Lucille no tenía mucho tiempo para recuperar el aliento. Llevaba recorridas varias calles de la ciudad en la mayoría había sido atacada por...

El final de la juventud

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Lucille no tenía mucho tiempo para recuperar el aliento. Llevaba recorridas varias calles de la ciudad en la mayoría había sido atacada por demonios deseosos de probar un poco de su sangre. Su cuerpo estaba comenzando a cansarse y la ola de demonios que asolaba la ciudad no parecía reducirse. Tenía que llegar lo más rápido posible al cuartel para poder reforzar las defensas de la ciudad.
Se encontraba atravesando una calle empedrada, la calle era tan corta que sólo dos edificios medianos de dos plantas ocupaban cada uno de los lados de la calle. En el empedrado había una cuerpo destrozado que probablemente perteneció a uno de los civiles que no pudo llegar a tiempo al refugio. El ataque de los demonios había sido tan imprevisto que muchos pocos tuvieron la suerte de llegar al refugio. Lucille en su recorrido por las calles de ciudad había descubierto varios cadáveres destrozados por los demonios. Incluso los cadáveres de compañeros suyos que habían muerto protegiendo la ciudad.


Al final de la calle se vislumbraba otra calle que la cortaba perpendicularmente, y el muro de una parroquia. Desde su posición, Lucille podía ver la torre y la cúpula de la parroquia, alzándose contra el cielo azulado del anochecer, al igual que las columnas de humo de los incendios provocados de los que nadie se preocupaba por apagar ya que no había suficientes cazadores para controlar el fuego y luchar con los demonios al mismo tiempo.


La Orden de los Cazadores, había enviado a cuantos cazadores tenía a su alcance para tratar de contener la invasión demoníaca de la ciudad. Sin embargo, como Lucille lo había notado, no parecían ser suficiente. En sus veinticuatro años como cazadora, nunca había visto tantos demonios juntos. Siempre habían aparecido en grupos reducidos, nunca como un enjambre de ellos.


Lucille sabía que eso era una mala señal. Los demonios nunca colaboran entre ellos, tienden a destruirse sin importar el motivo. Los únicos que pueden lograr calmarlos y darles órdenes son los demonios mayores y la última vez que se había visto un demonio mayor había sido hace más de tres siglos. Lucille esperaba que las cosas siguieran así.


A su derecha había un edificio de dos plantas de color amarillo, en la primera planta había cuatro balcones pequeños con sus ventanas estaban destrozadas. En la planta baja, se encontraba cuatro puertas de madera y un portón del mismo material. La mayoría de las puertas se encontraba destruida o desaparecida. Lucille suponía que los demonios sintieron la presencia de personas en el interior del edificio e hicieron todo lo posible por entrar. Dentro del edificio debía de ser una completa masacre y, probablemente, aún debía de haber demonios en su interior, devorando los restos. Sujetó con fuerza sus sables, preparándose para una emboscada.


Mientras pasaba frente a una de las destrozadas puertas que colgaba inútilmente de sus goznes, un demonio con la forma de una morsa salió del edificio abriendo su hocico lleno de afilados dientes, preparado para acabar con ella. Lucille preparada, no perdió tiempo en darle una estocada con uno de sus sables y decapitarlo con el otro. Pensó que al menos estaba vengando a las personas que murieron por culpa del demonio dentro de esa casa.


La bestia se derrumbó en cuanto Lucille extrajo su sable del cuerpo. De uno de los balcones escuchó el aleteo de un demonio saliendo de la casa para atacarla. Parecía una ave desplumada con un pico aserrado. El demonio descendió sobre ella, pero fue derribado por una flecha.


Ella buscó con la mirada a la persona que había disparado la flecha. Detrás de ella, al inicio de la calle reconoció al chico de veinte años que preparaba su arco para volver a disparar. Era Peter, había sido alumno suyo. Uno de sus estudiantes más hábiles, y también de los más difíciles de tratar. Era hábil para cazar demonios, aunque no le daba mucha importancia a la teoría y disfrutaba presumir de sus habilidades, llegando a humillar a sus otros estudiantes menos dado para la lucha. El chico le dedicó una sonrisa de suficiencia a la vez que derribaba otro demonio alado que también salía del edificio.


Lucille notó con horror que algo que se acercaba con velocidad hacia Peter por atrás, aprovechando su falta de atención. Ella corrió hacia él y abrió la boca para advertirle, pero fue demasiado tarde. La parte delantera de la playera del chico exhibía una mancha roja que crecía alrededor del afilado aguijón que había atravesado a Peter. Unos hilillos de sangre descendían por las comisuras de su boca. El chico se desplomó cuando el demonio que lo atacó, un ser parecido a una pantera cuya cola terminaba en un aguijón, extrajo su aguijón del cuerpo de Peter.


–Cazador nocturno –murmuró Lucille saboreando el hechizo con ira–, herencia corrompida. Creación. Fuego del cielo.


La mano de Lucille se iluminó por una bola de fuego dorada. Lanzó la bola de fuego hacia el demonio que fue consumido por el fuego. Sintió que el cansancio comenzaba a reclamar su cuerpo. La carrera por llegar al cuartel y de enfrentarse a varios demonios en su camino, no la dejaban con una buena reserva de energía para pronunciar hechizos. Ella sabía que no había sido una muy buena idea gasta su poca energía en hechizos, pero su dolor la había cegado. Ahora más débil, obligó sus cansadas piernas a avanzar hacia Peter.


En cuanto llegó al lado de Peter se arrodilló a su lado y lo tomó entre sus brazos. Debía de sentirse orgullosa por Peter, había muerto como un valiente, luchando. Pero no podía sentirse así. Personas como ella eran las que debían de morir antes, los jóvenes, como Peter, todavía tenían el futuro ante ellos. Tenían vidas que vivir, sueños que realizar. Lucille ya había visto su porción del mundo, ya había librado sus batallas. Los jóvenes eran los que debían de continuar con su trabajo. Aunque sabía que Peter era un cazador de demonios y que la muerte siempre caminaba a su lado, Lucille sentía un regusto amargo por ese destino. Hubiera preferido que Peter tuviera más tiempo. Sólo un poco más.


El cielo fue atravesado por una columna rojiza que se alzaba desde un punto de la ciudad. Lucille observó con temor la columna luminosa que pasado unos segundos, desapareció, dejando una llamarada se incendió el índigo del anochecer, y que lo fue devorando hasta dejar tras de sí un cielo anaranjado con nubes oscuras de ceniza. De entre las nubes descendió una forma humanoide gigantesca, alas de murciélago se agitaban en su descenso y en su cabeza una cornamenta imitaba una corona.


Lucille había visto dibujos de esa infernal figura en los libros antiguos. Era el Rey de las Tinieblas. La misión de la orden era evitar su llegada.


El ser profirió un aullido de triunfo que heló la sangre de Lucille. No había lugar para la esperanza. La Orden de Cazadores había perdido.
El final había llegado.


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