada exclusivamente en sobrevivir.

Sin levantarse, Adrián derribó a su atacante con sus piernas. Su adversario cayó ante su sorpresivo ataque. Consciente del poco tiempo que le quedaba salió de la habitación, no le importaba que el chico lo siguiera, quería encontrar a sus hermanos.

Al entrar al cuarto apenas se percató del cuerpo sin vida que las velas iluminaban con su danzarina luz. El mero hecho de saber que no era Rubén le resto importancia. Cruzó la habitación a grandes zancadas y salió por la puerta contraria. Tras él oyó al chico maldecir, pero no se detuvo a comprobar si lo seguía.

Ya fuera, se encontró en un pasillo obscuro cuya única luz provenía de su extremo más alejado, corrió hacia allá. Su único pensamiento era encontrar a sus hermanos. Al instante llegó a un patio que reconoció como el que Rubén había mencionado.

Con la mirada recorrió el frío cuadrado de cantera que era bañado por la luz de la luna. Lo único que vio fue el cuerpo de un chico con mohicana, probablemente alguien de Fleurs du Mal.

Su mirada danzó desesperada en los edificios que rodeaban el patio como silenciosos buitres que esperaban el momento para atacar. El silencio del lugar no hacía mas que aumentar la angustia de Adrián.

—¡Rubén! —gritó en el intercomunicador—. ¡Circe! ¡¿Dónde están?! ¡Respondan!

El miedo comenzó a derramarse por todo su cuerpo. Dejó caer las katanas y se llevó las manos a la cabeza mientras caía de rodillas. No podía creer que también los había perdido. Les había fallado también a ellos. Error tras error se acumulaban sobre él. Estaba derrotado, Fleurs du Mal había ganado.

Su intercomunicador emitió un sonido, una voz respondió su alterado llamado.

—Están aquí —le dijo la voz con la dulzura de alguien que saborea la victoria—. Te estamos esperando. Sólo sigue el pasillo.

Adrián no le prestó atención a las palabras, su mente se aferró a la voz y a la persona que le pertenecía. Reconocía cada nota de esa voz y desde hace poco había aprendido a odiar cada onda sonora.

Una oleada de odio comenzaba a borrar todo miedo de su cuerpo, su rabia lo hizo pararse y tomar sus katanas. Observó el pasillo contrario al que había salido, y dejó que la ira moviera sus piernas. Por fin había encontrado la pieza que lo eludía desde el inicio de todo y ahora que la imagen estaba completa, su rabia había aumentado. Un único pensamiento motivaba sus movimientos: matar.

Cruzó el patio velozmente y antes de que se diera cuenta ya estaba a mitad del pasillo. En el otro extremo vio una figura que trataba de cerrarle el paso. Era el chico de la patineta, tenía su escudo frente a él. Una presa que trataba de detener a un cazador. Sonrió con malicia, sería sencillo.

Cuando estuvo a unos pasos de él, Adrián ya sabía que era lo que debía de hacer, su cuerpo había calculado los movimientos necesarios. Saltó hacia el muro de la derecha y de ahí al muro de la izquierda. La rapidez de sus movimientos bloquearon la mente de su adversario por lo que no se dio cuenta de lo que Adrián planeaba, sólo hasta que Adrián aterrizó tras él se percató de su estrategia. Sin embargo, su espalda ya había sido atravesada por las katanas.

Con un pequeño ademán, Adrián liberó las katanas del cuerpo del chico. Miró el jardín al que había llego y su ferocidad ocupó sus cuerdas vocales para pronunciar aquel nombre que deseaba no tener que volver a pronunciar jamás:

—¡JOYCE! Detén tu juego enfermo.


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