La plaza pululaba de vida, apenas hace unos días habían encendido el gigantesco árbol navideño que habían colocado y mucha...

Una vez en Diciembre.

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La plaza pululaba de vida, apenas hace unos días habían encendido el gigantesco árbol navideño que habían colocado y muchas familias que no se habían permitido asistir al evento, se encontraban ahora observando el árbol, maravillados ante los primeros destellos que anunciaban la inminente llegada de la navidad. 

 Las luces del árbol titilaban dándole vida al gigante. Parecían pequeñas hadas circulando alrededor del árbol, divirtiéndose con sus juegos y sonriendo a los paseantes que se detenían observar el espectáculo, sin importar la prisa que llevarán o el frío que comenzaba a sentirse que el sol se había ocultado. Algunas personas pasaban cerca del árbol dedicándole apenas un leve movimiento de ojos, otros se detenían por completo y algunos más sacaban sus teléfonos, dispuestos a capturar a las hadas eléctricas a mitad de su danza.

Leonardo entró en la plaza, con su paso lento. Miró distraídamente a las personas que lo rodeaban, una oleada de personas fue vomitada por la estación de trenes que se encontraba frente a la plaza. El tren ya había llegado y en menos de cinco minutos partiría otro hacia la casa de Leonardo.
Dejó de avanzar, no llegaría antes de que el tren saliera y el otro tardaría mucho en llegar, así que tendría mucho tiempo. Decidió dedicarle unos segundos al árbol, siempre que había pasado cerca del árbol, era de día y por lo tanto nunca había podido ver las luces; pero esta vez era diferente.
Miró las luces navideñas y no pudo sostener la mirada, una punzada de tristeza le recorrió el cuerpo. La navidad, el preludio al final del año. Un final que sólo le recordaba lo poco que había avanzado en toda su vida, un año más vivido en vano.
Regresaba a su casa después de habar pasado un día entero con sus amigos, riendo, disfrutando. Pero ahora que estaba frente al árbol, la oscuridad de la noche descendió, entrando por sus poros, llegando hasta el corazón y apagando la pequeña llama de calidez que el día con sus amigos había dejado en el corazón de Leonardo.
Dejándolo completamente solo.
Leonardo, ya no podía ocultarse, ahora se enfrentaba a su realidad. El árbol no había hecho más que llevar sus pensamientos hasta el más oscuro de todos. Estaba solo y perdido.
Había pasado toda su vida buscando un motivo para vivir, una luz que lo guiara a través de la vida, que fuera el motor de su cuerpo y que lo impulsará a seguir avanzando. Pero tanto tiempo de vagabundeo no habían hecho más que confirmar una suposición que había surgido como una pequeña duda. No había una luz para él, todos sus pasos habían sido en vano.
En ocasiones cuando estos pensamientos lo abrumaban, una pequeña voz de su interior le decía que sus amigos eran esa luz, que debía seguir viviendo por ellos. Entonces por un momento pensaba que tal vez tenía razón, pero luego recordaba que ellos vivían sus propias vidas, sólo lo recordaban cuando convivían, después de eso, él sólo era una sombra en sus recuerdos. Dudaba que alguno le dedicara un momento dentro de sus pensamientos.
Durante el año había tenido la esperanza de encontrar a esa persona que se volviera la luz de su vida y guiara sus pasos hasta el final de sus días, o por lo menos en un gran trecho, pero con el paso del tiempo se había convencido de que tal persona no llegaría y que lo mejor sería terminar sus días. No quería seguir avanzando guiado por una esperanza que nunca llegaría.
Lo que quería era terminar con su vida.
—Yo te puedo ayudar —dijo una voz a su espalda.
Leonardo se giró y descubrió a una chica de cabello castaño que vestía un sencillo vestido blanco, a pesar de lo fría que se había vuelto la noche. Su rostro joven y perfecto sin ninguna peca, era enmarcado por su larga cabellera que le caía e cascada sobre sus hombros, lo que más impresionó a Leonardo fueron sus ojos, eran verdes pero su verde era el de los bosques y del musgo que crece en las piedras, su mirada era profunda como dos pozos claros, al verse en ellos Leonardo sentía que su corazón se abría mostrando su interior.
—Sé lo que sientes —continuó ella ignorando la mirada de Leonardo—, y sé lo que deseas. Yo puedo cumplir tu deseo, pero debes pagar por ello.
—Según tú —replicó Leonardo, recuperando su tranquilidad, la chica debía de estar jugando—. ¿Cuál es mi deseo?
