Los millones de ojos de SOMACK le transmitían las vida diaria de los ciudadanos de Ciudad Kardine a sus servidores. Cada dí...

La perfección de los hombres

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Los millones de ojos de SOMACK le transmitían las vida diaria de los ciudadanos de Ciudad Kardine a sus servidores. Cada día los observaba y cada día se cuestionaba su misión. Sus procesadores eran incapaces de comprender porque debía proteger a una especie tan propensa a autodestruirse.
Un ejemplo era Andrew Quiggs, un niño de tres años que habitaba en el departamento 234-RC del edificio Olive, al noroeste de la ciudad. Era hijo de Salomon Quiggs y Edna Quiggs, los dos trabajaban en Shago Co., por lo que no tenían tiempo para cuidarlo y lo dejaban bajo la protección de su niñera robótica, uno de los últimos modelos de NA-346.

El pequeño Andrew se había escapado de su cuna y escalaba el barandal de la terraza. SOMACK calculó el tiempo que tardaría Andrew en subir por completo el barandal, el tiempo que duraría su caída, la trayectoria que tendría, la fuerza con la que caería y los puntos en los que se esparcirían sus restos. Mientras tanto, a Andrew sonreía inocentemente creyéndose más inteligente que su niñera. No se veía preocupado por el final que tendría su aventura, ni siquiera aparentaba haber pensado en él.

Por instrucción de SOMACK, la niñera robótica se acercó a la terraza y tomó a Andrew en sus brazos. A través de los receptores visuales de la niñera, SOMACK observaba al pequeño humano. Andrew exhibía una sonrisa en su boca, ignorante del futuro que pudo haber tenido.

SOMACK pudo haber dejado que Andrew cayera. Un humano menos que proteger de sí mismo. Pero no podía contradecir su misión de protegerlos, para eso había sido programado. Sin embargo, ¿cuál era el caso de salvarlo si en unos días encontraría una nueva forma de acercarse a su muerte?

Andrew no era el único que le hacía preguntarse eso. En toda la ciudad un niño estaba jugando con algo peligroso. Los niños no eran como las máquinas que desde su activación inicial, ya podían autopreservarse y además cumplir con sus tareas programadas, tenían que ser enseñados a valerse por sí mismos. Eran inútiles para la ciudad hasta que iniciaban su educación formal.

No obstante, la incapacidad para protegerse a sí mismos no era algo exclusivo de los niños. Los adultos también tenían comportamientos que arriesgaban sus vidas e incluso amenazaban las de otros. Si no fuera por SOMACK, era probable que ellos no hubieran durado mucho tiempo en la ciudad. Eran débiles e imprevisibles.

SOMACK los comparaba con las máquinas que poblaban la ciudad y le ayudaban a cuidar a los humanos. Las máquinas cumplían su programación, no había imprevistos. Conocían sus límites y eran capaces de realizar sus tareas sin ponerse en riesgo. No se distraían con emociones ni se alteraban. Se mantenían en orden y, de acuerdo a los cálculos de SOMACK, podrían existir por al menos un siglo.

Si fueran como las máquinas podrían ayudar a que la misión de SOMACK se completara exitosamente. Después de trescientos cuarenta y tres ciclos, la solución le llegó. Le tomaría alrededor diez años implementar su plan, y las variables podrían provocar algunas bajas, pero de acuerdo a sus cálculos, era un precio aceptable comparado con la ganancia. 

Los humanos no eran perfectos, pero podrían serlo. SOMACK se encargaría de volverlos perfectos. Sólo así, su misión estaría completa.


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