Capítulo 3   I saw mommy kissing Santa Claus Imaginar nunca es malo. Nos ayuda a mantener la mente abierta, a encontrar s...

Christmas Lights

/
0 Comments

Capítulo 3

 

I saw mommy kissing Santa Claus


Imaginar nunca es malo. Nos ayuda a mantener la mente abierta, a encontrar soluciones a problemas o a divertirte. La imaginación es una de la habilidades más poderosas del ser humano porque no tiene límites y eso siempre viene sin consecuencias. A veces cuando estás por tomar una decisión, tu imaginación recrea todos los consecuencias posibles de la decisión, algunos agradables y otros no tanto. Ahí es donde lo más recomendable es ponerle un alto porque su poder de convicción puede ser tan fuerte que te puede llevar a tomar la decisión equivocada o que te impide llevarla a cabo por miedo.
En el caso de Adrián, su imaginación disolvía su resolución. Desde que se despertó aquel jueves había tenido la intención de invitar a salir a Daniel. Quería volver a pasar tiempo con él. Le agradaba salir con él, sentía que nunca había disfrutado tanto la compañía de alguien. El chico cruzaba por ese momento en el que quieres pasar tanto tiempo con la persona que te gusta, que usas excusas como: “es la persona más divertida” o “es mágico estar con esa persona”; para evitar decir el motivo más honesto por el que quieres pasar más tiempo juntos: “Me gusta”. No lo hacía porque no quisiera admitirlo, simplemente no lo entendía lo que sentía por él. Sin embargo, la firmeza de su decisión inicial se diluyó a lo largo de las primeras horas de la mañana. Su imaginación se divirtió mostrándole diversos resultados a su decisión, el más recurrente terminaba con Daniel huyendo de él.

Ya había desistido de cualquier intento de invitarlo a salir cuando se encontraron en uno de los pasillos de la escuela. Adrián regresaba a su salón cargando las copias que había sacado del cuaderno de su amigo Rodrigo, sus apuntes eran mejores que los suyos y le ayudarían con el examen. Mientras caminaba observaba las copias buscando alguna parte que no fuera legible para repasarla con pluma. Sus ojos se separaron del papel, y fue en ese instante cuando vio a Daniel que caminaba en su misma dirección, él tampoco tardó mucho en notarlo. Sus miradas se encontraron y ninguno supo que decir.

—¿Quieres ir al cine hoy en la tarde? —preguntó Adrián apresuradamente.. El valor que había perdido a lo largo de la mañana regresó de golpe...

Y se desvaneció con la misma velocidad. Adrián se dio cuenta de la forma en que lo había dicho. Sus palabras habían salido atropelladamente de su boca y veloces se habían lanzado sobre Daniel sin dejarlo entender lo que pasaba. Si Daniel saliera corriendo asustado o continuaba su camino como si nadie lo hubiera invitado a salir, Adrián no se sorprendería. Lo que si lo sorprendió fue ver una sonrisa colgar en el rostro de Daniel.

—No puedo salir hoy —le dijo—. ¿Podría ser mañana?

—Sí —respondió confundido Adrián. Desde un inicio deseaba un “sí” y ahora que lo tenía no sabía qué hacer con él —. ¿Después de clases? —un matiz de nerviosismo se veía en sus palabras.

—Sí —afirmó Daniel con un movimiento de cabeza—. Salgo a las 12.

—Te veo en la entrada —dijo Adrián. La felicidad comenzaba a invadirlo y la sonrisa de su rostro lo confirmaba. Su confianza también retornaba.

—De acuerdo —dijo Daniel y agregó—: Oye, no tengo clase. ¿Quisieras ir conmigo a la cafetería?

Incapaz de procesar su tan buena suerte, Adrián se limitó a asentir. No tenía clase tampoco, y si la hubiera tenido, habría faltado. Consideraba más importante pasar tiempo con Daniel. Afortunadamente no tenía examen porque creo que tampoco hubiera dudado en saltárselo.

