—¿En qué momento te pareció buena idea sacarlo del edificio? —preguntó Sebastián con cierto enojo. Se encontraba resguardado detrás de ...

El resultado final

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—¿En qué momento te pareció buena idea sacarlo del edificio? —preguntó Sebastián con cierto enojo.

Se encontraba resguardado detrás de un pequeño muro de concreto. A su lado una chica con el cabello teñido de azul y ojos claros lo observó con una sonrisa de suficiencia. A pesar del esfuerzo de la carrera, ella todavía podía sonreír.
El muro se había convertido en una salvación para ellos. Llevaban veinte minutos esquivando ataques y tratando de encerrar al demonio en un círculo mágico. La misión estaba llevando más tiempo y no se habían acercado un poco al objetivo de derrotar al demonio.

Llevar a un demonio a un círculo mágico, era una de las formas de derrotarlo. Otra era usar un arma mágica, pero su abuelo se los había prohibido. Quería que aprendieran a controlar su magia primero. Cómo deseaba Sebastián tener una espada mágica para acabar todo tan pronto.

—No podíamos dejarlo en el edificio —afirmó Diana que asumió un tono como si explicara a un niño pequeño—. Era más peligroso. Me sorprende que no lo sepas.

—¡Pero traerlo a un parque después de llover lo hace menos peligroso! —exclamó Sebastián, mientras hacía trizas un cuadro pequeño de papel y lo esparcía entre los adoquines cercanos a un charco.

—¡Ok! —dijo ella un poco exasperada—. Lo admito, no fue la idea más brillante traer a un demonio acuático a un lugar con agua encharcada. Tal vez no pensé con claridad todo esto. ¿Estás contento?

—Sí —afirmó el chico con una sonrisa.

Diana tuvo que contener el impulso de soltarle un puñetazo para borrarle su sonrisa de victoria. Sabía que fue un error llevar a un demonio elemental a un lugar donde estuviera su elemento, pero tenía que sacarlo del edificio o las personas que vivían ahí hubieran resultado dañadas. Mientras su mente estaba con esos pensamientos se dio cuenta de algo extraño. Observó a su primo para confirmar si él también lo había notado.

—¿Por qué ya no lo escuchamos? —preguntó Sebastián dándole forma a los pensamientos de ella.

Hasta hace unos segundos escuchaban los gruñidos del demonio acuático tratando de darles alcance. En incluso de sus ataques tratando de encontrarlos Ahora el lugar se encontraba sumido en un intranquilo silencio.

—¿Se escapó? —replicó Diana.

—No es posible —musitó Sebastián mientras se levantaba para ver del otro lado del muro—. La barrera que creé es imposible de romper para un demonio de su tipo. No tiene tanto poder mágico. Podría usar los charcos como portales, pero la barrera lo obliga a que no se transporte más que a los charcos dentro de ella.

Del otro lado del muro, el parque se mostraba sumido en un silencio que levantaba sospechas. En los senderos adoquinados numerosos charcos se mantenía estáticos como un espejo en donde el plomizo cielo se reflejaba, y las ramas de los árboles tampoco eran mecidas por el viento como si también esperaran el ataque del demonio.

—Así que ustedes son los prospectos para Supremo Hechicero —dijo una voz tan grave como los borboteos de un ahogado.

Era el demonio. Los dos miraron en todas direcciones tratando de ubicar la voz. Parecía estar cerca de ellos pero no lo veían. No podía ser invisible, los demonios de su tipo no tenían esa habilidad. Tanto Sebastián como Diana se mantuvieron tensos, preparados para esquivar algún ataque y contraatacar.

La mirada de Sebastián fue atraída por algo en el suelo. Su prima siguió la trayectoria y descubrió el charco entre los adoquines desde donde los observaba un ser de rostro aplastado y ojos vidriosos como los de un pez. Su boca ancha esbozo una especia de sonrisa.

—¿En serio se resguardaron en un lugar sin verificar que era seguro? —los increpó el demonio al notar sus miradas—. Pude haberlos asesinado hace tiempo pero quería comprobar que tan idiotas eran. La Orden debe de estar decrepita para siquiera considerar...

—Activus —murmuró Sebastián con una sonrisa.

Los pedazos del papel brillaron con una ligera luz rojiza. La expresión del demonio se transformó en una de terror. Alrededor del charco comenzó a aparecer un círculo luminoso en cuyos bordes extraños símbolos comenzaron escribirse por una mano invisible.

—¿En serio creíste que no vimos el charco?—dijo Diana—. Absolvitur impurus mundi.

El demonio se retorció de dolor dentro del charco antes de desaparecer por completo junto con el círculo mágico. Los dos chicos se miraron aliviados al comprobar que su plan había tenido resultados. En una explosión de alegría, Diana abrazó a Sebastián y grito llena de euforia.

Unos aplausos a su espalda detuvieron su celebración. Se giraron hasta encontrarse con un hombre de unos cuarenta años con un cabello que apenas comenzaba a llenarse gris, vestía un traje negro impecable y un rostro carente de toda calidez.

—Felicidades —les dijo con sequedad—. Acabaron con el demonio. Aunque corrieron riesgos incensarios, le dieron ventaja, dejaron que se burlara de ustedes —una sonrisa apareció al ver como los chicos perdían la alegría de su victoria—. Y no puedo entender, como siendo dos hechiceros tardaron tanto con un demonio tan débil.

—La mayoría de las cosas —intervino Sebastián— fueron por su culpa —con un movimiento de cabeza señaló a Diana— Pude haber acabado con él en menos tiem...

—Pero no lo hiciste —lo interrumpió el hombre—. Así que deja de justificarte. Los intentos no cuentan, lo que cuenta es el resultado final.

—Pues el resultado final fue que lo derrotamos —dijo Diana recuperando su sonrisa—, y eso era lo importante, Vic.

—No recuerdo haberte permitido cortar mi nombre —dijo el hombre con frialdad—. Lo derrotaron pero cometieron muchos errores. Cuando eres un Hechicero Supremo los errores terminan en algo peor que la muerte: Universos destruidos, almas condenadas al infierno, mentes devoradas por palabras. Allá afuera hay cosas más peligrosas e inteligentes que un simple demonio acuático y aprovecharán cada descuido suyo para obtener lo que quieren. Sé que aún están aprendiendo y que habrá algunos errores que se mejorarán con la experiencia, pero si prefieren engañarse creyendo que la victoria justifica sus descuidos. Tal vez estemos perdiendo el tiempo con ustedes —se dio la vuelta y comenzó a caminar—. Vámonos. La lección termina por hoy.

En silencio, los dos chicos siguieron al hombre, abrumados por el peso de sus palabras. Su victoria se había adquirido un regusto amargo que dudaba que olvidarían. Mientras tanto, el hombre sonreía satisfecho al verlos así. Al menos habían entendido la lección.


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Historias escritas por Alejandro Galindo. Con tecnología de Blogger.