Cuando pensaba que peleaba esta guerra solo I Por la mente de Sergio pasaron rápidamente treinta maneras diferentes de llegar a su autom...

War: Episodio 8

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Cuando pensaba que peleaba esta guerra solo I



Por la mente de Sergio pasaron rápidamente treinta maneras diferentes de llegar a su automóvil. Tenía que recuperar su espada que se encontraba guardada en la cajuela. Las pistolas podían ser más una carga que una ventaja, debido a que necesitaría tiempo para apuntar y en esa fracción de segundo podía perder la vida. 

Al llegar a la forma treinta y uno, se decidió por patear su portafolio hasta sus atacantes, ellos sólo miraron el desplazamiento del portafolio por el suelo. Sergio le disparó, en su interior las bombas de humo comenzaron a reaccionar, liberando una espesa nube de humo gris que comenzó a engullir a los tres jóvenes.
 
Corrió hacia su automóvil aparcado tres filas a su derecha, se coló entre los diferentes vehículos para poder alcanzarlo. Sabía que la nube de humo no los detendría por mucho, debía utilizar cada segundo.
 
Su Volvo plateado brillaba como un faro a mitad de una tormenta. Podía abrir la cajuela desde donde estaba pero se reservaba dicho recurso para otro momento, de hacerlo en ese momento les daría a sus atacantes una pista de su ubicación.
 
Cuando estuvo a unos pasos de su vehículo con la llave que guardaba en el bolsillo de su saco, activó el mecanismo que abriría la cajuela. El Volvo emitió un pitido indicando que había recibido la instrucción y la cajuela se abrió de manera silenciosa y rápida.
 
Tuvo poco tiempo para percatarse del chico de la mohicana que se lanzó hacia él rebanando el aire con su lanza. Sergio retrocedió para esquivar el ataque, apuntó con sus pistolas al muchacho, sus dedos comenzaba a presionar los gatillos.
 
Las balas perdieron su objetivo porque fueron desviadas, por dos pequeños objetos que cayeron produciendo un ruido metálico. La lanza volvió a arremeter contra él, dispuesto a atravesar su vientre, dio un salto hacia atrás para poner distancia. Su cuerpo chocó contra el cofre de uno de los automóviles estacionados, un tintineo le indicó que debía moverse de ahí.
 
Un instante después de que se moviera a la derecha, una pesada cadena cayó sobre el lugar en el que había estado. El chico rapado lo había atacado desde el toldo del automóvil contra el que se había detenido, destruyendo parte de la carrocería del vehículo y llenando el parabrisas de líneas que formaban un caótico patrón.
 
La otra cadena comenzó a descender sobre su nueva ubicación, dándole un breve momento para esquivar el golpe. No se percató del momento exacto en que su brazo comenzó a descender la tibieza de la sangre por él. En su brazo izquierdo asomaba el mango de una navaja plateada, dejó caer una de sus pistolas para poder arrancar la navaja.
 
Mientras se quitaba la navaja, el chico de la mohicana le daba una estocada. Que no pudo evitar lo suficientemente rápido y le rasgo parte del flanco derecho, comenzó a manar sangre de la herida.
 
Sergio, ligeramente desorientado por el ataque, se movió y se impactó con el chico del cabello negro que le dio un empellón. Para después acercarse a él, tenía los puños cerrados y entre sus dedos sobresalían afiladas hojas que refulgían impacientes por atacar. El chico le realizó rápidos cortes sobre su pecho con las navajas, las heridas comenzaron a arder con intensidad, mientras la sangre comenzaba a escapar de su cuerpo.
 
La cadena del chico rapado se lanzó contra su brazo herido y se enroscó con una facilidad que imitaba a la de un ser vivo. El chico le dio un tiró, arrastrando consigo a Sergio, su pistola restante cayó por el movimiento, después su cuerpo fue recibido por el puño desnudo de su atacante. El impacto alcanzó sus costillas apretó la mandíbula para acallar su dolor. Sus rodillas se doblaron ante el golpe de la lanza contra ellas, después su estómago recibió otro golpe proporcionado por la fuerza residual de la lanza.
 
La energía lo comenzaba a abandonar. Ellos eran buenos, más de lo que esperaba. En tan sólo unos momentos lo habían sometido, sin hacer muchos movimientos y con una simpleza que haría que su maestro se riera de él. Desde el momento en que decidió enfrentarse a ellos, había sellado su derrota.
 
Un nuevo golpe en su cabeza, lo comenzó a rodear de obscuridad. Mientras las sombras nublaban su vista y sus sentidos se adormecían, sólo pudo pensar en sus niños, ellos odiaban que los llamara así, deseo con sus pocas fuerzas que no corrieran su misma suerte.