Aprovecharon el tiempo que pasaron en la cafetería para conocerse mejor de lo que su salida del día anterior les había permitido. Mientras tomaban sorbos de sus bebidas calientes contaban anécdotas y hablaban de sus gustos. Adrián tuvo cuidado de contarle sobre su infancia, no quería que lo tomara como un loco. Sólo tuvieron una hora disponible pero fue suficiente como para que tanto Adrián como Daniel confirmaran que no había sido un error conocerse. Para el final del día ya estaban entre sus contactos de su teléfono celular y la noche no fue obstáculo para que continuaran conversando.

Su cita en el cine del día siguiente fue mejor que la anterior. Vieron una película y después pasaron el resto de la tarde paseando entre los aparadores de Plaza Altair. Daniel no dejó pasar la oportunidad para comprar el helado que le debía a Adrián.

Se encontraban en una de las bancas de Plaza Altair. Por ser viernes, el centro comercial tenía más visitantes, muchos de ellos con bolsas en las que se adivinaban cajas con moños o bolsas decoradas festivamente. La navidad se acercaba y todos querían terminar cuanto antes sus compras.

—Ya estamos a mano —declaró Daniel después entregarle a Adrián uno de los dos conos Sunrise que llevaba en la mano.

—No —le dijo Adrián mientras comía el helado—. Apenas pagaste el helado y lo hiciste dos días después. Te falta pagar los intereses.

—Pero nunca hablamos de intereses—trató de defenderse Daniel.

—Nada. Me debes por lo menos la mitad de un helado y si te sigues tardando será un helado completo.

Daniel lo miró con gesto sorprendido.

—Es injusto —dijo derrotado Daniel.

—Bienvenido al mundo real. —una sonrisa traviesa apareció en sus labios a la vez que desaparecía el resto del cono—. Es injusto

—Nunca me dijiste de los intereses. Esos no cuentan —dijo Daniel enfurruñado.

Cuando terminaron sus helados continuaron su paseo por el centro comercial hasta cerca de las ocho de la noche que fue cuando decidieron que deberían irse. Adrián acompañó a Daniel en la parada de autobuses. Los dos se encontraban envueltos en sus abrigos tratando de alejar el frío que buscaba devorarlos. Las estrellas ya habían comenzado a aparecer en el cielo.


—¿Cuando volvemos a salir? —preguntó Adrián.


El chico quería volver a ver a Daniel. Había sido divertido pasar la tarde con él y quería más. Daniel se estaba volviendo una adicción para él. Estaba seguro que a partir de esa noche, él aparecería en cada uno de sus pensamientos. Nunca se había sentido así por alguien y creía que si lo seguía viendo tal vez todo se solucionaría. Lo único que quería era poder pasar más tiempo con él. La vida era corta y el futuro impreciso, quería estar a su lado la mayor parte del tiempo que pudiera.

—El lunes —dijo Daniel—. Es el último día de clases, yo tengo clases hasta las once.

—Yo también —mintió Adrián. Ese día, saldría a las diez, pero no le importaba esperar a Daniel.

—Entonces nos vemos igual que hoy.

Como si estuviera esperando a que terminaran de ponerse de acuerdo el autobús de Daniel se detuvo en la parada. Los dos se despidieron con un abrazo y Daniel abordó el autobús después de que una señora con bastón hubiera terminado de subir pesadamente por los escalones. Adrián no se movió de la parada hasta que las luces rojas del vehículo no eran más que un recuerdo.

Los dos días siguientes pudieron haber sido una tortura para Adrián, si no hubiera podido mensajearse con Daniel. El fin de semana mantuvo muy cerca su telefóno celular y cada vez que le parecía escuchar el tono de mensaje lo sacaba para revisarlo. Circe no pudo reprimir enarcar una ceja al ver a su hermano siempre al pendiente del teléfono. Adrián no era el tipo de persona que estuviera pendiente de su celular, llegando a tenerlo arrumbado en algún lugar.

El lunes se despertó contento y con energía para soportar el poco tiempo que le faltaba para ver a Daniel de nuevo. Las clases pasaron frente a él con vertiginosa velocidad. Algunos profesores pensaban exprimir hasta el último segundo para lograr enseñarles algo a sus estudiantes antes de las vacaciones. Otros habían claudicado en sus intentos y habían terminado sus cursos antes, por ellos, Adrián salía a las diez. Cuando las clases terminaron, los profesores se sintieron más tranquilos sabiendo que había hecho lo imposible por sus alumnos y sus alumnos se sintieron mejor pensando que ya podían disfrutar sus vacaciones. Al final todos eran felices.

