Recorres con un paso tranquilo el pasillo que une la línea 8 con la B de Garibaldi, caminas sin pensar. Te sabes el camino de memoria y...

Dirección Buenavista

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Recorres con un paso tranquilo el pasillo que une la línea 8 con la B de Garibaldi, caminas sin pensar. Te sabes el camino de memoria ya que es uno de los lugares que frecuentas. El metro siempre ha representado una buena opción para esperar a que el sol se oculte y encontrar algo de comer.

El pasillo es extenso y recto. En el suelo, líneas de color amarillo marcan los carriles por los que la gente debe de pasar para evitar congestionamientos, barandales de aluminio separan a las personas que van en una dirección de las otras. El lugar huele a orines y sudor, los olores comunes del metro, mezclados con uno más dulce. El aroma de la sangre. Puedes oler la sangre en cada uno de los cuerpos de las personas que te rodean, aunque ninguno es lo suficientemente apetitoso para ti.


Te abres paso entre las personas que, al igual que tú, recorren el pasillo. Tus pasos son opacados por los cientos de pasos y voces que resuenan en pasillo. A los costados del pasillo ves las dos escaleras que te llevan a los andenes de la estación, una frente a la otra. El pasillo, de no ser por la gente que lo recorre, sería simétrico. Te preguntas como se verá ese pasillo en treinta años. Desde que obtuviste la inmortalidad no dejas de hacerte ese tipo de preguntas. ¿Cómo se tal persona en cincuenta años? ¿El edificio seguirá aquí en treinta años? ¿Está parte de la ciudad seguirá aquí en un siglo? Poco te importa no conocer la respuesta, tienes la eternidad por delante para descubrirlo, pero no puedes dejar de preguntarte cómo cambiarán las cosas mientras sigues viéndote igual.


Avanzas hacia la escalera que tiene un letrero cerca de ella que reza: “Dirección Buenavista”. Para llegar a la escalera tienes que atravesar a un grupo de personas que va en la dirección contraria a la tuya. Un par de hombres de edad madura, sorprendidos por tu belleza te recorren con la mirada como si fueras un ángel que caminara entre ellos. Sonríes. Ese tipo de miradas no te sorprenden, todos los días te encuentras con alguien observándote con el deseo tatuado en sus rostros e incapaces de adivinar que el secreto que se oculta bajo tu pálido rostro.


Desciendes por las escaleras. A tu lado pasa un hombre de piel morena, cabello gris con vetas oscuras y regordete, puedes oler su sangre. Huele a enfermedad y putrefacción,. Supones que debe de estarse muriendo por alguna enfermedad. El hombre te rebasa, todos a tu alrededor parecen tener prisa por llegar a algún lado. La prisa es algo que perdiste desde que te volviste inmortal dos años atrás. Has dejado de sentir esa necesidad de llegar más rápido a algún lado. Ahora tienes todo el tiempo del mundo frente a ti. Tu vida no es un destello que se apagará en unos segundos. Si te cuidas, podrás llegar al fin de los tiempos, si es que existe algo como eso.


Ya en el andén, escuchas el metro acercarse mucho antes de que el viento que lo precede comience a revolver tu castaña cabellera. Una señora con gesto cansado y con una bolsa enorme se acomoda a tu lado para esperar el metro. Deja la bolsa frente a ella, cansada de cargarla sobre su hombro.


El metro finalmente entra en el andén. La gente se acerca al metro que sigue en movimiento, ignorando la línea de seguridad del andén, esperando que la puerta les quede enfrente. En cuanto las puertas del metro se abren, la gente se lanza contra los asientos que encuentra disponibles, aplastando a las personas que quieren salir. Tanto la señora como tú fueron afortunadas de que la tercera puerta del vagón les quedara enfrente. La señora entró con la fuerza de un huracán en busca de un asiento. Tú entras tras ella y te quedas cerca de la puerta. Ésta se cierra después de que el metro profiera un molesto pitido. El cristal de la puerta te muestra a una chica pálida y de cabello castaño con una expresión aburrida. Sonríes, nunca te acostumbras a ver tu reflejo, esperas que un día no lo veas, aunque sabes que los mitos no son verdad y que no te desharás de tu reflejo. La chica del vidrio sonríe, mientras el metro comienza a avanzar para internarse en las profundidades del túnel.


Apartas la mirada de tu reflejo y paseas la mirada por el vagón. No está muy lleno. Casi todos los asientos están ocupados y algunas personas se encuentran paradas. Un chico de dieciséis años al verte de pie, se levanta para ofrecerte su asiento. Con un movimiento de la mano, rechazas su gesto de buena voluntad. Apenas eres seis años mayor que él y no necesitas el asiento. Tu cuerpo ya no se cansa.


El metro no tarda en llegar a la siguiente estación. Una mujer de treinta años que se encontraba a tu izquierda, en el asiento más cercano a la puerta se levanta y baja en cuanto las puertas se abren. Su lugar es ocupado por una chica de veinte años y cabello rizado que subió en esa estación. El aroma de la sangre que emana de ella es dulce y atractivo. También puedes oler su perfume, es un aroma de cítricos. Tu mirada se atraída hacia ella.
Una vez el metro se vuelve a poner en marcha, ella saca de su bolsa un ridículamente grande iPhone 6 y navega entre sus canciones buscando una canción, a la vez que se pone sus audífonos. Después de encontrar la canción que busca, saca de su bolsa un libro de pasta suave y con tres ratas blancas, en la portada, rodeando el nombre del autor y del libro. Su separador es una carta de algún juego que viste en una serie animada de la televisión; la carta tiene dibujado un pequeño monstruo peludo café con patas verdes y garras amarillas.


El metro llega a Buenavista, la última estación. Ella se cierra apresuradamente el libro y se levanta de su asiento, estaba tan concentrada en su libro que no se percata de que su viaje había terminado. Más preocupada por no quedarse atrás que en guardar el libro sin maltratarlo, atraviesa las puertas del vagón y llega al andén. Encuentras divertida su mirada confundida, como si hubiera sido arrancada de súbita del mundo en el que estaba. Es toda una soñadora. Sin duda es tu tipo. Las chicas soñadoras siempre han tenido ese tono de inocencia en sus acciones.
La sigues por la estación. Sientes tus colmillos crecer en tu boca. Por eso te gusta pasear en el metro, siempre terminas encontrando algo que comer.


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