Capítulo 2 I wish it was christmas today Rara vez puedes saber que te tipo de día tendrás después de despertarte. Puede que una mañ...

Christmas Lights

/
0 Comments


Capítulo 2


I wish it was christmas today


Rara vez puedes saber que te tipo de día tendrás después de despertarte. Puede que una mañana te levantes con un día soleado entrando por la ventana, acompañando de los alegres trinos de unos pajarillos y en la tarde termines atrapado en un almacén viejo perseguido por un asesino serial; o puede que tu mañana comience gris, con el frío matutino pasando a través de los barrotes de una celda y en la noche te encuentres disfrutando de una cena con tus seres queridos. Las posibilidades son infinitas y por más tiempo que pases en tu cama, o suelo (si te encuentras en la celda), no podrás ni adivinar un fragmento de la forma en que terminará tu día.
En el caso de Adrián ni siquiera había hecho el menor esfuerzo por tratar de adivinar cómo terminaría el día y si lo hubiera intentado no habría logrado imaginar lo que le deparaba el día.

No imaginaría que pasaría veinte minutos sentado en las mesas frente a la dulcería del cine esperando a alguien llamado Daniel, ni imaginaría que pasaría parte de esos veinte minutos conversando con un amigo de Laura, llamado Johan, que confirmaba su idea de que aunque pasara seis años en la preparatoria nunca conocería a todos lo que pertenecían a su generación. Tampoco imaginaría que su conversación con Johan estaba por ser interrumpida.

—Ya llegó Daniel —anunció Lau con la mirada en su celular y tecleando con velocidad una respuesta al mensaje que había recibido hace apenas unos segundos—. Ya le avisé que estamos en las mesas del cine.


Johan se acomodó los lentes y buscó con la mirada algún rastro de Daniel. Adrián también lo hizo pese a que lo hizo más para tener algo que hacer que para buscar a una persona que no recordaba haber visto en su vida o si lo había visto no lo relacionaba con el nombre. Aun así, Adrián no dudaba que reconocería a Daniel en cuanto cruzara el vestíbulo del cine. Debido a que el vestíbulo del cine se encontraba en su mayoría vacío, a pesar de que el cine se encontraba dentro de Plaza Altair, el cual, por su parte, tenía bastantes personas rondando frente a los escaparates.

No pasó mucho tiempo sin que los tres se percataran de un chico que había entrado en el vestíbulo cargando una mochila en el hombro. Su cabello color arena contrastaba con un rostro pálido que se iluminó al reconocer a sus amigos. Su sonrisa se opacó ligeramente al ver a Adrián.

—Él es Adrián —intervino Laura al notar la mirada de recelo en Daniel cuando llegó hasta ellos—. Lo conocí el curso pasado.

Daniel extendió su mano después de la presentación de Laura. Adrián correspondió el gesto. El apretón de Daniel fue un poco débil, también se percató cómo Daniel evadía mirarlo directamente a los ojos. La siguiente persona que saludó fue Laura con un beso en la mejilla y por último a Johan con un apretón de manos.

—Te tardaste mucho —le regaño Johan y agregó con expresión divertida:— Estabas ligando. ¿Verdad?

—No, tenía algo que hacer—replicó Daniel sin hacer caso de la burla—. ¿Qué película vamos a ver?

—Por eso te estábamos esperando —dijo Laura a la vez que se levantaba de la mesa y nuevamente su mirada era atrapada por el teléfono—. Todavía ni hemos visto la cartelera.

No pasó desapercibido para Adrián la evasiva en la respuesta de Daniel. Definitivamente había querido cambiar el tema, aunque desconocía sus motivos, no tenía intención de descubrirlos. Eran cosas de Daniel (al que llevaba poco de conocer) y no tenía interés en meterse en su vida, al menos en esta parte de la historia. Junto con Johan, se levantó de la mesa y siguieron a Laura quién caminaba aún con la vista en el celular hacia la taquilla sobre la que pantallas mostraban los horarios de las películas. A Adrián siempre le sorprendía cómo era que no se tropezaba o chocaba con alguien.

Después de pasar unos minutos discutiendo ante la mirada aburrida del vendedor de boletos, eligieron una película de terror llamada: "Al final del bosque". No parecía ser una mala película y era la que más cerca de empezar.

La historia trataba sobre el fantasma de una bruja que estaba condenado a vagar en una sección del bosque y, que tiene poca tolerancia con los visitantes. Por ello, los habitantes de los alrededores del bosque evitaban entrar en sus terrenos, como lo haría cualquier persona sensata que supiera de un lugar donde vive el fantasma de una bruja. No obstante, aparece un grupo de jóvenes que pensaron que sólo eran cuentos para asustar a los niños y se aventuraron al bosque sin consideración alguna por el fantasma. El cual tampoco tuvo consideración alguna al darles una lección de porque no deben perturbar a un fantasma con mal humor. Al final, el fantasma descansa tranquilo por haber puesto en su lugar a los invasores, a pesar de que ellos ya no estén en condiciones para aplicar la lección aprendida, ni de regresar a sus casas.

