Mario no podía creerlo, a sus cuarenta años había visto muchas cosas, pero nada como su situación actual. Hasta hace unas horas estaba segu...

Hechizo

/
0 Comments
Mario no podía creerlo, a sus cuarenta años había visto muchas cosas, pero nada como su situación actual. Hasta hace unas horas estaba seguro de que Andrés había muerto, se había sentado en su escritorio, había obtenido la promoción que Andrés pudo haber tenido y lo más importante había visto su cuerpo durante el funeral. No obstante, Andrés se encontraba de otro lado de la puerta golpeándola con fuerza.



Mario había conocido a Andrés desde el primer día que entró a trabajar en Novacell, ambos eran jóvenes y la empresa buscaba empleados jóvenes, para comenzar a moldearlos. En el momento en que se conocieron se hicieron buenos amigos. Todos los viernes hacían su recorrido semanal de bares, hasta las tres de la madrugada regresaban a sus hogares y en la tarde se volvían a ver para compartir la resaca. Después de un accidente automovilístico, en el que casi pierden la vida, dejaron de beber, pero siguieron siendo amigos. Eso fue hace mucho tiempo, ahora eran padres de familia y sus andanzas de juventud habían acabado.

La mayoría de las veces la compañía los ascendía a los dos; en otras solo a uno, aunque el otro no tarda en alcanzarlo en puesto. Así habían seguido durante muchos años, hasta esta ocasión, iban a ascender a Andrés por que había reunido más méritos que Mario y al principio a Mario no le había importado, de hecho lo habían celebrado. Pasadas unas semanas, Mario había comenzado a sentir celos por Andrés, tenía una esposa amorosa y guapa, su matrimonio no se derrumbaba y sus hijos estaban estudiando ya una Licenciatura y ambos tenían excelentes calificaciones. Por el otro lado, Mario veía como su mujer se hacía cada vez más vieja, y no podía presumir sus hijos, porque ninguno salía en el cuadro de honor. Mario sentía que el merecía el puesto, ya tenía suficiente con su familia disfuncional y debían recompensarlo por soportar a su familia.
Un día encontró un papel tirado, lo levantó y leyó:

Bruja Camelia:
¿Tienes un problema?
Yo puedo ayudarte, cumpliré tu deseo por egoísta que sea.
Calle San Isidro Col. Hual N° 369

Mario lo tiró, pero al llegar a su oficina lo volvió a encontrar. El reencuentro lo motivó a ir con la bruja, tal vez podría ayudarle a arrebatarle el puesto a Andrés. Al día siguiente fue a la dirección señalada y vio que era una tienda, en las vitrinas había velas negras y medallas con símbolos que Mario no comprendía. Antes de pasar, miró a ambos lados de la calle, quería verificar que nadie lo viera entrando a ese lugar. Una vez adentro se acerco al mostrador y de la nada apareció una anciana, tenía el cabello revuelto y un ojo lo tenía de un color lechoso.

—Sé porque vienes — le dijo la anciana.

—¿En serio? — preguntó Mario, incrédulo. Ya había comenzado a dudar de la anciana.

—Quieres obtener un puesto que tu amigo a tener— dijo la anciana sonriendo. — Te daré el puesto si me pagas con el alma de un niño.

— ¿El alma de un niño? — preguntó Mario, no se creía capaz de matar a un niño. Aunque estaba dispuesto a hacerlo si con ello obtenía el puesto — ¿Cómo?

—Simple — contestó la anciana, mientras le daba un pedazo de papel — Escribe el nombre y la fecha de nacimiento del niño, aquí. Después fírmalo con tu sangre y quémalo. ¿Aceptas?

Mario miró el papel en su mano y sonrió. Si era tan fácil pagarle a la bruja con gusto lo aceptaría. Asintió y la bruja le tendió la mano, Mario dudo en dársela pero acepto. La bruja la sujeto con una fuerza inusual.

De improviso Mario se despertó en su estudio, parecía como si hubiera dormido mientras trabaja en su casa. Vio que en su escritorio, aún estaba el papel que le dio la bruja y comprendió que lo que paso en la tienda no pudo haber sido un sueño. Al día siguiente se enteró que Andrés había muerto, le causó tristeza. A Mario lo ascendieron, debía de sentir felicidad, no obstante sufrió por la pérdida de su amigo. Por eso decidió no pagarle a la bruja y esperaba, que la bruja deshiciera la magia y entonces descubría que Andrés no había muerto. Nada de eso ocurrió, solo que pasadas unas semanas, ocurrió algo que no esperaba.

Mario se encontraba platicando con su esposa, tranquilamente en la sala, aun le dolía la muerte de Andrés, pero comenzaba a olvidarlo. Mientras platicaban, oyeron que golpeaban la puerta con fuerza, Mario sintió que un hielo le recorría cada una de las vértebras de su columna. Su esposa se levantó a abrir la puerta, el trató de impedirlo. No obstante su esposa ya se encontraba girando el picaporte. En el momento que se escucho que el pestillo liberó la puerta, esta fue lanzada con fuerza golpeado a la esposa de Mario, en la nariz. Mario se iba a acercar para ayudarla, cuando en el marco de la puerta vio a Andrés. Traía la ropa con la que lo habían enterrado, pero estaba desgarrada de algunas partes y llena de tierra, parecía que había salido de su tumba. Su piel tenía un desagradable color grisáceo y lo que más asustó a Mario fue la sonrisa demente que se había dibujado en el rostro de Andrés.

—Hola Mario —dijo Andrés divertido— Es hora de pagar.

Andrés tomo a la esposa de Mario, por el cuello y comenzó a apretarla. El crujido del cuello al romperse, sacó a Mario de su aturdimiento, se levantó y corrió hacia las escaleras que conducían a su cuarto.

— ¡No huyas, Mario! — Gritó Andrés — Tu alma será el pago perfecto. Si matas a alguien, su muerte te traerá problemas.

Al decir eso, comenzó a golpear los muebles hasta destrozarlos. Mario se había encerrado en su cuarto, oyó las palabras de Andrés, también como destruía los muebles. Pero, Mario no se atrevió a bajar, le llegó un olor a gasolina y tampoco bajo, ni siquiera cuando el fuego comenzó a subir por las escaleras y un resplandor rojo le llegaba debajo de la puerta.


You may also like

No hay comentarios.:

Historias escritas por Alejandro Galindo. Con tecnología de Blogger.