El puente daba a un mar en cuyo centro se alzaba una farola redonda, su brillo se reflejaba en las olas imitando el brillo de la Luna. Un...

Miércoles de Minirelatos: En sueños

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El puente daba a un mar en cuyo centro se alzaba una farola redonda, su brillo se reflejaba en las olas imitando el brillo de la Luna. Una mujer observaba la farola con aspiraciones de Luna, su blanca cabellera ondeaba con el viento marino.
Él se acercó a ella, era un hombre maduro, su cabello comenzaba a mostrar trazas del gris que el tiempo suele depositar en todos nosotros. Ninguno de sus pasos resonó en las piedras del puente. No tardó mucho en estar a su lado.

—Extraña Luna —señaló él en un intento por comenzar la conversación.

—Es igual —respondió ella, sin molestarse en dirigirle la mirada—. Está sola en un mar de negrura.

Él ser percató que la palidez de su rostro, no asemejaba a la palidez de los muertos, parecía como si emitiera un poco de luz. Ése efecto le extraño, pero no creyó conveniente comentarlo.

—Aunque la Luna esté sola —replicó él—, no deja de brillar.

La mujer se giró para verlo con una expresión cargada de extrañeza, después estalló en carcajadas. Cuando concluyeron las risas, se limpió una lágrima que se había escapado de sus ojos.

—¿De dónde has sacado eso? —le interrogó.

—Lo leí en algún lado —declaró él avergonzado evitando que sus ojos se encontraran.

—Es la idiotez más grande que he escuchado y créeme que he vivido para escuchar bastantes. La Luna no brilla porque quiera, brilla porque el sol se refleja en ella. Alguna vez la tuvo, pero dejó de brillar.

El silencio se apropió de ellos cuando las palabras de ella se apagaron, mientras los dos cruzaban un parque a mitad de la noche iluminado únicamente por focos sujetos al cielo duplicando a las estrellas. La tierra húmeda silenciaba sus pasos.

—¿Por qué? —preguntó él ante la nota de amargura que destilaba la voz de ella.

Ella se detuvo ante la pregunta. Él no se percató de ello hasta que oyó el susurro del vestido de ella movido por la inercia.

—Porque está sola —le respondió ella—. Su existencia se limita a vagar alrededor de la Tierra y nada más. Cumple solitaria esa misión, sin que alguien piense en ella. ¿Cuál es el punto de brillar al vacío? A nadie le importa.

—Estás equivocada —dijo él con una media sonrisa—. En la Tierra siempre hay alguien pensando en la Luna. Un poeta, un enamorado, un loco, un niño. No hay hora en que alguien no piense en la Luna.

—¿Es cierto lo que dices?

El hombre se percató de la añoranza dibujada en el rostro de ella. Ella quería creer en sus palabras.

—Claro. Aunque eso lo debería saber la Luna, si en lugar de buscar simpatía entre las estrellas viera hacia abajo de vez en cuando. Los humanos somos seres interesantes.

—Tienes razón —ella dirigió su mirada al falso cielo y sonrió—. Me tengo que ir. Gracias por tus palabras.

La plaza en la que se encontraban comenzó a desvanecerse, primero fueron las bancas y los árboles, borrados por una goma invisible. Poco a poco los edificios de alrededor desaparecían, incluso las lámparas con sus rojas pantallas desaparecían poco a poco.

—¿Te volveré a ver? —le preguntó él. No estaba seguro porque, pero sabía que la iba a extrañar.

—Tal vez, tal vez no —respondió ella, también se veía que no le agradaba la idea de una despedida—. No estoy segura. Puede que yo sea parte de tu sueño o que tú seas de mío.

—O puede que nuestros sueños se hayan cruzado —agregó él con una sonrisa.

Ella le devolvió la sonrisa y todo despareció.



Ramón despertó en su cama, fue incapaz de recordar su sueño, éste se había desvanecido en el mismo momento en que había abierto los ojos. La Luna entraba a raudales por la ventana de su habitación. Había algo en su brillo que le resultaba familiar, tal vez era algo que había olvidado en su sueño.

Se levantó de su cama, sus huesos crujieron cansados, a sus ochenta años era inevitable que sus huesos protestaran ante cualquier movimiento, y se dirigió hacia la ventana. Su sueño le había dejado una sensación de tristeza, aunque no podía recordar nada, las emociones producidas por su sueño se habían enganchado a su corazón.

Dirigió su mirada hacia la Luna, había algo más en ese brillo que le hizo desparecer la tristeza. Era como si Luna estuviera brillando por sí misma.


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