Ella sonrió de manera enigmática, había algo en la chica que le hizo sentir a Leonardo, que ella no era alguien normal. No podía definir qué era lo que le provocaba esa sensación si el brillo de sus ojos, o la manera tan grácil en la que ella se movía o un aura invisible que emanaba de ella.
—Deseas ser amado —contestó —. Aunque tienes dos deseos en este momento, deseas ser amado y deseas encontrar la muerte. Uno es respuesta del incumplimiento del otro, quieres morir porque no has encontrado el amor y quieres amar para poder hacer más llevadero tu vida que estás condenado a llevar. Puedo cumplir tus dos deseos.
Leonardo se quedó sorprendido, nadie había leído con tanta precisión su corazón. Nadie había visto con tanta claridad a través de su semblante. Se había esforzado por ocultar sus temores a los demás, tapando cada resquicio por el que pudieran salir. Ahora la anormalidad que despedía la chica se mostraba ante él como una certeza. Algo dentro él ya sabía que ella no era humana, pero temeroso de conocer la verdad prefirió callar.
—Yo puedo cumplir con tu deseo de amor—contestó ella tranquilamente—, pero debes pagarme por tu deseo y el pago que recibió es tú hálito vital. Así que con ello se cumplirá tu otro deseo. Serás amado y morirás, dos deseos por el precio de uno.
—Conocer el amor a cambio de mi vida —reflexionó el chico. Fueran ciertas la promesas de ella o no, poco le importaba, de hecho su vida ya había dejado de importarle—, me parece un precio justo considerando que no tengo nada porque vivir.
—¿Tenemos un trato? —le dijo ella acercándosele.
—¿Qué debo hacer? —preguntó Leonardo un poco temeroso.
—Sólo dame un beso.
Leonardo se encontraba sentado, con su espalad apoyada en el grueso tronco de un árbol. Ella estaba recostada sobre sus piernas, jugando con una flor. El parque siempre había sido poco frecuentado a pesar de que era muy bello, con sus árboles tan grandes como las casas que rodeaban el parque. A lo lejos se escuchaban unas voces infantiles disfrutando de sus vacaciones.
Ya habían pasado varios días desde que había ocurrido el encuentro con la misteriosa chica, cuyo nombre era Deanna, y cada uno de esos días habían sido los mejores de su vida. Leonardo había descubierto lo que era ser amado por alguien y saber que ocupaba los pensamientos de alguien.
¿Cómo es que nos enamoramos? —preguntó Leonardo dándole voz a unos pensamientos que se cansaron de permanecer ocultos—. Digo, no te conocía y tú tampoco. Ni sentíamos nada el uno por el otro hasta después de ese beso.
—Fue el poder de tu deseo —contestó Deanna, que había dejado de jugar con la flor y lo miraba—. Tú deseabas conocer el amor y para que haya amor dos personas deben sentirlo. Tú deseo aunado a mi magia hicieron que me amaras y que yo te amara.
—Aún no me creo que seas un hada —dijo Leonardo cambiando de tema, siguiendo la caótica velocidad con la que un pensamiento lo llevaba a otro—. ¿Dónde están tus alas?
—No todos los seres del reino de las hadas tenemos alas —replicó ella—. Podemos a llegar a ser tan diferentes entre nosotras como lo son ustedes los humanos.
Sin darle tiempo a una nueva pregunta, Deanna lo besó. Después de que se separaron, los dos se miraron sonrientes y se dieron un nuevo beso.
La vida de Leonardo había cambiado mucho desde que la conoció, su familia e incluso sus amigos percibieron el cambio que se había realizado en él. Su pasividad había pasado a convertirse a un completo torrente de energía, al que sólo Deana le seguía el paso. Algo que celebraron todos, preocupados por la falta de vitalidad en el chico.
Inclusive el estaba comenzando a disfrutar más la vida, a verla con ojos diferentes. La oscuridad que hace unos días lo había invadido había comenzado a desaparecer, sustituyéndose por una cálida luz que lo impulsaba a seguir adelante, hasta donde el trato con Deanna lo dejara llegar.
—¿No tienes miedo de cuando llegué el final? —preguntó tímidamente Deanna.
—Para nada —respondió él, sujetándola con un abrazo—. Estoy consciente de que el viaje terminará en el algún momento y por ello quiero disfrutar al máximo de él.
Los dos quedaron fundidos en un abrazo, iluminados por los tenues rayos del sol, que atravesaban el filtro impuesto por las ramas del árbol que ya se había ido a su descanso invernal. Dentro de su abrazo se encontraba todo el universo, los ruidos del exterior se habían apagado, como si una mano hubiera movido la perilla del volumen hasta su nivel mínimo. Lo único que escuchaban eran sus respiraciones.