La película no le provocó tanto miedo a Adrián como esperaba, de hecho, había sentido simpatía por el fantasma, cualquiera hubiera sentido simpatía por un fantasma que era perturbado en la poca paz que tenía. Por el otro lado tanto Laura como Daniel estuvieron bastante asustados mientras duraba la película y recuperaron el aliento hasta que los créditos finalmente aparecieron.

Cuando salieron de la sala, encontraron el vestíbulo con más actividad que cuando había entrado. En la taquilla la fila para comprar boletos ya era numerosa aunque no tanto como las filas de la dulcería.

—Chiiiiiicos.... —los llamó Laura con la vista fija en su celular, su voz se fue perdiendo entre sus labios y sus pasos perdieron velocidad hasta detenerse. Siguió con la vista en el celular como si no hubiera dicho nada.

Daniel y Johan pausaron su conversación! y se detuvieron, al igual que Adrián; la miraron aguardando a que continuara con lo que tenía que decir. Adrián, cansado por la espera, se acercó a ella y le arrebató el celular.

—Te estoy dando mi atención —dijo Adrián—, no la desperdicies.

—¡Regrésamelo! —le ordenó ella, tratando de recuperar su teléfono de las manos de Adrián, las cuales se movía rápido y evitaban que se reuniera con su celular—. Ni que fuera tan importante tu atención.

—La gente hace fila por conocerme —replicó Adrián con una sonrisa que no encontró un reflejo en Laura—. Termina lo que nos ibas a decir y te lo doy.

—Me tengo que ir —confesó derrotada Laura—. Tengo que recoger a mi hermana.

Adrián puso cerca de su alcance su teléfono y ella lo tomó con violencia para reanudar su conversación vía mensajes. Los mensajes no impidieron que le diera un codazo a Adrián.

—Pero me ibas a acompañar por un regalo —le reclamó Daniel con tristeza.

Laura levantó la mirada de su celular y miró a Daniel con los ojos abiertos de par en par, su rostro fue invadido por una expresión de tristeza.

—Lo siento —se disculpó—. Me acaba de avisar mi mamá que va a salir tarde y que no puede recoger a mi hermana.

—¿Tú puedes? —le preguntó Daniel a Johan, en su rostro se veía que un poco de esperanza.

—No puedo —replicó Johan con gesto triste—. Aún no terminó el proyecto de Zavala y es para el viernes.

Herbet Wallace era conocido por la dedicación que le ponía a construir torres usando pequeños bloques de madera. No había nadie que lo igualara, en la construcción de torres. En una ocasión, fue entrevistado en vivo por la televisión local sobre su última obra, una torre de casi tres metros. La entrevista ocurrió sin percances, hasta que en los últimos minutos el reportero enredó el cable de su micrófono con uno de los extremos de las torre. En menos de un minuto la majestuosa obra cuya elaboración requirió al menos dos semanas completas, quedó destruida a los pies de su creador. Su cara de desolada tristeza fue vista por los televidentes que presenciaron el infortunado hecho. Adrián nunca conoció al desdichado Herbert, ni vio la transmisión de la entrevista, pero si lo hubiera hecho podría comparar la cara de pesadumbre de Herbert con la expresión que tenía Daniel en estos momentos. Tal vez por eso le dijo:

—Yo puedo acompañarte.

Daniel lo miró con sorpresa. En ese momento, Adrián se dio cuenta de que tal vez era una mala idea. ¿Cómo estaba seguro que Daniel quería pasar tiempo con alguien a quién no llevaba mucho de tiempo de conocer? Tal vez le diría que no.

—¿En serio? —preguntó Daniel cuya expresión había recuperado una sonrisa que Adrián nunca olvidaría. Al parecer a él no le importaba que no supieran de su existencia hasta ese momento.

—Sí, no tengo nada que hacer —respondió Adrián.

—¡Qué bien! —exclamó Laura con una sonrisa asomándose en sus labios—. Bueno. Ya me voy. Cuídalo, si le haces algo malo lo sabré.

—No le va a pasar nada —contestó inocentemente Adrián con las manos alzadas —. No es temporada de sacrificios humanos… Aún.

Laura le dedicó una mirada de pocos amigos por su respuesta. Le dio un beso a modo de despedida y continuó con Daniel.

—Yo voy contigo —anunció Johan quien comenzó a despedirse también.

Una vez Johan y Laura, se despidieron de los chicos. Salieron del vestíbulo del cine y se internaron entre las personas que paseaban en Plaza Altair. Adrián los vio perderse hasta que fue incapaz de identificarlos.

