Capítulo 1: Step into Christmas Temo decirte que si esperas un especial de navidad lleno de magia y nieve, estás leyendo el especi...

Christmas Lights

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Capítulo 1:

Step into Christmas


Temo decirte que si esperas un especial de navidad lleno de magia y nieve, estás leyendo el especial equivocado. Aquí no hay nieve que cubra de blanco cualquier rincón abierto, ni tampoco todo lo que ocurra se solucionará por la magia de una persona gordinflona que viste de rojo. No, este especial no es como la mayoría que conoces, de hecho, dudo que termine con una enorme cena de navidad y todos celebrando alrededor del árbol. Aunque existe la posibilidad de que esté equivocado.


Este especial comienza con dos jóvenes recorriendo el amplio patio de su escuela. Los dos no compartían un rasgo común a pesar de ser hermanos. Uno de ellos era una chica, su cabello de un castaño oscuro se ocultaba bajo una gorra rosa tejida, sus mejillas habían pedido el color por causa del frío y trataba de proteger su rostro tras una bufanda rosa. Su nombre era Circe. El chico que la acompañaba se llamaba Adrián, y era más alto que ella, su cabello castaño contrastaba con lo negro de su abrigo. En sus manos, protegidas por unos gruesos guantes, llevaba un cuaderno.

Adrián era un chico de diecisiete años, cuya sonrisa podría reflejar tanto calidez como arrogancia. En su mirada, en contadas ocasiones, podías notar una madurez impropia para su edad. Desde hace tiempo había asumido la responsabilidad de cuidar a sus otros dos hermanos, pero no lo cumplía completamente debido a su naturaleza impulsiva.

Circe era la hermana de en medio y la única mujer de los tres. Su apariencia la hacía verse mucho menor. Muchos no podían creer que tuviera dieciséis años. A diferencia de Adrián, ella tenía un carácter más cáustico, con las palabras equivocadas podrías volverla tu enemiga de por vida. Los únicos que nunca podrían volverse sus enemigos eran sus hermanos, a quienes adoraba.

El tercer hermano, y quién se encuentra ausente en estos momentos, se llamaba Rubén y debido a que por el momento se encuentra resolviendo un examen de física, creo conveniente no molestarlo y presentarlo en otra ocasión.

A simple vista te parecerían chicos comunes. Sin embargo, ellos no eran chicos comunes, al menos no habían tenido una niñez común. Habían sido entrenados para convertirse en asesinos por una misteriosa organización conocida como La Hermandad de Caín, hasta que su entrenamiento fue interrumpido por la persona que los adoptó, aunque también podríamos llamarlo la persona que los salvó.

No deberían estar ahí, paseando por la escuela, ya que el clima invitaba a cualquier persona sensata a mantenerse dentro de una acogedora habitación. Sin embargo, al ser los días previos a las vacaciones de invierno ya que muchos profesores terminaban sus programas antes de lo previsto. Era posible ver a uno que otro grupo de alumnos arriesgándose a salir sólo para matar el aburrimiento que les provocaba la espera de su siguiente clase.

Tal es el caso de ese par de jóvenes que recorrían el amplio patio de la escuela. Sus pasos eran apresurados, quería llegar cuanto antes a un lugar cálido. Creo que es momento de que me nos acerquemos y escuchemos su conversación.

—¿Por qué no va recogerlo a tu salón? —preguntaba Adrián, señalando el cuaderno que portaba—. No le debe costar mucho pasar por su cuaderno.

—No seas grosero —le reclamó la chica—. Ella me lo prestó, se supone que soy yo la que debería regresárselo. Además, tú estabas quejándote de lo aburrido que era esperar a que empezara la siguiente clase.

Adrián suspiró vencido y continuó el camino en silencio. Circe, al igual que muchas hermanas, sabía el motivo de su silencio; estaba pasando por un breve berrinche infantil por haber perdido una discusión. Puede que te sorprendas de su despliegue de inmadurez, pero es algo tan común que ella ya había aprendido a soportarlo, incluso se permitía sonreír por ello.

Continuaron recorriendo el casi vacío patio, utilizó el término casi vacío porque había algunos alumnos lo suficientemente aburridos como para preocuparse por el frío, hasta que llegaron a las escaleras del otro edificio y que los llevarían con la amiga de Circe.

—¿Rubén saldrá temprano hoy? —preguntó Adrián cansado de mantener el silencio.

—No lo sé —replicó Circe con un movimiento de hombros—. Generalmente tú eres el que sabes todos nuestros horarios.

—Mmph —musitó Adrián—. Se supone, pero creo que sólo tiene que hacer un examen. Deberías mandarle un mensaje para preguntarle.

—Eso creo—respondió escuetamente Circe y aceleró el paso.

Ya habían llegado al primer piso. Las escaleras los habían conducido a un pasillo exterior, en el que un pequeño muro de concreto evitaba que la gente cayera, y reducidos grupos de personas que desafiaban el frío y mantenían animadas conversaciones. Circe comenzó a leer en las puertas de los salones su denominación para encontrar el de su amiga.

