La voz del párroco se apagó, dando por terminada la misa de la tarde. La gente ya libre del formal silencio impuesto por la misa, comenza...

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La voz del párroco se apagó, dando por terminada la misa de la tarde. La gente ya libre del formal silencio impuesto por la misa, comenzaba a entablar conversaciones con sus vecinos, a la vez que se levantaban de los bancos de madera para dirigirse a la puerta de la parroquia. Lámparas de araña con luces que imitaban velas y gemas de plástico, colgaban del techo abovedado de la parroquia, iluminando a los asistentes mientras salían; el sol tenía poco tiempo de haberse ocultado.

Mariana se levantó del banco y le ofreció su brazo a su tía Rosalba, para ayudarla a levantarse. Ella aceptó su ayuda y juntas atravesaron la fila de bancos hasta llegar al pasillo central. Una vez en él, Rosalba giró hacia el altar, en donde se encontraba un retablo tan viejo que la pintura dorada se había desprendido de algunas partes dejando a la vista la madera que lo formaba; en su centro se exhibía un Cristo crucificado. Con la vista fija en el crucifijo Rosalba se persignó. Después reanudó su camino junto con su sobrina.

Tomadas del brazo caminaron lentamente a lo largo de la parroquia. La chica hacía su mejor esfuerzo por no caminar más rápido que su tía. Sus piernas cubiertas de vendas, gracias a llagas que no cerraban por la diabetes, le impedían moverse más rápido. Su paso era vigilado por la mirada compasiva de los santos colocados en retablos apolillados que se encontraban en los muros de la parroquia, junto a pinturas que representaban las estaciones de la cruz. Mariana recorrió con la mirada los ya familiares muros de la parroquia. No era la primera vez que estaba ahí, en varias ocasiones había acompañado a su tía a la parroquia desde que había llegado al pueblo.

Mariana había decidido ir a ese pueblo con la intención de disfrutar de un nuevo comienzo, ya que las cosas en la ciudad no estaban ocurriendo como ella quería. Había aplicado tres veces seguidas para entrar en dos preparatorias diferentes y en las tres veces había fallado. Pese a que había tenido la posibilidad de entrar en otras preparatorias, ella no aplicó porque no cumplían con sus expectativas. En ocasiones pensó en aceptar lo que fuera, pero después se enojaba consigo misma por pensar así. Ella sabía lo que quería y no aceptaría cualquier cosa, excepto que llevaba año y medio sin entrar en alguna preparatoria y trabajando como mesera en una cafetería en la zona comercial de la ciudad, y su determinación comenzaba a verse minada.

Aunado al hecho de que no tenía novio, sus niveles de frustración aumentaban. Muchos de sus intentos habían terminado en fracaso, o había descubierto que el chico que le gustaba la buscaba por un rato de diversión o que no estaban interesados en ella. Al final tenía la sensación de que nadie la quería y que permanecería sola por mucho tiempo.

Por eso cuando su mamá le dijo que su hermana necesitaba ayuda en la tienda que tenía en un pueblo, Mariana aceptó de inmediato. Quería dejar todo lo conocido atrás y empezar de nuevo en un lugar donde nadie la conocía.

Ya habían pasado casi dos meses, desde el viernes en el que llenó su maleta con ropa y algunos efectos personales, y abordó un camión, en la Central de Autobuses, que la llevaría a su nuevo hogar. Ahora estaba completamente habituada al pueblo, conocía todas las calles y las diferentes rutas para llegar a un mismo lugar, también conocía a las personas que frecuentaban la tienda de su tía. A pesar de que extrañaba a su familia y amigos, no se veía regresando en los próximos meses a la ciudad, le gustaba estar ahí.

Finalmente Mariana y su tía alcanzaron las enormes puertas de madera de la parroquia, y las cruzaron para encontrarse en el, delante de ellas se veía la reja que funcionaba de puerta para los terrenos de la parroquia, y tras la reja, se vislumbraba la plaza del pueblo. Una plaza en la que los colores amarillo ocre y rojo ladrillo predominaban, iluminaba por el amarillento alumbrado público. Cruzaron el patio con paso lento. La parte final que las llevaría a la plaza era una pequeña escalinata que representaba el siguiente obstáculo en el camino de su tía, pero ella lo enfrentaría. Su tía nunca dejaría que sus malestares le arruinaran su vida normal, ella lo soportaría.

Cuando se disponían a descender la pequeña escalinata, apareció la señora Guadalupe con su rosario firmemente sujeto y un velo negro cubría su cabeza, también salía de la misa. Ella era una clienta habitual de la tienda, y amiga de su tía. Al verlas se iluminó su arrugado rostro y comenzó a platicar con su tía. Mariana se apartó para dejarlas platicar con libertad, sabía que conversaciones como esas tomarían mucho tiempo en acabar.

Observó con interés la plaza del pueblo. Le gustaba esa plaza, desde ahí los atardeceres eran los más hermosos que había visto; la forma en la que el sol pintaba la vegetación de colores rojizos y las sombras de los edificios alargándose era lo que más le gustaba de los atardeceres en esa plaza. La plaza se había comenzado a llenar de las personas que salían de misa.

Su atención fue atraída por un silueta en especial que reconocía, esa persona se veía tan fuera de lugar como un barco en un maizal. Era David, un chico que había intentado salir con ella. No iban en la misma escuela, pero se conocieron por amigos mutuos. Desde que se conocieron, él hacía todo lo posible por pasar tiempo con ella, y pese a que a ella le gustaba David, sentía que estaba haciendo lo incorrecto. Él sí había entrado en la preparatoria que quería y era inteligente, algo totalmente fuera de su alcance, sentía que ella no merecía alguien como él, merecía a alguien peor.

Mariana se preguntaba qué estaba haciendo David ahí. Pensó en acercarse y saludarlo para resolver sus preguntas, pero si lo hacía tendría que lidiar con la mirada de David de enamorado y no quería sentirse amada por alguien como él. Prefería seguir estando sola. él merecía encontrar a alguien mejor que ella. Sus pensamientos, fueron interrumpidos por el sonar de su celular. Lo sacó de su bolsillo para ver quién lo llamaba y vio con horror que era David. Sintió miedo, decidió alejarse de la plaza, y regresar con su tía. Sentía la necesidad de hablar con él, pero no quería enfrentarlo. Ya había huido de sus problemas una vez y podría volver a hacerlo.


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