—¿Y qué buscamos? —preguntó Adrián.

Volteó a ver a Daniel. Hasta ese momento se había percatado de lo hermosos que eran sus ojos castaños. Un poco avergonzado, retiró rápidamente la vista.

—Una cartera —respondió Daniel—. Creo que vi un Kerosene Kingdom por aquí. Podríamos empezar ahí.

—Sí —afirmó Adrián ya un poco recuperado—, está cerca de las escaleras. Vamos.

Juntos atravesaron el vestíbulo del cine hasta salir a Plaza Altair. La navidad estaba cerca y Plaza Altair, no había escatimado en su decoraciones, en el afán de recordarle a sus visitantes el espíritu de las fechas. Los tres pisos del centro comercial se habían engalanado con guirnaldas, coronas y luces navideñas. Afortunadamente habían decidido prescindir de las grabaciones con villancicos navideños y sus variantes, con el fin de proteger la salud mental de sus empleados.

Los dos chicos no tardaron mucho en llegar a una tienda con dos gigantescas K de color rojo y en cuyo escaparate un árbol de navidad había sido formado con pantalones de mezclilla. Daniel entró primero seguido de Adrián y avanzaron hacia el mostrador que exhibía carteras.

Kerosene Kingdom era una de las ciento cuarenta tiendas que ocupan parte de los 53,000 m2 de Plaza Altair, junto con una pista de hielo, un área de comida y un cine con ocho salas. Dedicada exclusivamente a la moda para jóvenes. En su interior luces de baja intensidad iluminan a medias los anaqueles con ropa. Pese a su poca iluminación y aspecto desordenado, era un lugar atractivo para los jóvenes en busca de las mejoras tendencias.

—¿Dónde vas a pasar la Navidad? —preguntó Daniel rompiendo el silencio que se había formado entre los dos desde que entraron a la tienda.

El chico estaba inclinado sobre el mostrador donde había carteras de diferentes tamaños y materiales. En sus manos tenía una cartera de cuero sintético de color negro, abría y cerraba sus diferentes compartimentos.

—No celebro Navidad—contestó Adrián, contento de tener algo de que hablar. Desde hace rato había querido entablar conversación con Daniel, pero no sabía cómo iniciarla. No quería comenzar con preguntas sobre el chico que parecían más un interrogatorio que una conversación.

—¿Eres…? —preguntó nerviosamente Daniel. Se notaba que trataba de buscar las palabras correctas y desistió al no poder encontrarlas.

—No soy de otra religión —completó Adrián adivinando a lo que se refería—. Las personas que me criaron nunca le vieron utilidad a que celebrara navidad. Y cuando fui adoptado, ya era muy grande como para celebrarla. Además Padre no siempre está en esas fechas. Es una fecha normal para mí.

Adrián no recordaba alguna vez haber celebrado la navidad. Sabía que era y cuando era, pero nunca había recibido un regalo de navidad o adornado un árbol. Que los niños del Proyecto Sangre Nueva tuvieran días festivos nunca estuvo en los planes de la Hermandad.

—Debió de haber sido una infancia muy triste—sentenció Daniel que ya había interrumpido su estudio de las carteras y observaba con atención a Adrián. Después le pareció que sonaba muy cruel lo que había dicho y se sonrojó—: Lo siento. No debería criticar tu infancia. Apenas te conozco y… —se calló y volvió avergonzado a ver las carteras. pese a que ya las había revisado todas.

—No, no hay problema —se apresuró Adrián—. No fue precisamente triste, pero tampoco la infancia ideal y la navidad no tuvo nada que ver.

Sus palabras no surtieron efecto en Daniel que siguió revisando las carteras. El chico enarcó una ceja intrigado. No sabía porque se ponía se autocastigaba Daniel, no había dicho nada malo. No obstante, encontró su cara avergonzada bastante tierna. La música que les había parecido apagada desde que comenzaron a hablar, aumentó su volumen para poner en evidencia el silencio incómodo.

—La azul con café me gusta—comentó Adrián. Tratando de cambiar de tema y aligerar la situación.

—Es una buena opción—replicó Daniel girándose y mostrando entre sus manos una cartera de piel sintética con una franja aguamarina que la recorría de extremo a extremo y que hacía juego con las costuras del mismo color—. Creo que me la llevaré.

Seguido por Adrián, el chico se dirigió hacia el mostrador para pagar la cartera. La vendedora les lanzó una mirada suspicaz. No le agradaba la gente que tardaba tanto en elegir algo, bien podrían tratar de ocultar un robo. No la culpo, siempre debes estar en alerta permanente. No tardó mucho la transacción y en menos de diez minutos los dos abandonaron la oscura atmósfera de Kerosene Kingdom para entrar en los festivos pasillos de Plaza Altair.

