La antigua mansión Eridon era conocida por todos en la ciudad. Cualquiera podría decirte la dirección en la que debías caminar si quisieras...

Rendirse no es una opción.

/
0 Comments


La antigua mansión Eridon era conocida por todos en la ciudad. Cualquiera podría decirte la dirección en la que debías caminar si quisieras encontrarla, aunque no tardarían en contarte los rumores que la rodeaban.
La gente aseguraba que el edificio estaba embrujado. Algunos decían que el antiguo dueño enloquecido por la pérdida de su fortuna asesinó a su familia, otros dicen que una mujer celosa acabó con la vida de su esposo porque creía que la engañaba y que después se suicidó. Incluso había algunos que los antiguos propietarios de la casa realizaban rituales en los que invocaban al demonio y que muchos de sus sirvientes fueron sacrificados en los rituales.

Arturo conocía las historias pero apenas y pensó en ellas mientras atravesaba el descuidado jardín de la mansión Eridon. Sabía que sólo eran rumores. La casa estaba abandonada, sus dueños la habían dejado pudrirse como un animal moribundo. No había eventos sobrenaturales o venganzas, simplemente unos propietarios cansados de su casa y una casa lo suficientemente vieja y alejada de la ciudad como para que alguien se interesara en comprarla.

Aunque la apariencia de la casa no ayudaba a convencer que los rumores fueran infundados. Las ventanas estaban rotas y el jardín era terreno de un combate entre la maleza y los árboles muertos. La pintura se había caído en algunas partes, como la carne de un cadáver. Una enredadera casi seca se aferraba a los muros, esperando extraer un poco de vida de la casa. No era de extrañar que los rumores estuvieran tan arraigados entre las personas.

Arturo llegó a una pequeña escalinata que conducía a la puerta de la mansión. Se acomodó la mochila que se había comenzado a deslizar de su hombro gracias a sus esfuerzos por evitar tropezar en lo que alguna vez fue un sendero que cruzaba el jardín. El chico subió los escalones sin dificultad y quedó frente a un par de puertas altas. Las puertas de madera estaban hinchadas por la humedad y se encontraban entreabiertas. El oxidado cerrojo colgaba de una de las puertas, probablemente roto por algún grupo de niños que buscaba investigar los rumores de la mansión.

Él abrió la puerta, la luz de la tarde atravesó el vestíbulo y se unió a la penumbra provocada por las sucias ventanas. El vestíbulo era tan amplio que cincuenta personas podrían acomodarse cómodamente, una escalera se elevaba hasta un rellano, detrás del cual, colgaba un pesado cortinaje, Arturo suponía que había una ventana detrás de la cortina. Del rellano partían dos escaleras que llevaban a dos extremos de los pisos superiores. El vestíbulo conservaba algunos muebles. Uno de ellos era una mesa que había perdido una pata. El papel tapiz se había desprendido en algunas partes de los muros revelando manchas de humedad. La nariz de Arturo percibió un aroma a viejo y humedad, para su sorpresa no había un aroma a orines, al parecer los vagabundos tampoco veían la mansión con un lugar para descansar.

Entró al vestíbulo y avanzó hacia las escaleras. Lo estaban esperando en una de las habitaciones superiores. Los pasos del chico se apagaban por la alfombra morada que cubría el suelo, en algunas partes se sentía algo pegajoso pero no tenía intención de saber qué era. Mientras atravesaba el vestíbulo se dio cuenta que aún había fragmentos de la belleza anterior que se aferraban a algunos rincones de la mansión, dispuestos a sobrevivir más años, pese a las señales de abandono y de vandalismo provocado por jóvenes inquietos.

El estado de escalera hizo que Arturo dudara antes de subirla. Ninguna visión de él cayendo apareció en su cabeza, lo que lo tranquilizó. De todos modos, si hubiera tenido una visión de él cayendo hubiera podido evitarlo. Podía ver el futuro y podía cambiarlo si su vida o su integridad física estuvieran en amenazadas. Cualquier otra cosa ocurría inevitablemente sin que él pudiera hacer nada. Se acomodó la mochila para que no le estorbara en caso de que se cayera y subió por la escalera.

La escalera resistió perfectamente sus pasos, Arturo hizo su mejor esfuerzo por no preocuparse cada vez que pisaba un escalón y evitó a toda costa tomar el pasamanos. En cuanto al rellano de la escalera dirigió su mirada al piso superior. Desde la escalera veía que una de las puertas del piso superior estaba entreabierta y que un rayo de luz salía de ahí. Ella debía de estar ahí.

Subió el resto de la escalera y llegó a la habitación de la puerta entreabierta. El chico empujó la puerta y entró. La habitación debió de haber sido un estudio. En las paredes había libreros vacíos en los que arañas habían tejido sus trampas, un escritorio con una pesada capa de polvo reposaba cerca de una ventana cuya cortina se caía a pedazos. La luz del atardecer que atravesaba la cortina no era la que iluminaba la habitación, esa función era cumplida por una linterna, colocada en una mesa de centro, en la que una rojiza llama danzaba. Alrededor de la mesa de centro había dos sillones, colocados uno frente al otro. En uno de ellos se encontraba sentada ella.

