El extraño exhibía una amplia sonrisa cuando por fin llegué al salón del trono. Mi mirada era atraída por el extraño. Al ver sus ropajes...

Miércoles de Minirelatos: El pago

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El extraño exhibía una amplia sonrisa cuando por fin llegué al salón del trono. Mi mirada era atraída por el extraño. Al ver sus ropajes, no pude evitar mirar los míos decepcionado, mis ropajes eran la mitad de suntuosos que los de él. 



Su rostro me parecía familiar pero a la vez desconocido. Sentía que ya lo había visto en alguna ocasión anterior, mas no había sido el mismo rostro. Un recuerdo resonaba en mi mente pidiendo auxilio mientras era absorbido por las arenas del olvido, fui incapaz de rescatarlo pero sus gritos hacían eco en mi mente.

El baile ya había comenzado. La música inundaba el salón mientras todos a mí alrededor bailaban un vals tan delicado como el correr de un río. Cuando una pareja me golpeó accidentalmente mientras bailaban, el encanto que la mirada del extraño había provocado desapareció. Mi atención regresó al motivo por el que estaba ahí.

La busqué. Mis ojos recorrieron con la velocidad de un halcón los rostros de los convidados. Mi corazón comenzó a perder fuerza al suponer que ella no estaría ahí. ¿Algo le habría pasado? No, no era posible que algo le pase a ella. Sería una cruel broma del destino. Un impulso desconocido me hizo mirar de nuevo al extraño, la sonrisa seguía tatuada en su rostro. Con un leve movimiento de cabeza me indico a dónde mirar.

Mis ojos no podían creer lo que veía. Ella estaba ahí, pero alguien más la acompañaba. La sonrisa de ella, era la que yo tanto adoraba y también temía que se la mostrará al alguien más. El brillo de sus ojos me hizo darme cuenta de la cruel broma. Ella ya había encontrado a alguien más. Mi felicidad se rompió en mi interior y las esquirlas se clavaron en todo lo que encontraron. Me maldije por demorarme tanto en mostrarle mis sentimientos.

—Triste tu situación —dijo el extraño a mi oído, aunque no sabía cómo era su voz, lo identifiqué al instante, la leve nota de alegría me era insoportable—. Pero sabíamos que iba a pasar.

—¿Tú fuiste? —inquirí con ira.

—Por supuesto — respondió con la delicadeza del veneno al descender por una garganta—. Yo hice que se conocieran. Nada complicado, una conversación casual. Tampoco fue complicado que intercambiaran sonrisas. Sus ojos se cruzaron por un pequeño movimiento mío, y sus corazones se entrelazaron por un susurro mío. Todo fue mi obra y vaya que es de las mejores.
Cada una de sus palabras se mordía mi corazón y engullía los pedazos. Mi voz se comenzaba a quebrar pero sólo pregunté:

—¿Por qué?

—¿Acaso olvidaste nuestro trato? —hizo una pausa provocada por la duda dibujada en mi expresión—. Es cierto, lo olvidaste. Pero descuida, yo nunca olvido. He vivido cientos de milenios, como para olvidar una promesa hecha a mí. Cumplí tu deseo y estoy recogiendo mi pago.

Sus palabras me recordaron la promesa hecha hace varios años con la intesidad de un rayo. Juventud eterna a cambio de una vida incapaz de ser compartida con alguien. ¡Qué tonto fui al pensar que el destino no acudiría a tomar lo que le pertenece!


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