—¿Quieres un helado? —sugirió Adrián en cuanto salieron.

Daniel se lo pensó y asintió pasados unos segundos. Adrián lo guió hasta un pequeño kiosko en el que una máquina de helados ocupada casi todo el lugar. Desde cartel colocado cerca de la máquina, la mascota de la marca, una amorfa masa blanca regordeta, les decía que los helados Sunrise eran los mejores.

—Dos conos, por favor —pidió Adrián al vendedor que los recibió con una sonrisa.

El vendedor les entregó los helados al mismo tiempo. Cada uno tomó el suyo. En el momento en el que Daniel se ponía a buscar dinero para pagar su helado, Adrián se adelantó y pagó por los dos. Sin esperar el reclamo de Daniel se alejo del kiosko degustando su helado. Habían llegado a la pista de hielo del centro comercial. La pista era un rectángulo rodeado por una valla y numerosas bancas ofrecían un buen lugar a los espectadores para observar a los patinadores. Árboles medianos en macetas volvían más ameno el lugar, estos habían sido decorados como si fueran pinos navideños: con luces, esferas y guirnaldas de colores brillantes.

Adrián se sentó en una de las bancas. Daniel no tardó en reunirse con él. Frente a ellos, algunos patinadores se dedicaban a realizar piruetas, otros se mantenía sujetos a la valla del lugar para evitar caerse. Apartado de ellos, unas cuantas personas también disfrutaban de los patinadores.

—¿Y nunca te ha dado curiosidad celebrar navidad? —le preguntó Daniel, ya casi había terminado su helado y se encontraba arrebujado en su sudadera debido al frío que provocaba la pista.

—No —dijo Adrián después de una pausa—. He visto las filas que hacen las personas para comprar regalos o para preparar las cenas y no se me llama la atención pasar por eso.

—Navidad no es los regalos, ni las cenas. Es los momentos, es todas esas sonrisas que iluminan las caras de las personas, es esos abrazos que ocurren durante la cena navideña, es la sorpresa al abrir los regalos, es cada uno de esos instantes en los que olvidas lo frío y triste que es el invierno y disfrutas la compañía de las personas que te rodean.

La forma en que Daniel pronunció su definición de Navidad pudo haber influenciado a cualquiera para defender la Navidad de un ejército que planeara destruirla. Incluso Adrián que nunca había sentido interés en la Navidad la hubiera defendido, claro que ese interés hubiera estado más enfocado en cierta persona que en la celebración. Daniel se percató del silencio de su acompañante y agregó avergonzado:

—Bueno, para mí eso es Navidad. Lo siento, creo que me emocioné, es que me gusta la Navidad. En esos días parece haber algo distinto en el aire.

—No, está bien emocionarse —aclaró Adrián—. Si algo te gusta no tienes porqué ocultarlo. Es la primera vez que alguien me hace sentir curiosidad por la Navidad, y sí, es un cumplido.

—Gracias —replicó levemente Daniel.

Un silencio se alojó entre ellos. Pero no era un silencio incómodo como el de hace unos momentos, era el silencio propio de las personas que no necesitan hablar y que sólo desean compartir unos instantes juntos.

—Ya me tengo que ir —dijo Daniel después de unos minutos—. Tengo tarea que hacer.

Siempre que alguien dice que debe irse y explica los motivos por lo que lo hace, hay algún mensaje escondido entre líneas. Uno puede ser que preferiría la compañía de un xenomorfo antes que seguir contigo y se justifica para que no te sientas mal. La otra es que te dice el nombre del culpable de que tan agradable momento se vea interrumpido para que puedas odiarlo en silencio. En el caso de Daniel, la segunda opción era la correcta.

—Está bien —afirmó Adrián con seriedad.

Daniel se levantó de la banca. Le extendió la mano a Adrián para despedirse.

—Nos vemos —se despidió el chico.

Adrián estrechó su mano y le devolvió la sonrisa.

—Nos vemos —dijo y agregó alzando la servilleta que había envuelto el cono del helado hace minutos desaparecido—: Me debes un helado.

—Sí, te lo tendré que pagar un día —reconoció Daniel, sin dejar de sonreír—. Gracias por acompañarme.

—De nada.

Después de esas últimas palabras Daniel se encaminó hacia las escaleras para llegar a la salida de Plaza Altair. Desde la banca, Adrián siguió observando a los patinadores y en fugaces momentos a Daniel alejándose. Para cuando Daniel desapareció, Adrián tenía la certeza de dos cosas: Daniel se había llevado algo de él, no sabía que era ni tampoco si alguna vez se había percatado de que le tenía; y que estaba dispuesto a hacer todo lo posible por recuperar eso que Daniel se había llevado.


You may also like

No hay comentarios.:

Historias escritas por Alejandro Galindo. Con tecnología de Blogger.