Arturo desconocía su nombre, pero la reconocía porque la había visto en un sueño. El mismo sueño en la que ella le pedía que la buscara en la mansión Eridon, el mismo sueño en el que le pedía que le llevara el contenido de su mochila. Ella era una mujer de cabello negro que le llegaba hasta los hombros, sus ojos de un verde intenso lo observaban con atención. Las danzarinas sombras provocadas por la sombra recorrían su rostro.

—Pensé que no vendrías —dijo ella inclinándose un poco y dejando que la linterna la iluminara mejor.

—Sólo vengo por curiosidad —respondió Arturo sentándose en el otro sillón—. Pareces convencida de que Marco puede cambiar el futuro.

—Lo puede hacer –replicó ella con gesto serio. Su voz era cálida y vigorosa como la llama de la linterna—. Él puede detener a Ari. Pero no puede hacerlo solo, nos necesita para ayudarlo.
 
—No puede —le cortó Arturo a la vez que negaba con la cabeza—. Ari ha estado acomodando las piezas desde hace tiempo y Marco es la última pieza que necesitaba. Ahora Marco se ha comenzado a mover y ha puesto en movimiento su plan. Ari ya no se puede detener.

—¿Eso es lo que crees? —había un tono de burla en las palabras de ella que irritó a Arturo.

—No es lo que creo, es lo que pasará. He visto el futuro y sé que Ari acabará con la única persona que puede derrotarlo y Marco caerá sus manos. Nadie puede vencerlo. Ari ganó.

Él había visto el futuro y si algo había aprendido desde hace once años era que no importara lo que hicieras el futuro no se podía cambiar. Él podía cambiarlo, pero su libertad de movimientos era tan limitada que no podía hacer mucha diferencia. No había alternativas, todo ya estaba decidido desde antes de que el mundo comenzara. Ellos sólo eran actores siguiendo un guión ya escrito.

—Entonces sugieres que aceptemos el futuro y nos quedemos de brazos cruzados mientras Ari sigue con sus planes. Ari es poderoso y una vez acabe con la Emperatriz será más poderoso, pero todavía no gana. Es posible que en el futuro lo haga, pero todavía podemos detenerlo.

Ella no despegaba los ojos de Arturo. Había algo en la mirada de ella que obligó a Arturo a apartar la vista. Lo estaba haciendo sentir como si ella fuera la que supiera el futuro y el sólo estuviera adivinado.

—No me rindo. Sólo soy realista. ¿Crees que desde que puedo ver el futuro no he intentado cambiarlo alguna vez? Lo he intentando y he aprendido que no importa lo mucho que lo desees, el futuro no puede cambiarse. Puedes mentirte todo lo que quieras, pero el futuro ya ha sido decidido. —Arturo se puso de pie—. Si lo que quieres es mover una montaña, puede hacerlo pero no me incluyas.

Arturo se quitó la mochila y la dejó en el sillón. Después comenzó a avanzar hacia la puerta. Ella hablaba con tanta seguridad que tal vez tuviera razón, pero Arturo quería creerle. Él sabía lo que pasaba si uno creía que el futuro podía cambiar. El vacío que te quedaba cuando descubrías que la esperanza no era más que una ilusión, era peor a la impotencia de haber aceptado el futuro.

—Aceptas el futuro porque no te exige ningún sacrificio. Sólo tienes que recostarte y esperar a que llegue el final de los mundos. Prefieres perder la esperanza a luchar por ella. Es por eso que te ciegas a la evidencia de que el futuro puede cambiar.

Arturo se detuvo antes de cruzar la puerta y se giró. Ella sonrió al ver la confusión que se había dibujado en su rostro.

—Si tus visiones del futuro son tan acertadas —le dijo ella—, dime cómo terminará esto.

Desde los cinco años, el futuro se mezclaba en su visión del presente. Podía ver su futuro y el de los que lo rodeaban. Sabía que su profesora moriría a los sesenta años incinerada al dormirse con un cigarro encendido, sabía que la su tío sería despedido la próxima semana, incluso sabía que Marco recuperaría a sus amigos, pero el futuro de ella le parecía impreciso. Nunca había conocido a alguien cuyo futuro estuviera cerrado a sus habilidades. No sabía lo que el futuro le tenía preparado a ella y como su futuro en este momento se estaba entrecruzando con ella, tampoco sabía en qué acabaría la conversación. Nunca había conocido a alguien así.

—Yo no estoy sujeta a las cadenas del futuro —le dijo ella al notar que Arturo comenzaba a entender. Ella se levantó del sillón y se fue acercando a Arturo—, y tú puedes ver las cadenas del futuro. Juntos podemos forjar nuevos eslabones y cambiar el futuro de Ari —le ofreció la mano a Arturo—. ¿Qué dices? ¿Me ayudarás a reescribir el futuro?



You may also like

No hay comentarios.:

Historias escritas por Alejandro Galindo. Con tecnología de Blogger.