—Mamá —le llamó Tommy desde el otro lado de la puerta. —Helen —Arthur también la llamaba—. Por favor, abre. El tono dulce de su hijo y...

Lo que está detrás de sus ojos

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—Mamá —le llamó Tommy desde el otro lado de la puerta.

—Helen —Arthur también la llamaba—. Por favor, abre.

El tono dulce de su hijo y de su esposo le revolvía el estómago. Los que estaban del otro lado de la puerta no eran su esposo ni su hijo, eran algo más. Podían verse igual a ellos, moverse como ellos e incluso hablar como ellos. Pero Helen sabía que no eran ellos, algo no humano la observaba detrás de los ojos de su familia, como si fuera algo usando un disfraz.
La habitación estaba en completo desorden, sobre la cama estaba una maleta abierta. Con ropa metida en desorden, el revólver de Arthur brillaba entre algunos calcetines de colores diferentes. Debió de haberse ido antes, cuando notó los cambios extraños en su esposo. Tal vez habría podido salvar a Tommy. Ahora ya era muy tarde.

Con brusco movimiento lanzó la maleta contra un muro. Se cubrió el rostro con las manos mientras gruesas lágrimas de ira se filtraban entre sus dedos.

—¡Cariño! —exclamó la voz de Arthur con preocupación—. ¿Estás bien?

Helen escuchó como trataba de forzar el picaporte de nuevo. Podía verlo desde el otro lado de la puerta fingiendo preocupación, fingiendo estar asustado por ella. La única asustada ahí era ella.

Su mirada se dirigió a la ventana. Desde ahí pudo ver el vecindario tan normal como en cualquier mañana. Pudo ver a señora Carter que paseaba a su perro y al pasar saludaba a los Drew que se subían en su automóvil. Era difícil creer que dos noches antes la calle había estado llena de curiosos cuando las luces nocturnas aparecieron durante unos minutos para después desaparecer. Parecía que todo el mundo se hubiera olvidado de ellas.

No era que lo hubieran olvidado. La señora Carter y los Drew eran la misma cosa que se escondía detrás del rostro de Arthur y Tommy. Los detestó al verlos tan tranquilos viviendo las vidas que habían robado. En tan sólo dos días, todas las personas que conocían habían dejado de ser las mismas. Una a una, todos ellos, fueron convirtiéndose en algo diferente.

—Mamá —llamó Tommy— ¿Estás bien?

—¡TÚ NO ERES MI HIJO! —gritó Helen con la voz estaba cargada de desesperación—. ¡Vete monstruo! ¡Devuélvemelo!

Sintió que la ira la recorría con la tibieza de la sangre. Se lanzó hacia la maleta y sacó el revólver de Arthur. Colocó su mano en el picaporte y se preparó para abrirlo. Las personas que la esperaban detrás de la puerta ya no eran su esposo ni su hijo, algo más las había sustituido. Debía acabar con ellos.

—Helen —la llamó la voz de Arthur a la vez que golpeaba la puerta—. Lo estás asustando. Déjate de juegos.

El picaporte giró inútilmente, el seguro de la puerta estaba puesto. Arthur desistió de sus intentos de usar el picaporte y comenzó a aporrear la puerta.

—¡HELEN! —gritaba Arthur entre golpes—. ¡Abre de una vez!

Ella levantó el arma y apuntó donde aparecería la cara del impostor en cuanto la puerta cediera. Sólo tendría una oportunidad. Sentía el sudor en sus dedos esperaba que no se le resbalará el dedo al presionar el gatillo. Sólo tenía que acabar con ellos y podría huir.

¿Y después que haría? La pregunta se formó en su mente con una rapidez devastadora. Esas cosas podían detectar cuando alguien no era como ellos. No saldría del pueblo sin que alguno de ellos notara que era una persona normal. Incluso le sería difícil llegar al automóvil, una vez que los disparos resonaran en la casa, los otros dejarían de fingir sus vidas y entrarían por ella. No podía escapar. Ellos ya se habían apropiado de su familia y del pueblo, no tardarían en apropiarse de ella.

Helen con nerviosismo apuntó el cañón del arma a su sien, sus manos temblaban. Escuchaba que la desesperación del impostor aumentaba, los golpes comenzaba a volverse más violentos y más frecuentes. La puerta no resistiría más, era cuestión de segundos antes de que la transformaran en uno de ellos. Sólo había una salida.

Cerró los ojos y tiró del gatillo.


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