Pascal se detuvo. El cielo comenzaba teñirse de un anaranjado que competía con los tonos otoñales de los árboles. Sus pasos eran el único ...

Al final del bosque

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Pascal se detuvo. El cielo comenzaba teñirse de un anaranjado que competía con los tonos otoñales de los árboles. Sus pasos eran el único sonido en el bosque que mantenía un silencio sepulcral, algo inusual considerando que la noche se encontraba próxima y lo normal hubiera sido escuchar el bullicio de los animales que se preparaban para dormir y los preparativos de los que veían la noche como su momento para cazar.


El chico pudo haber ignorado el silencio del bosque de no ser por la sensación de ser observado que acompañaba cada uno de sus pasos desde hace unos minutos. En varias ocasiones trató de buscar a su cazador, pero únicamente descubría a los árboles sumidos en su quietud. Ese hecho en lugar de calmar sus temores, no hacía más que aumentarlos.

Era la primera vez que visitaba esa parte del bosque. El lugar era recorrido por un sendero cubierto de maleza que lo ocultaba por tramos. La gente de la aldea siempre evitaba usar ese sendero, aunque era una de los caminos más cortos para llegar a la aldea. Pascal desconocía los motivos del abandono, la gente simplemente evitaba usarlo y contaban historias terribles de ese lugar para evitar que los niños se acercaran.

Las historias que contaban eran sobre el fantasma de una bruja, muerta hace más de treinta años, y que todavía rondaba por el bosque esa zona del bosque. Decían que por las noches buscaba almas para continuar con sus hechizos y que más de algún viajero incauto había desaparecido entre esos árboles. Un estremecimiento se arrastró por su nuca de Pascal al pensar en ello. El chico se burló de sí mismo por pensar en esos cuentos para niños. Sólo era cuentos y los cuentos no podían hacer daño.

A lo lejos vislumbró la aldea desparramándose en el valle. Los tejados rojos brillaban por la luz del atardecer que los cubría con calidez. Pascal consideró que llegaría después de que la noche cayera. Al percatarse de ello su intranquilidad aumentó. No creía en el cuento de la bruja, pero prefería llegar a su hogar antes de que la noche invadiera los cielos.

Reanudó su camino. Tratando de convencerse que los cuentos no justificaban la sensación que lo acompañaba desde hace tiempo. Simplemente era el cansancio el que lo estaba trastornando. Había pasado todo el día caminando de regreso a su aldea y lo único que quería era poder llegar a casa.

Su ojo izquierdo percibió una sombra moverse entre dos árboles. Giró su cabeza en esa dirección, pero no pudo ver lo que había provocado la sombra. Pascal juraría que había visto la silueta de una persona.

−¿Quién está ahí? –preguntó temeroso.

El silencio del otoñal bosque fue la única respuesta que recibió. Pascal sonrió con nerviosismo, probablemente eran imaginaciones suyas. Cuando se disponía a reanudar su camino, descubrió ante él una visión que provocó que su corazón se congelara.

Unos metros adelante una figura femenina lo observaba. Era una mujer de unos cuarenta años cuyo rostro de una palidez cadavérica daba indicios de que fue bella en su juventud. La mujer iba enfundada en un vestido cuyo color rojo se había perdido y diversas manchas de color oscuro trataban de revitalizarlo. La mujer señaló a Pascal con una mano que terminaba en una uñas cubiertas de tierra a la vez que prefería un gemido que congelaba la sangre.

El cuerpo del chico reaccionó con rapidez y se alejó corriendo. Sentía que el gemido lo perseguía, aunque había dejado de oírlo hace varios segundos. A pesar de que su rostro fue atacado por algunas ramas, Pascal no dejó de correr. Lo único que quería era alejarse de la mujer y de su extraña presencia. En más de una ocasión tuvo que cambiar bruscamente de dirección porque le pareció ver el borde deslavado de un vestido rojo.

Su carrera finalizó cuando llegó a un claro, el suelo estaba cubierto de una hojarasca putrefacta. Su corazón latía con intensidad y sus extremidades renegaban cualquier intento por seguir corriendo. A su alrededor árboles secos se extendían a un cielo que había alejado la luz del atardecer y recibía el azul de la noche.

Se dejó caer cansado en el suelo. ¿Quién era esa mujer? De algo estaba seguro no era humana o lo había sido. Las historias sobre el fantasma de la bruja regresaron en su mente. Pero no podía ser posible, ella sólo era un cuento. No era real. No era más que un cuento para atemorizar a los niños.

Pascal sintió como un viento frío agitaba las ramas y le arrebataba su valor. Escuchó el chirrido de una puerta abriéndose. Su mirada, atraída por el ruido, se posó en una choza de madera en ruinas, sus ventanas rotas lo vigilaban como los ojos de un cadáver. En ese instante supo que no saldría con vida de ahí, no necesitó que la mujer del vestido rojo le sonriera desde la puerta para descubrirlo.


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