—¿Por qué aceptaste salir conmigo? —dijo Rebeca. El rostro de Rebeca era iluminado por la luz del sol que atravesaba los sucio...

El fin de un mundo

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—¿Por qué aceptaste salir conmigo? —dijo Rebeca.

El rostro de Rebeca era iluminado por la luz del sol que atravesaba los sucios vidrios de las ventanas. Alan no podía dejar de ver sus ojos almendrados, había un matiz de tristeza ocultándose en ellos. Eran los únicos que quedaban en el salón, las clases habían terminado.

—Por el mismo motivo por el que me decidiste salir conmigo después de ignorarme por tanto tiempo —respondió Alan, no había alzado la voz pero el vacío del salón aumentó se encargó de aumentar su tono—. Por egoísmo.

Rebeca abrió los ojos y sus labios se entreabrieron formando una expresión de sorpresa.

—Yo… —comenzó Rebeca y después calló. Su mirada se apartó de Alan y se dirigió a la ventana.

—Nos dejamos guiar por el egoísmo —dijo Alan—. Elegimos lo que queríamos en lugar de lo que necesitábamos. A ti Luis no te hacía caso y no querías seguir sola, así que optaste por la persona que ha intentado por mucho tiempo llamar tu atención. Me elegiste como segunda opción.

—Yo —continuó Alan—, sabía lo que sentías por Luis y estaba tan desesperado por que me dijeras que te gustaba que ignoré lo de Luis, simplemente acepté. Yo necesitaba que tú nunca me hubieras propuesto comenzar a salir y tú necesitabas que te dijera que no. No teníamos que meternos en esta relación que no está funcionando y cada día se agota. Ahora ni siquiera sé lo que siento por ti. Me gustas, pero ya no como antes.

Alan vio cómo sus palabras entristecían el rostro de Rebeca. Al él también le dolía lo que estaba haciendo. Por meses estuvo tratando de llamar la atención de Rebeca, de hacerle ver lo mucho que le gustaba. Y ahora que finalmente estaban juntos, tenía que dejarla ir.

—¿Entonces estamos rompiendo? —preguntó Rebeca en voz baja, adelántandose a las palabras de Alan.

Hasta sus oídos llegaban apagados las alegres conversaciones de los alumnos que recorrían los pasillos. Alan pensó en lo extraño que era todo. La gente afuera del salón caminaba metida en sus propios deseos ignorando que una relación estaba terminando y que él estaba rechazando lo que creía era su deseo hecho realidad. Seguramente el también caminaría por las calle ignorando que tal vez, en una casa, el mundo de alguien se estaría derrumbando. Todos los días un mundo se acaba y hoy le había tocado ponerle fin al suyo.

—Sí —dijo Alan después de haber hecho una larga pausa—. Es lo mejor para los dos. Tratamos de que funcionara, pero no podemos mantener esto por más tiempo. Tú no eres feliz estando atrapada en esta relación conmigo y yo no soy feliz porque no me quieres como yo a ti.

—Está bien —fue la respuesta de Rebeca.

Alan se percató del leve matiz de alivio que se traslucía en ella . No sé lo reprochaba, él se sentía igual. Ella se levantó de la banca. Alan la imitó. Los dos se quedaron uno frente al otro, inseguros de lo que debían hacer.

—Supongo que podemos seguir siendo amigos —propuso Alan evitando mirarla a los ojos.

—Sí —respondió Rebeca distraídamente—. Amigos estaría bien… Bueno, me tengo que ir.

—Sí —replicó Alan—, que te vaya bien.

Los dos se entrelazaron en un abrazo de despedida que duró un instante. Rebeca se separó de él y avanzó hacia la puerta. Antes de salir al pasillo, se giró y miró directamente a Alan.

—Por cierto, besas muy bien.

Después desapareció tras la puerta y dejó a Alan con una sonrisa luchando por asomarse en su rostro.


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