La condesa sonrió. Por el pequeño ojo de buey del camarote se apreciaba un cielo de un azul intenso, ni una nube anunciaba una tormenta...

El vuelo del Alecto

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La condesa sonrió. Por el pequeño ojo de buey del camarote se apreciaba un cielo de un azul intenso, ni una nube anunciaba una tormenta. Se recostó en el sillón de orejas morado y bebió un sorbo de su taza de té.
El camarote era su segundo lugar preferido dentro de su aeronave, Alecto, ella lo había decorado para volverlo tan acogedor como le fuera posible. Había ordenado colocar dos pesados libreros en paredes contrarias para disponer de material de lectura en su viaje, los muros restantes estaban recubiertos de madera con intrincados relieves, el suelo de losetas tenía un diseño cuadriculado cubierto en la parte central por una pesada alfombra traída desde el Imperio Valsshad. Un sillón de orejas de color verde y otro rojo de tres plazas acompañaban al suyo, separados por una mesa de caoba. Ahí era donde acostumbraba pasar el tiempo con sus visitas.

–Hace un buen tiempo, su majestad –comentó la condesa mientras depositaba su taza en la mesa de caoba que tenía a su lado –. Es una pena que sus hermanos no hayan podido venir.

El joven que se encontraba sentado frente a ella despegó la mirada del libro de cubierta roja recargado sobre sus piernas. Apartó con gesto descuidado el mechón de cabello castaño que había caído frente su rostro.

–Solomon está ocupado con los embajadores de Emtro –contestó el chico–, y Lena no quiere dejar su habitación. Deja de llamar su alteza –agregó con desagrado–. Ya es bastante cansado escucharlo todos los días de todos los hipócritas que rondan la corte.

A pesar de que lo había dicho con una sonrisa. Sus ojos verdes mantenían el brillo acerado del desdén. El príncipe nunca había observado a la condesa con esa mirada y ella se sentía agradecida por ello.

–Vaya –dijo la condesa–. Pareces estar de mal humor.

–Lo siento –se disculpó tímidamente el muchacho–. Es culpa del Duque de Eaglart, sigue insistiendo en que me casé con su hija y cada día es más pesado. No lo soporto a él, ni a su hija que no deja de seguirme.

La condesa lo observó fijamente antes de replicar. Era obvio porque la hija del duque lo seguía. Aunque el príncipe apenas tenía trece años, ya eran visibles las trazas del hombre apuesto en él se convertiría en el futuro. Era cuestión de tiempo antes de que sus facciones afiladas y sus manos delgadas comenzaran a llamar la atención de más chicas. Y aunque no lo fuera, era el tercero en el trono y no era alguien que la gente despreciaría.

–¿No es la que tiene la voz chillona? –inquirió la condesa con una sonrisa. Recordaba a la hija del duque, una chica rubia de nariz respingada y un gusto por los vestidos rosas.

–Sí –admitió Klaus con desagrado–, su voz es tan irritante y no deja de hablar de moda y sus viajes. A veces me dan ganas de ahorcarla –hizo un gesto con las manos como si ahorcara a un ser invisible.

–Podrás ser el heredero al trono, pero no creo que te perdonen asesinarla –comentó la condesa.

–Lo harán –declaró Klaus con una sonrisa de suficiencia–. A parte de su padre, no conozco a muchos que puedan soportar su voz. Incluso, Solomon la evita.

Antes de que la condesa pudiera contestar, un chirrido se escuchó desde el fondo de la habitación, seguido de una voz masculina.

–Señora–dijo la voz que provenía de la caja metálica empotrada en el muro y con una bocina que ocupaba la mayor parte, dejando espacio para un botón–. Hemos avistado una aeronave pirata.


La condesa se levantó con una rapidez sorprendente considerando lo pesado de su vestido, en cuanto alcanzó el intercomunicador presionó el botón con una mano enguantada.

–¿Qué tan lejos está? –inquirió.

–A treinta millas –respondió la voz–. A nuestra velocidad actual nos alcanzará en diez minutos. Si usamos los propulsores de etherita...

–No –le cortó la condesa, al presionar el botón inferior– Tengo una mejor idea, preparen el Furia I, voy para el puente.

El temor era visible en el príncipe, no estaba acostumbrado a que los piratas atacaran el transporte que usaba. Ningún pirata era lo suficientemente loco como para atacar a la familia real. Excepto que está vez la aeronave en la que viajaba, no portaba algún distintivo real. A los ojos del pirata era la aeronave de algún noble que no le vería inconveniente en darles parte de su fortuna.