Apenas la esfera había regresado a la chica, comenzó a hacerla girar en pequeños círculos frente a ella, mientras avanzaba en dirección a él. La cadena emitía pequeños chasquidos.
 
Rubén retrocedió mientras sacaba las armas que había escondido en sus mangas, eran dos varas de madera oscura de no más de veinte centímetros. Tomó los tanbo entre sus manos, su forma y peso le eran familiares, ya sentía su brazo completo.
 
—¡Rayos! —murmuró al darse cuenta que sus armas no lo ayudarían de mucho.
 
Sus armas estaban diseñadas para un combate a corta distancia y el arma de ella, era para larga distancia. Tendría que encontrar la forma para acercarse a ella y evitar los golpes.
 
Ella le dio una ligera patada hacia la bola, por lo que salió disparada hacia Rubén, golpeándolo en el hombro. El dolor se extendió por su cuerpo con la rapidez de un líquido derramándose. Una expresión de dolor cruzó fugazmente su rostro. Estaba acostumbrado al dolor, más de una vez sus reflejos fallaban. Padre le había dicho que era porque se distraía fácilmente, si bien, el hacía su mayor esfuerzo por concentrarse.
 
—Esa cara fue linda —le dijo la muchacha—. No dejas de ser tan fotogénico, supongo que me costará trabajo elegir la foto del día.
 
El silencio de Rubén fue recibido por un nuevo disparo de la esfera. Él lo esquivó con facilidad, al moverse hacia la izquierda. La chica esperaba tal movimiento por lo que cambió la dirección de la bola, jalándola con violencia. El pedazo de metal trazó una línea horizontal que alcanzó a Rubén en su costado derecho.
 
Antes de que pudiera recuperarse, la muchacha con un movimiento de brazos hizo que el pesado orbe se elevara sobre la cabeza de Rubén y después lo hizo descender con fuerza sobre él. Se movió a un lado y sintió como el suelo vibró al recibir de lleno el golpe.
 
La cadena tiró de la esfera con rapidez, regresándola a su baile alrededor de la muchacha. El orbe nuevamente salió disparado hacia él, que sólo pudo retroceder, quedando fuera de su alcance.
 
Al regresar la bola, trazó un amplio arco horizontal destinado a golpearlo en el rostro. Rubén se agachó para poder esquivarlo, y dio una pirueta para poder acercarse a la muchacha y poder darle un golpe en las espinillas con sus tanbo. Su tentativa fue exitosa y ella trastabilló, en ese lapso Rubén se levantó y la golpeó en la barbilla con la vara de su mano derecha. Evitando que pudiera recuperarse, le asestó un golpe en el estómago con los dos tanbo. Ella retrocedió sin soltar la cadena. Antes de recibir otro golpe de Rubén le dio una patada, que él tuvo que esquivar y le dio tiempo a ella de recuperar el control de su martillo meteoro.
 
Los giros del orbe impidieron que Rubén se acercara de nuevo a ella. Nuevamente la esfera salió hacia él. Sin pensarlo mucho, le dio un golpe con su tanbo como si fuera una pelota. La esfera regreso hacia la chica y la golpeó en el pecho, por su gesto de sorpresa ella no esperaba ese contraataque. El impacto fue tan fuerte que la derribó.
 
Usando la distracción que había provocado, Rubén se alejó corriendo del lugar. Había recordado que Padre le había dicho que debía evitar los combates. Pasó entre los árboles zigzagueando, si ella lo seguía no podría usar su arma, los árboles se lo impedirían. Oyó los pasos de ella tratando de alcanzarlo.
 
Después de atravesar una enorme extensión de árboles de gruesos troncos. Salió hacia la avenida que limitaba el parque. El ruido habitual de la ciudad regresó a él, como si una mano invisible le hubiera subido el volumen. Le dio un rápido vistazo a la zona, pensando en la ruta que debía seguir para llegar a casa. Del otro lado de la avenida, una madre llevaba la mochila de su hijo, mientras el niño le tomaba de la mano. Los dos se disponían a cruzar la calle que entraba en la avenida, en la esquina había a una casa de un color blanco, Rubén la reconoció y supo por donde tenía que ir. Corrió en esa dirección, si seguía esa calle por tres cuadras podría llegar fácilmente a casa.
 
Cuando cruzó la avenida no se percató del automóvil que avanzaba por ella. El chirrido de unos neumáticos, al detenerse abruptamente, le indicaron su presencia. Reconoció el Mercedes negro que H generalmente usaba, una portezuela se abrió para reafirmar su idea. Corrió hacia la portezuela abierta y entró, cerrando tras de sí la portezuela.
 
Dentro H lo esperaba. El vehículo se puso en marcha al instante, dejando tras de sí el parque. Rubén no mostró el menor interés en saber lo que había sido de su atacante, ni en saber porque H había aparecido en ese preciso momento.


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