Te recordaré a mi lado en el campo de batalla II El convento comenzó a perfilarse en el horizonte, Adrián fue reduciendo la velo...

War: Episodio 15

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Te recordaré a mi lado en el campo de batalla II




El convento comenzó a perfilarse en el horizonte, Adrián fue reduciendo la velocidad del automóvil a medida que se acercaban. El alumbrado público iluminaba con su fulgor amarillento la solitaria calle, los edificios de los alrededores se encontraban sumidos en un sepulcral silencio. No era raro, esa zona de la ciudad tenía vida en el día, pero de noche, cuando los negocios cercanos cerraban, la vida se escapaba a hurtadillas para dar lugar a la soledad nocturna.
—Llegamos —les informó Adrián a sus hermanos, cuando apagó el motor.

La fachada del lugar era una estructura de cantera, fría y desprovista de adornos, una sencilla puerta de madera se mostraba entreabierta, invitándolos a entrar. En el extremo derecho del convento, el templo de Santa Prisca se alzaba imponente, unido a la fachada como una protuberancia. La fachada del templo, también era de cantera, sólo que, a diferencia del convento, la fachada se encontraba plagada de adornos, que representaban tanto personas como plantas. La parte superior del templo había desaparecido, consecuencia del incendio que había convertido el convento en un lugar abandonado. Las ventanas de todo el lugar estaban tapiadas con madera, aumentando la desolación.

Apenas el motor se dejo de escuchar, sus hermanos salieron del Mercedes. Adrián abrió la portezuela preguntándose cuándo se habían despertado, o si habían estado dormidos.

Sin mediar palabra los tres se acercaron a la cajuela del Mercedes. Ninguno lanzó una mirada sobre sus hombros, para comprobar que el lugar estuviera completamente despoblado, su atención estaba enfocada en la cajuela, que había comenzado a abrirse, revelando su interior repleto de cajas de diferentes tamaños.

El automóvil, junto con dos departamentos localizados en diferentes puntos de la ciudad, formaba parte del plan de emergencia que había desarrollado Padre para situaciones como ésta. Eran depósitos de armamento, a los que cualquier miembro de la familia podía acceder si era necesario. Los tres recordaron todas las veces que Padre les había dicho que siempre debían de estar preparados.

Entre las cajas, Adrián reconoció su katana. La tomó entre sus manos y sintió cómo su cuerpo comenzaba a sentirse completo, la energía lo fue recorriendo como un bálsamo revitalizante. Se sentía confiado.

A su lado Circe abría una de las cajas. Pequeños cuchillos centellearon a la luz de la farola. Con cuidado, ella los fue sacando para después colocarlos en una bolsa que llevaba atada al muslo.

Rubén tomaba unos tanbo que colocó en las cintas que estaban sujetas a sus piernas, una vez que los tuvo acomodados, tomó otro par. Este lo puso en las cintas que tenía alrededor de los brazos.

Adrián descubrió otra katana, oculta en un extremo de la cajuela. Su rostro se iluminó de alegría, desde que había rescatado a Daniel, se había sentido muy tentado por usar dos katanas. A los dos días de haberse recuperado de las heridas había comenzado a practicar con dos katanas, aunque todavía no era muy hábil con dos katanas decidió tomarla. Dejó las dos vainas en el automóvil, le iba a costar mucho trabajo poder moverse con las katanas y las vainas colgando de su cintura.

Tanto Rubén como Circe lo miraban expectantes. Ellos ya habían acabado sus preparativos. Les dedicó una breve sonrisa a modo de disculpa mientras cerraba la cajuela.

—Necesitaremos estar comunicados —le dijo Circe mientras le extendía una pulsera con un pequeño cuadrado sujeto a ella—. H me los dio antes de que nos fuéramos, me dijo que son fáciles de usar.

—O podemos hablarnos a gritos —la interrumpió Rubén, mientras tomaba el intercomunicador que ella le daba.

Cuando los tres tuvieron sus intercomunicadores ajustados, avanzaron hacia la puerta del convento, una mole de madera remachada con hierro, que era invadido por el óxido revelando su antigüedad. Entraron por la estrecha abertura, ninguno de ellos se creía capaz de poder mover la puerta un poco más.

El vestíbulo era una habitación cuadrangular con cuatro puertas que conectaban con las demás habitaciones, el suelo estaba cubierto por una gruesa capa de polvo que ocultaba el rosado color de la cantera, la única luz que había en el lugar provenía de una pesada araña de hierro que colgaba encima de sus cabezas, con cientos de velas, provocando que las sombras bailaran con tenebrosos movimientos.

Adrián podía sentir que eran observados y al ver los rostros serios de sus hermanos comprendió que ellos también tenían la misma sensación. El chisporrotear de una vela rasgaba el manto de silencio que cubría el lugar.

—Supongo que tendremos que separarnos —dijo Adrián, el eco del lugar cargó su voz de un tono más sombrío—. Sólo así cubriremos más terreno.

—Tengo miedo —declaró Circe.

—Hace rato amenazaste a un asesino profesional—replicó Adrián con sorna—. ¿Por qué habrías de temerle ahora?

A la luz de las vacilantes velas, pudo distinguir preocupación en su rostro, un sentimiento que ella rara vez mostraba.

—No le temo a él —respondió Circe—. Tengo miedo de lo que encontremos adentro. ¿Cómo sabemos qué no es tarde para Padre o para Daniel?

—No lo sabemos —dijo Adrián, mientras abrazaba a Circe—. Pero si permanecemos aquí parados, nunca lo sabremos.

Lo único que sabemos—intervino Rubén, con voz cavernosa—, es que ellos pagarán por haberse metido con los Segarra.

—Cierto —confirmó Adrián con una sonrisa—. En marcha.

Cada uno de ellos se acercó a una puerta, Adrián eligió la de la izquierda que era la más lejana. A lo lejos vio que Circe se había ido por una pequeña puerta con pequeños adornos de hierro y Rubén por una puerta de la derecha.

Los tres se lanzaron una mirada de despedida y sin pronunciar palabra alguna, se desearon buena suerte.


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