Adrián tomó su mochila y se quedó en una de las mesas del patio de la escuela, esperando a que fueran las once para ir a la puerta por Daniel. Rodrigo, su amigo, lo acompañó durante un rato. Para Adrián, Rodrigo era uno de sus mejores amigos. No era el tipo de persona ruidosa que le gustara hablar de todo, era alguien quién sólo decía lo necesario y que también estaba dispuesto a escucharlo. Tampoco juzgaba ni demostraba estar aburrido. Su compañía siempre era bienvenida para Adrián. Pasaron el rato conversando y cotemplando a los demás estudiantes. Hasta las once, momento en el que Rodrigo ya se había ido y Adrián ya estaba en la entrada de la escuela esperando a Daniel, quien no tardó mucho en aparecer. Los dos salieron de la escuela en busca de una nueva aventura.

Fue en ese día cuando el futuro de Adrián quedó definido y no en uno agradable. Adrián se había enamorado, todavía no lo sabía pero poco importaba, ya que no habría podido hacer nada. Sus oportunidades para salvarse se evaporaron desde ese momento.

La situación de Adrián era parecida a esa travesura que consiste en aprovecharse de la distracción de alguien para atar sus zapatos entre sí, y cuando la víctima trata de caminar sin conocer su situación, cae estrepitosamente. No es una broma mortal, a menos que tengas la imaginación necesaria para volverla mortal, pero es dolorosa. La única diferencia entre esa broma y la situación de Adrián era que el resultado de la travesura no sería una estrepitosa caída sino un corazón roto.

Siento haberte amargado la bella escena de los dos saliendo felices en pos de una aventura y sin preocuparse del futuro, con mis comentarios. Pero tenía que advertirte de lo que viene. No es algo agradable y si prefieres imaginar que después de ese paseo Adrián se le declaró a Daniel y fueron felices por mucho tiempo. Adelante, puedes dejar de leer y continuar con tu vida. No te culpo, yo también quisiera que pasara eso, pero la historia es más complicada y debo contarla como es. Si decides continuar, acércate. El intermedio ha llegado a su fin y la historia debe seguir.

Las vacaciones de invierno permitieron que Adrián y Daniel salieran juntos más veces. En varias ocasiones fueron al cine o simplemente paseando entre las calles de la ciudad. Algunas veces eran sólo ellos, otras veces eran acompañados por sus amigos. Por ello no dejaron pasar la oportunidad cuando fueron invitados a una fiesta en casa de Sandra, ella cursaba el mismo nivel que Adrián y había organizado una fiesta para celebrar las vacaciones, en donde casi todo el tercer año de preparatoria estaba invitado.

Adrián llegó solo a la casa de Sandra. Había quedado con Daniel que lo vería en la fiesta. Ante él estaba la casa de Sandra, una construcción de dos pisos color verde pastel con los bordes de las ventanas pintadas de blanco, su portón, también blanco, se encontraba abierto, unos cuantos compañeros de Adrián, a quienes apenas recordaba, se encontraban cerca de la puerta tomando aire. Antes de entrar le envió un mensaje a Daniel para avisarle que ya había llegado. Después entró y fue recibido por la caótica mezcla auditiva producida por las risas, las conversaciones hechas en voz alta y la música. En el patio de la casa había algunas mesas con botellas de bebidas y platos de botanas casi vacíos, numerosos grupos de personas brotaban a lo largo del patio. Adrián avanzó entre los grupos de personas tratando de encontrar a Daniel, incluso hizo su mejor esfuerzo para tratar de reconocer su voz entre el bullicio general. Sacó su teléfono esperando encontrar alguna respuesta de Daniel. No la encontró, así que continuó su búsqueda. Entre los asistentes de la fiesta encontró a algunos de sus compañeros y amigos de la escuela, pero ninguno supo decirle sobre Daniel. Al final supuso que todavía no llegaba. En uno de los extremos del patio vislumbró a Johan y se acercó para saber si sabía de Daniel, pero su respuesta fue negativa. Decidió pasar el rato con Johan y sus amigos, confiaba en que Daniel aparecería.

