La sensación de mareo desapareció en unos segundos. A David le tomaba menos tiempo recuperarse después de usar su poder. Las primeras vec...

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La sensación de mareo desapareció en unos segundos. A David le tomaba menos tiempo recuperarse después de usar su poder. Las primeras veces que usaba su habilidad para teletransportarse, vomitaba y pequeños temblores le recorrían el cuerpo, evitando que se pudiera parar. Ahora sólo le quedaba un leve mareo que desaparecía en unos segundos.

Ya recuperado de los efectos del viaje, David observó el lugar al que había llegado. Era una plaza en algún pueblo. El suelo estaba cubierto de losas opacas con detalles floridos de color rojo y amarillo; formando senderos que conectaban los extremos de la plaza con el centro. En los espacios que dejaban libres los senderos, había pequeños jardines contenidos por muros de concreto de color amarillo ocre con la parte superior de color rojo ladrillo. En el centro se alzaba un kiosko con los mismos colores de los muros y con barandales de color blanco. La plaza era rodeada por una calle lo suficientemente ancha como para que transitaran dos automóviles, detrás de ella estaba rodeaba por comercios y casas de colores brillantes. En el extremo izquierdo de la plaza se alzaba una parroquia con su solitaria torre cortando el cielo. Davis suponía que la mayoría de los habitantes del lugar estarían en su interior. Por eso no había encontrado a nadie en la plaza. Lo que combinado con las sombras que producía el sol al desaparecer en el horizonte, evitó que alguien lo notara aparecer de la nada.
A estas alturas no se podía permitir que se esparciera el rumor de su localización, aunque no era como si hubiera tenido mucho tiempo para pensar. Sus perseguidores casi le daban alcance, aquella plaza fue el primer lugar que apareció en su mente cuando pensó en escapar.

Hace un mes había descubierto que podía teletransportarse, no fue un primer intento glorioso. Había estado en el parque cerca de su casa cuando pensaba que estaba por comenzar el nuevo episodio de su serie favorita y todavía le faltaba para llegar. En su mente se visualizó ya en su casa, disfrutando de su serie en la sala. No requirió más que ese pensamiento, para sentir que se rompía en millones de pedazos, y antes de que pudiera comprender qué era lo que pasaba, se encontró tirado en la sala de su casa, frente al televisor. Trató de levantarse, pero sus brazos le dolieron mientras trataba de apoyarse, su estómago se quejó y vomitó su almuerzo, después sus brazos no pudieron más y lo dejaron caer. Pasaron varios minutos antes de que se sintiera en condiciones para levantarse.

Con el paso del tiempo, sus desapariciones se volvieron más frecuentes y comenzó a entender la situación. Podía teletransportarse, aunque era algo muy distinto a lo de los cómics, había dolor y la sensación de desintegración que acompañaba cada uno de sus viajes. Esa sensación era la que hacía que no le gustara mucho usar su habilidad. Sentía como cada átomo de su cuerpo se separa, dejando su conciencia sola por una fracción de segundo. La sensación de perder su cuerpo, aunque fuera por tan poco tiempo, le asustaba. Temía no poder recuperar su cuerpo. Así que evitaba teletransportarse, además no quería llamar la atención porque no sabía lo que pasaría si la gente descubría lo que podía hacer, dudaba que lo trataran como a un héroe. Ni a su familia y amigos les había dicho lo que podía hacer. Sin embargo, ya había llamado la atención de alguien.

Desde hace dos semanas había descubierto que alguien lo seguía. Primero fue un automóvil que siempre aparecía estacionado en la calle del lugar al que fuera, después fueron personas que parecían ser normales, hasta que los atrapaba observándolo con detenimiento; trató de ignorarla hasta hoy, después de la escuela, cuando un par de hombres lo siguieron todo el trayecto hasta su casa. Era un tipo de barba de candado y robusto como un árbol, el otro era un tipo delgado y con una mirada fría, su calvicie no hacía gran cosa por hacerlo ver menos peligroso.

Corrió para alejarse de ellos, pero ellos lo imitaron. Parecía que después de estarlo vigilando, era el momento de actuar. David invadido por el miedo cambió su ruta con la intención de perderlos, torcía repentinamente por algunas calles o se cruzaba las calles esperando que algún automóvil les cortara el paso. Fue tanta su concentración en perderlos que no se percató de adónde iba, al final terminó en un callejón sin salida y con los hombres, desafortunadamente, aún tras él. En su mente apareció una fotografía de la plaza de algún pacífico pueblo, que había subido Mariana, la chica que le gustaba, a su perfil de Facebook. Se imaginó estando ahí y desapareció dejando a los dos hombres iracundos.

Aquel pueblo eran al lugar en el que Mariana estaba. Ella se había ido de las ciudad dos meses atrás y David desconocía los motivos. Ni siquiera le había avisado que dejaría la ciudad, David se enteró en Facebook de su nueva vida, gracias a que ella comenzó a subir fotos del pueblo en que estaba. Sintió un pequeño vacío en su interior al descubrir que ella se había ido a otro estado y no le había avisado. No eran grandes amigos, ni tampoco amigos lejanos, eran… ni él lo sabía. A veces lo trataba como alguien muy importante para ella y otras veces ignoraba su existencia; pero suponía que habría sido un bueno que ella le hubiera avisado que se iba a vivir a otro lado. Parte de su vacío se debía a que él quería que ella fuera su novia, pero el hecho de que se hubiera ido sin avisarle ponía fin a sus esperanzas.

David tomó su teléfono, pensó en llamarle y pedirle que si podía encontrarlo. No quería regresar a la ciudad por temor a encontrarse con los hombres de nuevo, seguramente tenía vigilada su casa y su hogar. Podía pedirle a Mariana que lo ayudara a encontrar un cuarto y él trataría de pasar unas semanas hasta que consideraría que era oportuno regresar. Llamaría a su familia y le diría que estaba bien, pero que tardaría en regresar. Podría aprovechar para pasar más tiempo con Mariana.

David escuchó pasos a lo lejos, la gente salía de la parroquia y comenzaba a caminar por la plaza. El sol había desaparecido por completo y el alumbrado público con su luz amarillenta combatía las sombras. Encontró el número celular de Mariana y la llamó, espero a que ella contestara.

No se había puesto a pensar en las fallas de su plan, como que podría estar metiendo a Mariana en un riesgo innecesario, ni que le contaría a Mariana. Simplemente se mantuvo esperando a que ella contestara y cuando la mujer de la grabación le dijo que sería enviado al buzón, colgó y volvió a marcar, esperando escuchar la voz de ella.


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