Atraviesas la calle a las seis de la tarde, el sol apenas era una franja roja que se ocultaba tras los edificios. Un automóvil pasó por de...

Detrás de ti

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Atraviesas la calle a las seis de la tarde, el sol apenas era una franja roja que se ocultaba tras los edificios. Un automóvil pasó por delante tuyo, después de que el ruido de sus llantas se apagó, te quedaste como la única persona que recorría la calle. Te gusta recorrer esa calle por lo calmada que es. Te sientes en calma por la tranquilidad del lugar.

En ese instante, siente como el cabello de tu nuca se eriza. La sensación de que hay alguien detrás de ti se aferra a tu corazón tan fuerte que te detienes. Te giras y lo único que descubres es la calle vacía. Esperas unos segundos, tal vez hay alguien detrás de uno de los arbustos de la esquina, aguardando a que continues con tu camino para seguirte. El tiempo pasa y no parece nadie.

Continuas tu camino, piensas que tal vez fue tu imaginación. Aunque tu imaginación no te haría creer que hay pasos detrás de ti. Son leves, como el paso de las hojas arrastradas por viento. Te detienes súbitamente y escuchas el sonido apagarse, igual que si se hubiera detenido contigo. El miedo mantiene a raya tu curiosidad, no sabes lo que puedes encontrar del otro lado.

Comienzas a caminar, a la vez que ocupas tu mente en otras cosas. No quieres entretenerte en buscarle una explicación al sonido o la sensación de persecución, porque temes descubrir que no hay alguna. Es mejor olvidar el asunto y llegar cuanto antes a casa.

A unos pasos ves como la puerta de tu casa se eleva como un faro que anuncia tu salvación, casi corres hacia ella y con torpeza buscas las llaves en tu mochila, cada segundo cuenta. Tu atención está tan concentrada en buscar las llaves que no te has dado cuenta del momento en el que dejaste de escuchar los pasos.

Finalmente aparecen las llaves, las introduces en la cerradura y la puerta se abre. Entras de un salto y cierras la puerta con un golpe. Tu respiración se normaliza. Estás a salvo. Tu corazón que parecía haber olvidado cómo latir reanuda sus latidos, aunque apresurados.

La sala se encuentra en penumbras, los muebles han sido devorados por la oscuridad pero no haya nada amenazar en sus formas. No le temes a esa oscuridad como a lo que sea que dejaste del otro lado de la puerta. Enciendes la luz y las sombras se desvanecen. Notas que las cortinas no están corridas, te apresuras a cerrarlas. Tus ojos apenas hacen el intento por vislumbrar la calle exterior.

Ya con tranquilidad comienzas a reflexionar sobre lo que pasó. Sonríes ante tu miedo infundado. No había nada detrás de ti. Estar en el interior de la casa te ayuda a darte cuenta de lo ingenuo que era tu miedo. Te diriges a la cocina y llenas un vaso con agua. En el refrigerador ves una nota de tu mamá. Llegará tarde y hay pizza en el horno de microondas.

Terminas de beber y te subes a tu habitación. Calentarás la pizza más tarde, todavía no tienes hambre. Pasarás la tarde en Facebook mientras reunes la energía para hacer la tarea, aunque sabes que nunca la reunirás. Esperas que la motivación descienda sobre ti como un rayo de energía y te haga más fácil los problemas de trigonometría; y si no llega el rayo, siempre queda pedir la tarea a alguien más. Probablemente Angél ya la terminó y con las respuestas correctas.

Pasas frente al espejo del pasillo. Su tamaño siempre te ha hecho preguntarse por qué tu mamá quería un espejo tan grande cerca de las escaleras. Podría caerse y empujarte por las escaleras. No sería una buena forma de morir.

Por el rabillo del ojo, observas una marca roja en tu rostro. Te detienes frente al espejo para estudiarla mejor, su brillo rojizo es como una señal de alerta. Un barro está por emerger en esa zona. Maldices a los chocolates que tu hermano te trajo, ellos tuvieron que ser los culpables.

No dejas de observar el naciente barro con temor. De súbito la sensación de ser observado te alcanza y sabes la causa. Él está detrás de ti. Podrías usar el espejo y reconocerlo, pero no quieres hacerlo. No quieres ver su rostro blanquecino y sus ojos vacíos y oscuros como un abismo. Él te ha seguido desde hace rato, él sabe que no podrás resistirte. Él espera el momento en el que sus ojos hagan contacto para tomar tu cuerpo y devorar tu alma.

Si te atrevieras al ver el espejo, notarías la sonrisa que tiene en sus cadavéricos labios. Él sabe que tu miedo te traicionará. ¿Cuánto tiempo podrás estar frente sin atreverte a mirarlo y descubrirlo?


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Historias escritas por Alejandro Galindo. Con tecnología de Blogger.