En el centro de la cancha de basquetball, un pastor alemán y un golden retriever se lanzaban mordidas buscando la garganta de su oponente...

Norman y el amor

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En el centro de la cancha de basquetball, un pastor alemán y un golden retriever se lanzaban mordidas buscando la garganta de su oponente. Sus gruñidos se escuchaban por todo el parque, acompañadas de las palabras furiosas de sus dueñas. Las dos mujeres se encontraban enfrascadas en una riña, sobre qué perro había comenzado, sin preocuparse por detener a los perros. Las dos eran de diferente edad; una parecía una estudiante que había sacado a pasear a su perro antes de regresar a casa y hacer la tarea, la otra era una mujer madura que, tal vez, había decidido pasear al perro de la familia.
Un hombre robusto de treinta años y con una frente brillante por la grasa, observaba la riña con una sonrisa. Su nombre era Norman. Se encontraba sentado en una banca del parque desde la cual podía ver el espectáculo que ofrecían los perros y las mujeres discutiendo. Él había visto como los perros habían pasado del juego a una pelea a muerte y como las mujeres dejaron atrás su miedo para volverse una contra la otra, y más que verlo, él lo había provocado. 


No le había costado trabajo, primero manipuló las emociones de los animales. Era algo sencillo, ya que los animales no tiene emociones tan complejas y no se requiere mucho esfuerzo transformar la alegría en ira. Por el otro lado las personas eran ligeramente más complejas, llevar a los mujeres a la ira, no había sido tan fácil aunque tampoco muy complicado. Se aprovechó del miedo de las dos mujeres al ver a los perros peleando para convertirlo en ira. Es muy sencillo transformar el miedo en ira, sólo requiere encontrar el detonante adecuado y Norman era experto en ello. No sabía el momento exacto en el que adquirió su don, aún así recordaba la primera vez en el que lo uso.


Su primera víctima fue un compañero de la primaria que tenía por deporte hacerlo sufrir. Norman no recordaba su nombre, pero recordaba las burlas y los golpes. También recordaba con perverso placer como el niño se tiró de una ventana al no poder soportar el miedo que Norman indujo en su mente. Al principio pensó que había sido una casualidad, él sólo había deseado que el chico le temiera. Se sintió decepcionado al saber que no podía más que controlar las emociones, él quería algo más grande como controlar las mentes de las personas y darles órdenes a su antojo. Con el tiempo su decepción se diluyó, porque entendió la verdad sobre su don: Todos los humanos son esclavos de sus emociones y si alguien podía controlarlas se volvía en su amo. Y no había emoción que se ajustara a esa declaración tanto como el amor.


Dicen que el odio destruirá el mundo, la verdad, como lo había comprendido Norman, era que el amor tenía más poder destructivo que el odio. La gente era capaz de hacer cualquier cosa por amor desde mutilarse hasta hacerle daño a alguien más. Tampoco hacían preguntas, simplemente actuaban, cegados por una emoción tan sencilla. Podía hacer que la gente se enamorara de él y se lanzará de edificios o que le regalaran un automóvil más caro que sus casas. No había límites para los enamorados y eso era algo que Norman sabía aprovechar muy bien. Siempre que deseaba algo, le era más fácil conseguirlo a través del amor.

Por fin uno de los perros desgarró la garganta del otro. El golden retriever se desplomó con un golpe sordo sobre la cancha, mientras el pastor alemán continuaba desgarrando su cuerpo sin vida. Norman desvió su atención del perro derrotado para dirigirla hacia las mujeres. Ellas ya habían abandonado las palabras y ahora rodaban en el suelo, enzarzadas en una lucha. Él se relamió los labios saboreando el espectáculo. 


La pelea entre las mujeres y el lastimero aullido del perro que moría había comenzado a llamar la atención de algunos paseantes vespertinos, que observaban la escena; horrorizados y sin decidirse a actuar.


Un hombre de cuarenta años, con algo de sobrepeso, se lanzó para tratar de separarlas. Norman pensaba en cambiar el estado del perro por uno de tranquilidad, pero al ver al hombre eligió algo más divertido. Aumentó la ira del animal, logrando que atacara al hombre que tuvo la mala fortuna de pasar cerca del perro. Para evitar que alguien más lo interrumpiera, Norman hizo que los demás paseantes se comenzaran a sentir tranquilos. Ellos se quedaron observando la escena con una calmada sonrisa en sus caras, parecían espectadores de una alegre película infantil. Norman disfrutó la mirada de aterrorizada revelación del hombre cuando comprendía que moriría por la fauces de un perro y nadie lo ayudaría. 


Una vez el hombre expiró, Norman se levantó de la banca. Ya quería irse. Miró decepcionado a las mujeres que continuaban luchando, hubiera preferido que alguna ya hubiera ganado. Se encogió de hombros, y se dio la vuelta a la vez que esparcía el miedo en todos los testigos y las dos mujeres. La gente gritó y corrió en diversas direcciones, otros se quedaron donde estaba y se sujetaban la cabeza tratando de encontrar el coraje para abrir los ojos. Entre ellos vislumbró a una mujer delgada y de cabello castaño y brillante, la recorrió con una mirada lasciva. Le gustaba su cuerpo y su cabello expedía una dulce fragancia. Parecía un buen premio de consolación. Se acercó a ella y dejó que el amor la dominara.
Ella lo miró como si no fuera la persona más hermosa del mundo. Una sonrisa se apareció en su rostro, llenándolo de luz. Norman le devolvió la sonrisa y la besó. En condiciones normales, esa chica lo hubiera mirado repulsivamente y lo hubiera abofeteado por el beso. Ahora, ella estaba perdidamente enamorada de él. Norman podría hacerle lo que quisiera y ella ni siquiera trataría huir. Ciertamente el amor era el sentimiento más peligroso.


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