Sus pasos aprisionaban el pasto, que al estar lleno de vida, no profería advertencia alguna; el calor de su cuerpo, lo abandonaba, temer...

Miércoles de Minirelatos: Una vida

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Sus pasos aprisionaban el pasto, que al estar lleno de vida, no profería advertencia alguna; el calor de su cuerpo, lo abandonaba, temeroso de llegar al sitio del encuentro. La calma de la noche apenas era perturbada, la luna iluminaba lo suficiente para que distinguiera a lo lejos un carruaje negro detenido, como una fruta podrida en una pintura de un bodegón. Dos caballos igual de negros, se mantenían cerca, tan estáticos que cualquiera los podría tomar como estatuas.


Sebastián siguió avanzando, mientras aguzaba la vista tratando de vislumbrarla. El aroma de las flores de cempasúchil invadió la zona, ella estaba ahí.

Se giró y la encontró a su espalda, una mujer con un vestido tan antiguo como el de su tatarabuela, que apenas le daba volumen a un cuerpo tan delgado que la piel resaltaba los huesos. Sus cuencas vacías se dirigieron a él.

—Buenas noches —saludó Sebastián, sin mucho entusiasmo. Ya sabía lo que venía, lo supo desde que recibió el mensaje, decidió esperar a que ella hablara.

—Joven hechicero —dijo ella, su voz trasmitía tanto frío que el chico comenzó a temblar —, me has decepcionado. Tenía esperanzas en ti, te veía como uno de los mejores de nuestro tiempo…

—¿Podemos saltarnos —interrumpió Sebastián—, la parte en la que dices lo muchos que esperabas de mí? Llevó casi dos días escuchando las mismas palabras y la verdad ya me estoy aburriendo.

Trataba de aparentar tranquilidad, pero sabía que había decepcionado a todo el mundo. Había realizado uno de los actos más egoístas que se podía permitir y lo peor es que cuando lo planeó no había pensado en esas consecuencias, simplemente lo había hecho. ¿Nadie hubiera hecho lo mismo por un amigo?

— Interferiste con la naturaleza usando medios ajenos a los permitidos por tu orden —dijo ella, sus palabras fueron como dagas lanzadas al corazón de Sebastián —, aunque lo hiciste por un sentimiento tan antiguo como yo; no puedo perdonarte la índole de tus acciones. Te llamé para decirte que, de ahora en adelante, permanecerá como una entidad neutral, no te atrevas a pedirme otro favor o a interferir en mi trabajo. No presentare una queja frente a tu orden, por lo que hiciste, sólo en atención a tu ayuda pasada.

—¡ESTABA EN PELIGRO! —explotó Sebastián—, no podía dejar que su vida escapara frente a mí, no quería perderlo. ¿Qué nadie lo comprende? Todos me señalan lo malo de mis acciones, pero nadie trata de comprender que fue lo que me llevó a hacerlo.

— Hijo —lo llamó ella—, sé lo que sientes, he visto a más de una persona perder a sus seres queridos, pero es parte de mi trabajo, por eso soy ciega, para llevármelos sin mirar a quién. ¿Crees que le hiciste un favor al impedirle conocer mi tierno abrazo? Los vampiros no son los seres más afortunados y lo único que hiciste fue condenarlo a vagar por la tierra y a alimentarse de sangre, le cambiaste le vida, guiado por un acto egoísta. No eres el único que perdía a un ser querido, muchos también lo perdían —su voz adquirió un tono enérgico, como el de un glaciar—. Y si aún crees que lo que hiciste fue lo correcto, levanta la cara y afronta las consecuencias, deja de esperar que alguien se compadezca y te dé la razón.

Después se levantó con la suavidad del último suspiro de un moribundo y se deslizó hasta su carruaje, Sebastián nunca la vio moverlas piernas, en silencio abordó su carruaje. Éste se pusó en marcha al notar que su dueña estaba segura en su interior.

El chico los vio fundirse en la negrura de la noche. Se quedó completamente solo. Había decepcionado a muchas personas, había entristecido a otras y había condenado a su amigo a ser un vampiro; y ahora tenía que cargar con el peso de sus decisiones.


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