Arturo observaba el cuerpo de su mujer convulsionarse nuevamente. Miraba con horror sus dedos y su boca crisparse para después relajarse....

Es momento de dejar atrás

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Arturo observaba el cuerpo de su mujer convulsionarse nuevamente. Miraba con horror sus dedos y su boca crisparse para después relajarse. Ella gruñía y resoplaba, de su boca espumarajos de baba se deslizaban.

Él no soportaba ver a Sonia en ese estado. Salió de la habitación y cerró la puerta tras de sí. Los ruidos desesperados de su esposa por recuperar el aire se apagaron al instante. Se recargó sobre el muro incapaz de mantenerse en pie. Tenía ochenta años y nunca se había sentido tan viejo como en ese momento. El peso de lo que había hecho lo presionaba y le impedía mantenerse de pie.

Trató de conjurar en su mente imágenes de ella antes de su muerte. La primera imagen que vino a su mente fue la de ella sonriendo. Arturo amaba esa sonrisa. Los años ya habían causado estragos en ellos, pero la sonrisa de Sonia rejuvenecía su rostro y ella siempre tenía motivos para sonreír. Incluso cuando la artritis volvía dolorosas actividades tan simples, como caminar. Amaba esa sonrisa lo suficiente como para hacer cualquier cosa por ella.

Sin embargo esa sonrisa se apagó. Durante la noche la muerte se deslizó en su habitación y tomó a Sonia entre sus brazos. Arturo al despertar descubrió que Sonia había muerto. Nunca se había sentido más solo. Había estado casado con ella por casi sesenta años. Pasó unos minutos en la cama, sin poder procesar lo que había ocurrido. Su mente se había quedado vacía y su corazón le negaba el beneficio de las lágrimas para desahogar sus penas. Sus sentimientos parecían haberse ido a otro lado dejándolo solo con su dolor. Arturo esperaba que estuviera soñando y que al despertar encontraría a Sonia a su lado.

Al final su entumecimiento emocional desapareció y dio paso a una decisión. Sólo había una forma de recuperarla y lo haría. Fue al desván y detrás de una silla desvencijada, recordaba que había planeado repararla en un verano que se pospuso indefinidamente, encontró su libro. Había sido un regalo de su abuelo cuando creía que Arturo continuaría con el legado de la familia.

El libro era antiguo y sus páginas estaban amarillas por el tiempo. Pasó las páginas con cuidado, hasta encontrar algún hechizo que le sirviera. Sonia volvería a estar a su lado, donde ella pertenecía.

De todos los hechizos, sólo uno le funcionaba a sus propósitos. Era un ritual que permitía atar un alma a un objeto. El cuerpo de Sonia no era un objeto, pero Arturo creía que funcionaría, más tarde descubrió que estaba equivocado.

Los recuerdos de Arturo lo regresaron al presente, se llevó sus manos a la cabeza desesperado. Había cometido un error. No debía de haberse atrevido a tratar de conservar a Sonia a su lado.

Odiaba a la muerte por arrebatarle a Sonia. Él no estaba preparado para dejarla ir, ni nunca habría estado preparado. Sin embargo se daba cuenta a lo que estaba condenando a Sonia.

Ella estaba atada a un cadáver.

En su egoísta deseo por tenerla a su lado no había visto lo que ella necesitaba. El tiempo de ella había acabado y tenía que irse. Habían pasado grandes momentos juntos y habían reunidos muchos recuerdos pero el final había llegado. Ya no pasarían las tardes conversando, ya no la vería mientras tejía, ya no estarían reconfortándose cuando la vejez se volvía insoportable.

Eran buenos recuerdos los atesoraría hasta que llegara su final. Arturo se levantó del muro y se acercó a la puerta de la habitación. Tenía que liberarla, tenía que dejarla ir. Era lo mejor que podía hacer por ella.

Abrió la puerta de la habitación y entró. Era momento de dejarla ir.


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