—Aléjate de él, Danae Sidhe —dijo una voz, reventando la magia del momento como una burbuja.
Los dos miraron a su interlocutor y vieron a un chico de que no aparentaba más de diez años, su cabello negro enmarcaba su rostro, cargado con una mirada desafiante. En su mano derecha sostenía un aro de hierro, que mantenía muy cerca de Deanna.
Ella al sentir la proximidad con el aro, retrocedió con un gesto de dolor que deformaba sus bellas facciones.
—La estás lastimando —gritó Leonardo, mientras se interponía entre el aro y Deanna—. ¿Qué quieres aquí?
—Salvarte de ese ente maligno que absorbe tu vida —respondió el niño—. No sabes con lo que estás metiendo, te tiene atrapado con su ilusión.
Leonardo arrancó el aro de metal de la mano del chico, que lo miró sorprendido. No esperaba ese atrevimiento por parte del adolescente. Por lo visto ella lo tenía engatusado, más de lo qque había imaginado.
—Vete de aquí —le ordenó Leonardo.
—No puedo dejarte con ella, es peligroso. Morirás si sigues a su lado.
—Lo sé y no me importa, he paso la vida buscando un motivo para vivir y nunca lo encontré ahora encontré algo por lo que vale la pena morir y no pienso dejarlo.
El niño recibió la mirada fulminante de Leonardo y simplemente sonrió. ¿Cómo era posible que el tipo supiera de su funesto desenlace y aún lo permitiera? Ese tipo estaba mal de su cabeza. Tendría que asustarlo para que se apartara de la Danae Sidhe, agradeció el poco público que había, no habría evidencia de lo pasaría. Comenzó a recitar unas extrañas palabras, sintió el calor que lo recorría cada vez que recitaba un hechizo, en su mano derecha comenzó a sentir un picor, el hechizo estaba casi listo.
Sintió que su muñeca era sujetada por la fuerza, con lo que su concentración desaparecía. La magia se desvaneció sin dejarle un rastro. Se sintió invadido por la ira ante semejante intromisión ¿el chico había adivinado sus intenciones? Miró iracundo al propietario de la mano que lo apresaba y en respuesta recibió un golpe.
—Muchacho estúpido —dijo la inconfundible voz de su bisabuelo—. Te he dicho que no usarás tu magia.
Leonardo se había reunido con Deanna y los dos miraban sorprendidos la escena, mientras el chico se había sumido en una especie de trance, un hombre de setenta años se había acercado al chiquillo y lo había sujetado para después abofetearlo. El hombre les dedicó una sonrisa, su rostro apenas mostraba arruga alguna, pero aún así sus ojos revelaban una edad mayor a la que el cuerpo les dejaba ver.
—Perdonen a Sebastián —se disculpó el hombre—. Puede llegar a ser muy molesto, espero que no les haya hecho pasar un mal rato.
Dejando a los dos chicos sorprendidos, el hombre se alejó llevando al niño firmemente sujeto por la muñeca. Sebastián hizo esfuerzos por liberarse, pero su bisabuelo no hizo más que apretar la muñeca.
—No debiste molestarlos —le reprendió con voz queda.
—Pero ella lo va a matar —reclamó Sebastián, mientras le dirigía una mirada de reproche—. Aún podemos salvarlo.
—En el mundo existen personas que han alimentado una oscuridad inmensa que los arrastra hasta el fondo. Ese chico es una de esas personas, matando a la Danae Sidhe, se acaba el contrato, pero el de todos modos hubiera buscado la muerte. —se detuvo y dirigió su mirada a la feliz pareja que formaban Deanna y Leonardo—. Ya no hay salvación para él. Las Danae Sidhe son seres que cumplen tu deseo más profundo, pero debes pagar con tu vida, un precio que sólo los suicidas estás dispuestos pagar. Ésas son las presas de las Danae Sidhe, los suicidas. Él ya decidió su destino.
—Pero… —musitó Sebastián—, ¿y su familia?¿sus amigos? Si él muere muchas personas lo extrañarán. Es un egoísta al dar su vida por cumplir su deseo, sin pensar en lo que sentirán los demás.
—¿Tú dando lecciones de egoísmo? —preguntó su bisabuelo mientras lo miraba sorprendido —. Sebastián, el deseo de ese muchacho es conocer el amor y ese es un sentimiento de lo más egoísta. En ese sentimiento siempre se trata de ti, de lo que Tú sientes con esa persona y de lo que haces para que esa persona no se aleje de Tu lado.
—Sigo sin entender —concluyó Sebastián.
—Lo entenderás cuando vivas los años que yo he vivido y para eso te falta mucho camino.


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