Media hora después, ya había revisado su teléfono veinte veces esperando la respuesta de Daniel a alguno de sus mensajes o de sus llamadas. La ausencia de noticias de Daniel no le agradaba temía que le hubiera pasado algo. En cuanto vio a Laura entrar su rostro se le iluminó, confiaba en que ella le pudiera dar noticias sobre Daniel. Le hizo un gesto con la mano para atraer su atención, ella lo reconoció y se deslizó entre el cada vez más concurrido patio hasta él.

—Hola —le saludó Lau a la vez que le daba un abrazo. Casi gritaba para hacerse oír entre el bullicio—. ¿Cómo has estado?

—Bien —respondió Adrián—. ¿Sabes algo de Daniel?

—No va a venir —le respondió Laura—. Le pregunté en la tarde, dijo que saldría con un amigo.

La respuesta cayó sobre Adrián con la fuerza de un mazo, no podía creer que Daniel hubiera olvidado su cita si habían hablado de ella la noche pasada. Laura apenas lo vio, su atención fue requerida por una amiga suya que se acercó a saludarla. En su defensa, te puedo decir que ella no le dijo con mala intención, simplemente no conocía la cita de Adrián con Daniel y de haberlo sabido habría tenido más tacto para decirlo.

A Adrián no le importaba como lo había dicho, le importaba lo que le había dicho. Sentía algo crecer en su interior, no era ira, sólo era un vacío que lo devoraba y que planeaba tomar su corazón. Había descubierto que Daniel, la persona que más apreciaba, lo había dejado plantado como si nada. Había esperado ese día con emoción porque lo vería de nuevo y ahora que descubrió que no lo vería, sentía el gusto amargo de esa felicidad anticipada. La peor parte era saber que Daniel no le había avisado, de haberle avisado, su felicidad se hubiera desinflado como un globo sin amarrar, ahora simplemente había explotado dejando pedazos a lo largo de todo su ser.

Abandonó la fiesta sin despedirse de nadie. No se sentía de humor. Se sentía irritado y triste. Si hubiera tenido gasolina y cerillos habría incendiado algo sólo para poder sentirse mejor, afortunadamente no los tenía porque incendiar edificios es considerado un crimen y nuestra historia hubiera acabado, aunque eso era irrelevante para Adrián; quería destruir algo para acallar la destrucción que tenía lugar en su interior.

Vagó entre las calles sin rumbo, poco le importaba su destino. Creyó escuchar a alguien llamándolo pero siguió adelante, seguramente era su imaginación. Lo único que buscaba era que el silencio de la noche lo tranquilizara. Sin embargo eso no fue lo que encontró.

Sus pasos lo habían llevado a una calle concurrida, y llena de actividad a pesar de que eran casi las ocho de la noche. En los bares y cafeterías, la gente se congregaba en su interior para disfrutar de la tranquilidad y diversión que habían esperado en toda la semana. El frío no parecía ser un impedimento para las personas que recorrían la calle buscando un lugar apropiado para divertirse y celebrar el viernes.

Algo que descubrió Adrián ese momento es la facilidad que tienes cuando estás triste para ver a toda la gente más feliz que tú; no importa que algunos hayan visto a sus amigos devorados por zombies o que alguno haya sido despedido por motivos injustos. Para él, todas las personas que caminaban por esa calle eran más felices que él, y seguramente ninguno notaría a un chico cuyo interior se colapsaba.Su mirada fue atraída por una pareja joven que entraba en una cafetería, eran dos chicos. Uno de ellos tenía el cabello negro y sonreía el otro era un chico de cabello color arena y cuyos ojos habían robado el corazón de Adrián. Su tristeza dio paso a un lamento, sus pies comenzaron a moverse maquinalmente hacia ellos. Se sentía peor viendo que era feliz y ni siquiera recordaba que lo había dejado plantado.


You may also like

No hay comentarios.:

Historias escritas por Alejandro Galindo. Con tecnología de Blogger.