No tardaron mucho en llegar al salón que buscaban. En su interior, el bullicio de las personas que conversaban alegremente, metidos en sus propias conversaciones y, en ocasiones, interviniendo en conversaciones ajenas, invadía por completo el lugar, llenándolo de calidez. El estruendo de las voces entretejiéndose y luchando por compartir el mismo espacio hizo que Adrián se detuviera de golpe en el umbral de la puerta.

—¿No quieres entrar?— le interrogó Circe.

Adrián hizo un leve gesto con la mano indicándole que prefería permanecer fuera. Ella se encogió de hombros y entró al salón. Él metió las manos en su abrigo, mientras se hundía dentro de su ropa para mantenerse caliente. Miró apartado como Circe se encontraba con su amiga y le daba el cuaderno.

—¡Adrián! —lo llamó una voz femenina.

El chico se giró y sonrió al ver a una chica de cabello rizado que le sonreía. Ella se acercó y le dio un abrazo.

—Lau —le saludó Adrián—. Cuánto tiempo sin verte.

Estrechó sus brazos alrededor de ella, su cabello le produjo cosquillas, a pesar de ello la siguió abrazando.

—Ya ni me visitas —le reprendió ella a la vez que se separaba del abrazo—. Creo que la última vez que estuviste en mi salón fue cuando recién entramos. Siempre soy yo la que voy a buscarte.

—¿Será por Joyce? —replicó Adrián sin sonreír.

—Cierto —acordó Laura al comprender a lo que se refería.

Joyce había sido la novia de Adrián y él siempre la evitaba dentro de la escuela o incluso hablar de ella, de la misma forma que lo hace alguien quién ha sufrido una vergonzosa caída y prefiere olvidarlo. Quisiera contarte la historia de Adrián y Joyce, pero no queda mucho tiempo. Lo dejaremos para otra ocasión. Como dato adicional te puedo decir que si le preguntaras a Adrián cuál fue la moraleja de su historia, te contestaría que nunca te enamores. Por el otro lado, Circe te diría que la moraleja es que Adrián es un idiota. La opinión popular es que ella tiene razón.

¿Quieres ir al cine?—dijo Lau repentinamente—Unos amigos y yo iremos al acabar las clases.

—Claro —respondió Adrián, la idea no le parecía mala y además tenía mucho tiempo sin salir con Laura—. ¿A qué hora irán?

—Salimos a la una.

—Muy bien, te veo a la entrada.

—Podrías ir a mi salón...

El final de la frase murió en sus labios ante la mirada de Adrián. Laura se dio cuenta de lo terrible que había sido su sugerencia.

—Mala idea —declaró con tristeza al darse cuenta de su error—.Te veo en la entrada.

—De acuerdo —dijo Adrián—. Nos vemos ahí.

—Me voy —se despidió Lau, a la vez que le planeaba un beso en la mejilla— Ya me tardé mucho en ir al baño y pueden hacer preguntas —agregó con una sonrisa pícara.

Después avanzó por el pasillo hacia su salón. Se detuvo un momento para responder a un mensaje que su celular había recibido, luego continuó su camino hacia su salón. Antes de desaparecer dentro de su salón, le dedicó una última mirada a Adrián y entró en su salón. Mientras Adrián la veía desaparecer, un brazo se enroscó alrededor del suyo. No lo tomó por sorpresa, sabía que era Circe que ya había entregado el cuaderno. Volteó un poco la cabeza para poder ver mejor a su hermana.

—Listo —le dijo Circe sonriendo—. Ya se lo regresé y ya no le debo nada.

Adrián se limitó a avanzar junto con ella de regreso a sus salones.

—Hoy no regresaré con ustedes a casa —soltó Adrián cuando los dos bajaban por las escaleras—. Laura me invitó a ir al cine.

—Está bien —replicó Circe—. Yo le aviso a H y a nuestro hermanito.

En la respuesta de Circe, Adrián se percató de un leve tono de molestia. Él sabía el motivo, su hermana no estaba feliz porque estaría con Laura. Nunca había podido entender la rivalidad que su hermana sentía por ella y por cualquier persona que se acercara mucho a sus hermanos.

A veces cuando quieres a alguien, el miedo a que llegue alguna otra persona y lo alejé de ti aparece y te atrapa como los tentáculos de un pulpo interdimensional dispuesto llevarte a las oscuras simas del universo. Es en esos momentos, cuando sin motivo alguno siente un poco de odio irracional hacia las personas que se acercan a tus seres queridos. Circe no lo hacía por ser una mala persona, tenía miedo de perderlos. Si alguna vez has tenido a alguien especial para ti, comprendes el sentir de ella. Si no lo has tenido, créeme, estás mejor así.

Juntos regresaron a sus respectivos salones, envueltos en un silencio glacial.


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