–Ven, Klaus –le dijo la condesa sonriendo–. Te va a encantar esto.

La condesa salió del camarote, Klaus tuvo que correr para darle alcance. Los dos salieron a un pasillo cuyos techos y muros eran metálicos con tubos de diversos calibres recorriéndolo. En el pasillo los esperaba un joven de quince años de piel morena y cabello negro como el ala de un cuervo.

–Su majestad –le dijo el chico a Klaus, tratando de acercársele–. Se acercan piratas, debe permanecer en el camarote.

Klaus hizo un gesto de irritación. A los ojos de la condesa era obvio que Ridji sobreprotegía a su señor, pero no por sólo porque era su trabajo.

–Vamos, Ridji –le llamó la condesa, poniendo una mano en su hombro–. No seas aguafiestas, esto será divertido –ignorando la mirada incrédula de Ridji, ella lo arrastró consigo–. Vendrás con nosotros.

Los tres atravesaron el pasillo hasta llegar a una escalera metálica, la condesa subió primero, seguida por los dos jóvenes. La escalera terminaba en una pesada puerta con una ventana circular en el centro. La condesa la abrió con un simple empujón. Estaba emocionada, era la primera vez que podría utilizar el Furia I en un escenario real. Los blancos inmóviles ya no eran divertidos y usarlo en tierra no mejoraba la experiencia.

Llegaron al puente de mando. La condesa oyó como Klaus suspiraba sorprendido. Ella sonrió satisfecha, todos se sorprendían al entrar al puente de mando. El puente de mando era una habitación esférica cuyos muros eran una gruesa superficie de cristal desde la que se podía observar el cielo en todo su esplendor. Estaba dividida en dos pisos, el superior era ocupado por ella, por eso sólo un escritorio con papeles, plumas e instrumentos de medición desperdigados y dos sillas; conformaban su única decoración. Una escalera unía ese piso con el inferior. En el inferior se encontraban cinco consolas de acero con indicadores y luces, con cinco personas vigilándolos y moviendo palancas, el timón se encontraba detrás de las consolas, imponente como el capitán que lo comandaba, un hombre grueso como un tronco y con el cabello lleno de hebras blancas.

Los tres habían llegado al piso superior, la condesa no espero a ver si los muchachos la seguían mientras descendía por las escaleras que conectaban con el piso inferior. El ruido de sus pies sobre los escalones le indicó que la seguían. En cuanto llegó al piso inferior, el capitán Robert la recibió con solemnidad.

–Se acercan por babor –comentó el capitán entregándole un telescopio a la condesa.

Ella lo tomó y miró a través de él. Aunque la aeronave ya era visible por la distancia, el telescopio le permitió observarla mejor. Era una embarcación de madera, suspendida bajo un globo de color marrón, dos velas salían por los costados aprovechando el impulso del aire, el mascarón de proa representaba un ser demoniaco. La condesa reconoció que era un buen diseño el de la aeronave, era ligera y estable. Tenía que reconocer que muchas de las mejoras que aplicó en su Alecto se las debía a los piratas, ellos le habían enseñado uno que otro truco.

–¿Estado de Furia I? –inquirió la condesa.

–Cargado y a la espera de órdenes –contestó la mujer que operaba la consola a su derecha.

–Los piratas se encuentran esa dirección –le dijo la condesa a Klaus a la vez que le pasaba el telescopio– No los pierdas de vista –después dirigiéndose a la mujer de la consola le dijo–: ¿Preparados?…¡Fuego!

De babor, un rayo de color azul salió fugazmente, no tardó en alcanzar la aeronave pirata. Ésta fue atravesada, junto con el globo que la sostenía, una explosión azulada devoró los restos que fueron tocados por el disparo, mientras escombros y personas caían. La condesa observó el espectáculo con una sonrisa, tras ella escuchó como Klaus exclamaba sorprendido, incluso Ridji que evitaba mostrar sus emociones, lanzó una exclamación de sorpresa.

No podía sentirse más satisfecha, estaba sirviendo al reino de Thendor y lo ayudaba a ser más fuerte. Ahora Thendor, jamás volvería a temer a la magia del Imperio de Anatolia. La era del vapor había acabado y la era de la etherita comenzaba. El mundo estaba por cambiar.


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Historias escritas por Alejandro Galindo. Con tecnología de Blogger.